Me encantó la película basada en la vida de Pierre Dulaine, un bailarín y profesor de danza que en los años 90 creó un programa de desarrollo social para niños y adolescentes, en el que utiliza el baile de salón como vehículo para reinsertarse socialmente y mejorar sus aptitudes académicas.
Siendo dueño de una academia de bailes de salón, ofreció sus servicios en un instituto neoyorkino, aceptando su propuesta la directora, picada por la curiosidad acerca de cómo desarrollaría su labor. Inmediatamente le asignó a un grupo de chicos problemáticos, que solían estar apartados en el gimnasio por mala conducta, donde en lugar de estudiar pasaban el tiempo ociosos, sin hacer nada provechoso.
Al principio no le prestaban atención, le miraban como si fuera un chiflado. Ellos sólo escuchaban rap y bailaban street dance. Decían no entender la música que Pierre les ponía, tango, vals, mambo, rumba, y otros muchos bailes que les sonaban anticuados y que no lograban sentir.
Pronto se acostumbraron a los ritmos y a entender el compás. Les enseñó los pasos básicos de cualquier baile de salón, emparejándolos por estaturas. Según he leído en Internet, “Dulaine desarrolló un método de enseñanza que combina el orden y la disciplina con el uso del lenguaje (corporal y verbal) y el humor, para crear un lugar seguro en el que los chicos(a menudo marginados y, muchas veces, rebeldes) ganen el respeto propio, el orgullo y la elegancia”.
Aquel primer grupo que adiestró se presentaría, a instancias suyas, en un concurso de baile, en el que una de las parejas del grupo (en realidad bailaron una chica y dos chicos) logró empatar con otra que solía ser la ganadora. Las normas del concurso no permitían bailes de más de dos personas, por lo que se otorgó el premio a la pareja habitual, pero la chica de la pareja ganadora, que era alumna de la academia de Pierre, decidió compartir el galardón.
Pierre Dulaine enseña en sus Dancing Classrooms no sólo a conocer el propio cuerpo, sacándole todo el partido posible, sino que procura una ocupación y una actividad física sana que mantiene en forma cuerpo y mente, transmitiendo al mismo tiempo valores como el respeto mutuo, la educación, la dignidad, el saberse comportar en sociedad. Según sus propias palabras, “a los 25 se pueden haber olvidado los pasos, pero la cortesía adquiridos y el conocimiento de cómo tratar a otra persona son las habilidades para la vida”.
Cuando había algún problema entre los alumnos, que tenían enfrentamientos fuera de allí, cuando estaban en la calle, vidas endurecidas castigadas por muertes de parientes y amigos a causa de drogas y reyertas, Pierre les pedía que lo resolvieran de alguna manera. Y para facilitar la cuestión a uno de los dos le vendaba los ojos, el que fuera menos colaborador, para que sintiera el baile y no perdiera la concentración con ninguna otra cosa.
Al enseñarles el respeto mutuo necesario para desarrollar un baile, consigue que se valoren a sí mismos y a los demás, que tomen conciencia de su verdadero yo y puedan dejar atrás todas esas crudas experiencias que cargan a sus espaldas, y deben ser superadas para poder avanzar. El baile se convierte así en una liberación de los propios demonios, en una catarsis redentora en la que se dan rienda suelta a la adrenalina, la alegría propia del baile, el placer de seguir un ritmo y dominar el propio cuerpo, y comprobar cómo éste responde.
Déjate llevar, la película sobre Dulaine |
Los resultados académicos mejoraron notablemente en aquella 1ª experiencia. Los chicos tenían una ilusión, ocupaban el tiempo en algo que les gustaba y con lo que se lucían y obtenían reconocimiento, y estaban apartados de las calles, en las que nada bueno podrían encontrar. Hoy en día las Dancing Classrooms están extendidas por una amplia red de alumnos de numerosos centros de enseñanza, con excelentes resultados. Y todo gracias a Pierre Dulaine.
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