viernes, 28 de junio de 2013

Mis actores favoritos (V): Russell Crowe


Qué gozada poder ver a un actor como Russell Crowe entrevistado en televisión. La verdad es que parece que sólo un programa de chichinabo como El Hormiguero es capaz de traer de vez en cuando un soplo de aire fresco a esta programación que nos aqueja.

Impresiona verlo fuera de un plató, tal y como es él. Aunque nunca se sabe cómo es en realidad un actor, porque cambian de imagen con mucha frecuencia, camaleónicos como son cuando trabajan, y porque parece que siempre están actuando. Se le ve fornido, por su tendencia a coger peso, sus brazos fuertes y enormes bajo las mangas de la chaqueta, sin corbata, muy informal.

El pelo espeso, fino, fuerte y brillante cortado a capas le quedaba muy bien, y lucía una barba poblada que medio escondía sus facciones, aunque su clara y aguda mirada azul y el cálido atractivo de su sonrisa son inconfundibles.

Me reí mucho con las cosas que contó. El presentador le tiraba de la lengua para que hablara de las muchas anécdotas que le han pasado a lo largo de su carrera. Tiene una forma de describirlo todo, con mucha expresión corporal y facial, que es desternillante, y sin caer en la bufonada. Sabe dónde está la medida justa, tiene mucha clase, y sin embargo es muy natural.

La broma que le gastó a Leonardo di Caprio en el primer rodaje en el que coincidieron debería pasar a los anales. Se agenció un pequeño spray con agua, lo camufló en una manga, y cuando pasaba a su lado hacía como que profería un enorme estornudo y al mismo tiempo apretaba el spray para que creyera que le estaba rociando con sus secreciones nasales. Leonardo, tan educado como es él, no le dijo nada, y así se pasó los 3 meses que duró el rodaje. Siete años después volvieron a coincidir y le volvió a gastar la broma, pero esta vez Leonardo sí se salió de sus casillas.

O cuando hizo Lección de vida vio a un chico que jugaba muy bien al béisbol cerca del set de rodaje, su destreza hizo que se fijara en él. El chaval se acercó a él y le dijo que también quería ser actor, y a Russell le llamó la atención la intensidad con la que hablaba. Al terminar el rodaje preparó dos paquetes, uno para alguien de la película con el que había hecho amistad, y otro para aquel fan, ambos con productos australianos, su lugar de origen, entre ellos una comida típica de allí que dice que “al resto del mundo le sorprende”. Doce años después aquel muchacho es el protagonista de la última película que ha estrenado Russell, El hombre de acero. Al principio del rodaje no le dijo nada, pero él estaba inquieto porque le sonaba mucho su cara y no sabía de qué. Hasta que por fin se lo preguntó y éste le dijo quién era. Enseguida se acordó de él, y tuvieron una conversación muy emotiva.

El presentador le preguntó si seguía consiguiendo tener la forma física necesaria para sus trabajos. Russell comentó que siempre podía estar en forma, e intentar sacar el máximo partido de su cuerpo, pero eso tenía un precio. Cada vez le cuesta más, pero lo acepta tranquilo, como una cosa más de la vida, del paso del tiempo.

Le preguntaron también qué consejos da a sus hijos. Él contestó que ellos tienen una vida muy diferente a la que él tuvo, pues están rodeados de comodidades y van a colegios muy caros, no como él, que viene de una familia modesta. Pero les enseña a no creer que el mundo les debe algo, hay que esforzarse si quieres conseguir lo que deseas. Dice divertido que él es como un jarro de agua fría sobre sus sueños, quiere que sean realistas, que tengan los pies muy asentados en la tierra.

Al inquirirle sobre las cosas a las que había tenido que renunciar por dedicarse a su profesión, él dijo que a casi todo, a la vida de familia, a sus relaciones sociales. “Nunca estás en los cumpleaños, con tu mujer y tus hijos, con los amigos, en los entierros de los tíos…, pero siento que mi lugar está ahí, en el set de rodaje”, afirma convencido. Recuerdo hace unos años que no lo tenía tan claro, y algún incidente tuvo estando en un hotel desde el que no conseguía telefonear a su casa. En esa ocasión, ante la frustración, perdió los nervios y se puso violento. Es duro. “Yo no sabría hacer otra cosa, lo haría gratis incluso si llegara el caso. Para mí no es trabajo, es mi vida”.

Russell adivinó a quién pertenecían las caras que iban apareciendo a partir de la suya, en una transformación hecha por ordenador que incluyen algunas veces en el programa. Pero él respondía en segundos, cuando nadie habría sido capaz de reconocer al personaje en el que se convertían. Tiene una agudeza visual, una inteligencia y una rapidez de reflejos extraordinarias.

Asistió divertido a las diversas intervenciones de los diferentes personajillos que aparecen habitualmente aquí, que a mí la verdad me producen vergüenza ajena, pero él en todo momento fue como siempre, amable, simpático, sociable, educado y tierno, y muy viril. Emana un atractivo y un magnetismo personal enormes, sin proponérselo. Pedazo de hombre donde los haya.

Cuando finalizó el programa y se levantó, dirigió su mirada hacia un lado para que le indicaran por dónde se tenía que marchar. Su gesto fue muy especial, muy dulce, se notaba que había estado a gusto, que disfruta no sólo haciendo películas si no también promocionándolas, algo que para la mayoría de los actores suele ser un suplicio. Comentó que a él en realidad ya le habían pagado hace dos años por hacer el film que ahora estrena.

Recuerdo que cuando invitaron a Mel Gibson al principio parecía desconfiado, y luego le pasó como a Russell, se percató del tierno infantilismo del programa, con sus muñecos hormiga parlantes y demás, y terminó mostrando un gesto relajado y dulce.

Magnífico actor, gran persona, Russell Crowe es uno de los mejores intérpretes que existen actualmente en el panorama cinematográfico, y desde hace años. “Nos has parecido una persona muy interesante”, le dijo el presentador de El Hormiguero a modo de despedida, “y ha sido un placer y un honor tenerte entre nosotros. Esperamos que vuelvas otra vez”.

Eso esperamos, desde luego. Qué sería de nosotros sin él.

jueves, 27 de junio de 2013

Anita en la cocina


No suelo yo mucho coincidir en la cocina con Anita, mi hija. Ella aprendió el año pasado a hacer filetes de pollo a la plancha y de vez en cuando le gusta ponerse ante los fogones, superándose a sí misma en cada ocasión. Creo que nadie le enseñó a hacerlos, pero seguramente posee un instinto, un talento especial con el que Dios toca sólo a unas cuantas personas,  del que algunos miembros de mi familia que ya no están en este mundo gozaban también.

Hace unas pocas noches le pedí que hiciera unos filetes que había comprado. Al contrario que yo, Ana no hace pereza para estas cosas. Enseguida buscó la plancha, saló los filetes, puso un poco de aceite, y los espolvoreó con perejil y ajo picado en cuanto los tuvo al fuego.

En esta ocasión estaba muy nerviosa, ella dice que por mi presencia en la cocina, aunque a mí me pareció que más bien era porque estaba en plena época de exámenes y no podía estarse quieta. Volteaba sin cesar los filetes sobre la plancha, hasta que cogían un tono dorado, que sabe que es como me gustan a mí. Ella los prefiere menos hechos. A veces los dejaba estar y entonces se dedicaba a pasearse de un lado a otro como si bailara. La cocina tampoco es tan grande, por lo que no da para muchas expansiones.

Yo que soy tan tranquila la verdad es que me aturdía. También es cierto que tenía el día controlador, pues no dejé de darle instrucciones todo el rato, algo que normalmente no hago, que me horroriza y que además es donde menos hay que hacerlo. Es como el que va en coche y lleva de copiloto a una persona que constantemente aturde con indicaciones sobre la dirección a tomar o el mejor lugar para aparcar, no dejando que el que conduce obre a su libre albedrío. Qué afán por controlarlo todo.

El refrán aquel de que muchos cocineros estropean el cocido es una gran verdad. Si cada uno queremos hacer la comida a nuestra manera, que nunca es igual que la del resto de la gente, al final sólo saldrá una bazofia. Al principio le dije a Anita que yo sólo era el pinche, y que si no la ayudaba ni siquiera a salar los filetes era porque quería que todo lo hiciera a su gusto, dándole su toque especial. Si yo intervenía en la más mínima cosa el resultado ya no sería igual.

Pero no podía evitarlo, a todo le ponía objeciones: que por qué volteaba tanto los filetes y no los dejaba un rato quietos hasta que se hicieran por cada lado; que si era mucho ajo y perejil o poco aceite, que si el fuego estaba demasiado fuerte, que si el mango de la plancha sobresalía mucho y era mejor apartarlo, que por qué no dejaba de dar vueltas en la cocina que me estaba poniendo a mí también nerviosa. Ella no entiende cómo puedo estarme parada de pie derecho sin moverme durante mucho tiempo. Tendría que hacer yoga para aprender estas cosas. O eso dicen. 

En fin, que nunca creí que me convertiría en una vieja rezongona y mandona, allí en la cocina precisamente, y más sabiendo que eso la pondría aún más nerviosa. Todo el tiempo repetía yo como un mantra “En fin, me voy a callar”, pero luego no era capaz de hacerlo.

Lo cierto es que Ana cocina como suelen hacerlo los hombres, poniéndolo todo perdido y ensuciando muchos cacharros. Y parece no darse cuenta, como si fuera algo normal. Es como el artista que se concentra en su creación y no ve nada más. A mí me horroriza verlo todo empantanado, pero prefiero dejarla a su aire porque cada uno tenemos nuestra manera de hacer las cosas. Cuando termina parece que ha pasado un huracán por allí.

Al final le salieron muy ricos los filetes de pollo, como siempre, y yo me fijé en su forma de cocinar para aprender. Le dije que se hiciera con más recetas, ya fueran de su invención o ajenas, que en esto de lo culinario el horizonte es infinito y aún nos quedan reservadas muchas sorpresas. Realmente lo que necesito es alguien que me libere de los fogones, pues mis intentos por ser una chef consumada han tenido poco éxito por lo general. Me doy cuenta de que Anita ya es toda una mujer y de que hace tiempo es capaz de muchas cosas. Qué delicia que cocinen para ti, y encima bien.

martes, 25 de junio de 2013

Lo que no sabíamos de Hitler


Hay un programa en Digital Plus que es sumamente curioso e interesante. En cada capítulo se cuentan las diez cosas más peculiares y desconocidas de personajes famosos. Me llamó especialmente la atención el dedicado a Adolf Hitler.

La curiosidad hizo que buscara más información sobre el tema, y la verdad es que encontré más de diez particularidades relativas a este señor. Adolf nació en una modesta familia en la que su padre lo trataba con rudeza, amargado por su pasado bastardo, engendrado por el patrón de su progenitora, un judío acaudalado que nunca lo reconoció.

La madre de Adolf, a la que adoraba (se parecían mucho físicamente, sobre todo en el azul claro y gélido de sus miradas) le animaba en todo momento con sus aspiraciones artísticas. Tuvo 6 hijos, además de Adolf, pero 4 de ellos murieron prematuramente, y los otros 2 eran retrasados mentales, teniendo oculto a uno de éstos por vergüenza.

Adolf quiso ingresar en la Academia de Bellas Artes para ser pintor, pero debido a la dificultad que tenía para dibujar el cuerpo humano terminó no siendo admitido en las pruebas de acceso. Frustrado, continuó dedicándose a su pasión como entretenimiento. Nos han quedado algunos de sus bocetos, delicadas flores, algún paisaje oriental con lejana figura humana. Tenía mucho oído para la música, y sabía tocar la flauta y la armónica.

También se dice que era medio vegetariano, y muy goloso, podía llegar a tomar un kilo de chocolate al día, y se ponía 7 cucharadas de azúcar en el té. También era muy hipocondríaco.

Su madre falleció cuando él tenía 17 años, y a partir de entonces pasó muchas necesidades, afectivas y materiales. A esa edad decidió independizarse. El último de los hermanos que aún le quedaba vivo había muerto a edad temprana, lo que le causó un gran trauma. En Viena recibió la ayuda de judíos, que le dieron comida y hasta le prestaron ropa de abrigo con la que afrontar los duros inviernos. A pesar de todo llegó a dormir durante un tiempo a la intemperie, como un vagabundo.

Decidió emigrar a Alemania en busca de un futuro mejor, y allí se dejó influir por el clima antisemita. Su inteción era eludir el servicio militar, pero fue reclamado por su país de origen, donde no pasó el examen médico, declarándosele no apto para el combate. Exaltado por las proclamas callejeras que presenciaba con creciente entusiasmo, decidió ingresar en el Ejército al estallar la 1ª G.M., haciendo caso omiso del dictamen médico que lo declaraba inútil, desempeñando labores de mensajero. Sus superiores nunca creyeron que tuviera aptitudes de mando ni con valor suficiente como para llevar a cabo misiones de riesgo. En cierta ocasión le mandaron recortarse el bigote, que llevaba demasiado largo, dejándoselo con el aspecto característico con que lo hemos conocido siempre.

Aparentaba ser un hombre sin talentos, un tipo gris que no lograba destacar en nada, pero pronto fue enviado al campo de batalla, recibiendo condecoraciones en dos ocasiones por acciones heroicas.

Al acabar la contienda decidió entrar en política, donde despuntó en labores de espionaje. Poco a poco fue subiendo peldaños en la jerarquía del Partido del Trabajo alemán, al que terminó convirtiendo en una organización paramilitar, hasta que llegó un punto en que su influencia fue lo suficientemente grande como promover la rebelión. Quería hacerse con el poder. Debido a esto pasó 5 años en la cárcel, donde lleno de ira y amargura escribió un libro que más tarde sería como la biblia para los nazis.

Al salir volvió a la política, y poco a poco fue de nuevo adquiriendo influencia, debido a su hipnotizante retórica. Cuando fue nombrado canciller, eliminó a sus adversarios políticos y fundó su propio ejército, con lo que dio rienda suelta a su antisemitismo con medidas sangrientas, persecuciones e invasiones, que desembocarían en la 2ª G.M., dando lugar a todos los macabros sucesos por todos bien conocidos.

Hitler era especialmente imaginativo ideando formas de tortura para sus enemigos, que aquí no voy a describir.

En la vida de Adolf hubo unas cuantas mujeres, aunque al principio, siendo aún joven, en una ocasión se le insinuó una lechera de su barrio y no se le ocurrió otra cosa que salir corriendo. Tenía miedo del sexo, pero al llegar a la edad adulta se convirtió en un obseso, con tintes sádicos, hasta el punto de que sus amantes terminaban suicidándose desesperadas. Dos se pegaron un tiro, una se tiró por una ventana, otras dos se ahorcaron, aunque una de ellas logró salvar la vida. La última, con la que se casó, y a la que obligó a reconstruirse la vagina porque era anormalmente pequeña, se envenenó con cianuro cuando ya estaba todo perdido para ambos. Él prefirió pegarse un tiro.

Todo en la vida de Adolf Hitler está marcado por la miseria moral y la violencia. Los traumas de infancia, la falta de afecto, las penurias económicas sufridas, el rechazo ajeno en ciertos momentos de su vida, y el hecho de que hubiera perdido un testículo durante un combate en la 1ª G.M., algo que parecía poner en duda su virilidad, convirtieron a este hombre en un monstruo, incapaz de superar sus lacras.

Toda aberración tiene un origen. Siempre me había preguntado cómo se podía “construir” una personalidad así, y estaba segura de que un pasado traumático era la causa, aunque aún ignorara sus circunstancias. Por fortuna no todos los psicópatas llegan hasta donde él llegó, sólo unos cuantos.

viernes, 21 de junio de 2013

Marilyn, una vez más


Ponían el otro día el enésimo reportaje sobre la vida y muerte de Marilyn. Siempre hay alguna cosa que no has oído antes entre las muchas que son ya de sobra conocidas, la existencia de esta mujer, con sus claroscuros y circunstancias personales, da para mucho. Además escribía sobre todas la cosas que le pasaban, lo que sentía y pensaba. Era su forma de exorcizar sus demonios, de intentar alejarlos.

Preguntaban sobre ella a una profesora que tuvo en el colegio. “Norma Jean era una niña muy agradable, pero excesivamente retraída y poco alegre. Llamaba la atención su ropa, sus vestidos no eran como los de las demás niñas. Daba la impresión de que recibía poca atención”. Quién le iba a decir que ya siendo adulta luciría una ropa maravillosa que resaltaría su belleza hasta límites insospechados, gracias al gusto exquisito que poseía.

Una de las muestras más evidentes de su necesidad de pertenecer a un hogar tuvo lugar cuando, siendo ya actriz, se fue a vivir con un matrimonio amigo. Siempre deseó tener una familia, formar parte de algo o de alguien, tener raíces.

Cuando decidió dar clases de interpretación con Lee Strasberg, se sentía incómoda con sus compañeras, le parecían distantes y frías, pero continuó asistiendo porque admiraba profundamente a  Lee y le interesaban mucho sus enseñanzas.

Su famoso método consistía en entrenar la memoria emocional, haciendo que los sentimientos te invadieran. Empezaba en el cerebro, donde se evocaba una experiencia del pasado, y luego debías dejar que te ocupara por completo. Es complicado, porque la mayoría de las personas evitamos los estados de ánimo dolorosos, por simple instinto de supervivencia. A Marilyn le pidió que recordara alguna experiencia traumática del pasado, por ejemplo de entre las muchas que tenía aquella en la que un pariente estuvo a punto de asfixiarla con una almohada. Al hacerlo llegó un momento en que no pudo más. Lee le recomendó que asistiera a terapia psicológica.

En unas imágenes de sus clases se ve a Lee con una alumna, ya no muy joven, que lloraba y le gritaba que lo hacía lo mejor que sabía, que no podía hacerlo de otra forma. Él la gritaba a su vez hablándola con dureza, sin admitir sus excusas.

“Tan sólo he conocido a 2 ó 3 personas que tuvieran una sensibilidad tan fuera de lo común. Marilyn era una de ellas. Marlon Brando tenía también una sensibilidad muy parecida”, diría más tarde Strasberg.

Ella reclamaba un salario mejor que el que percibía en cada uno de sus trabajos. La Fox se mantenía prácticamente con los éxitos que ella les proporcionaba, ganaban muchos millones y a Marilyn le pagaban muy poco en comparación con otras artistas, incluso siendo compañeras de reparto y no teniendo ni la mitad de fama que ella. Rompió su contrato con la compañía, algo que fue muy sonado, pues no era muy habitual que una estrella de cine pudiera librarse de las ataduras a las que las sometían las grandes productoras. Se fue a Nueva York, creó su propia productora, hizo una película que fue un bombazo en taquilla y, al cabo de un año la Fox la reclamó con un jugoso contrato, que ella aceptó.

La famosa escena de la rejilla de metro que levantaba el bajo de su vestido tuvo su miga. Eran entre las 2 y las 3 de la mañana cuando se estaba rodando, y como la voz se corrió se llenó la calle con una muchedumbre creciente de hombres que la silbaban y vitoreaban. Marilyn se dejaba llevar por el entusiasmo despertado, y respondía al clamor de la multitud prolongando el momento. Su marido por entonces, Joe di Maggio, que se había puesto muy nervioso, al final estaba furioso y se terminó marchando de allí. Tuvo que venir la policía para dispersar a los concurrentes. En el hotel donde se alojaban se oyeron más tarde los gritos y golpes del ex jugador de béisbol cuando se quedó a solas con ella. Era muy celoso, e intentaba controlarla hasta la exasperación. Le hubiera gustado que ella dejara su trabajo y se convirtiera en la típica ama de casa que cocinara apetitosos platos para él. Poco después de aquel incidente, anunciaron su divorcio.

Con Arthur Miller, su último marido, no tuvo mejor suerte. Él dice que cuando la conoció estaba llorando. Inmediatamente, romántico empedernido como era, se enamoró de ella. La conquistó con sus atenciones. Cuando aún casi no se conocían se empeñó en llevarla en su coche a una fiesta en la que ambos estaban invitados. Ella se negó diciendo que iría en taxi, pero él no lo permitió. Era un hombre muy inteligente que no tardó en conocerla y comprender el tormento de su alma. Siempre le pareció una mujer triste que sin embargo amaba la vida


. Marilyn deseaba fervientemente tener hijos. Durante su matrimonio tuvo 2 abortos. Nunca pudo ver cumplido su sueño. En esta época se hizo adicta a las pastillas, y tenía insomnio crónico.

Cuando el amor se extinguió ella cayó en una profunda depresión. Dicen que las exigencias de él habían socavado su autoestima. El papel que escribió para ella en la que sería su última película, Vidas rebeldes, no le gustó, pues se vió retratada en él de forma grotesca y lamentable. Su marido se enamoraría durante el rodaje de una fotógrafa que formaba parte del equipo de la película.

Sus amistades la llevaron a un centro psiquiátrico engañándola, porque de otro modo nunca habría accedido a ir. Ella se preguntó asustada por qué cerraban la puerta tras ella y no la dejaban salir. Recuerda con horror cómo la recluyeron en una especie de celda, en un lugar donde sólo había luz eléctrica y frías paredes de hormigón, y cómo tenía que mezclarse con otras personas dementes con las que sentía no tener nada en común. Era como una pesadilla. Escribió cartas pidiendo ayuda, a los Strasberg entre ellos, pero el único que fue a buscarla, al cabo de 2 semanas, fue di Maggio. Dijo que si no la permitían salir demolería el edificio ladrillo a ladrillo. “¿A quién si no a mí puedes recurrir, si soy lo único que te queda en el mundo?”, le dijo cuando salió. Pasaron juntos una temporada descansando, y él reconoció la culpa que había tenido en su divorcio. “Si yo hubiera estado casado con alguien que se comportara como lo hacía yo también me habría divorciado”. En Navidades, ya cada uno en su casa, él le mandó muchas flores de Pascua.

Después de aquello empezó otra película, pero a Marilyn le era muy difícil concentrarse y actuar. Una de las veces que se ausentó del rodaje por problemas de salud acudió sin embargo a la fiesta de cumpleaños del presidente Kennedy, donde cantó su famosa canción felicitándolo. Aquello colmó la paciencia de sus jefes y fue despedida. La compañía divulgó que tenía tantos problemas físicos y psíquicos que era imposible rodar la película. Ella se sintió muy mal al principio, la estaban difamando, pero luego contraatacó. Hizo una sesión fotográfica con un famoso fotógrafo del momento para demostrar que estaba en muy buenas condiciones, y luego inició los trámites para constituir una sociedad con otras personas, una empresa para producir sus películas y llevar todos sus asuntos laborales. Declaró que las productoras no la habían convertido en lo que era, sino el público, que era al que se debía.
Unos pocos días antes de su muerte una productora le ofreció el contrato del millón de dólares que había estado esperando siempre. Pero ella ya había entrado en una fatal espiral de autodestrucción. Las circunstancias de su fallecimiento continúan siendo un misterio nunca aclarado. Curiosamente no fueron hombres sino cientos de mujeres las que colapsaron las inmediaciones de su casa cuando se supo la triste noticia. Algunas pasaban pequeños ramos de flores a la policía que acordonaba la zona, a través de una verja muy alta que protegía el lugar, para que las pusieran cerca de ella. Siempre he pensado que Marilyn es ante todo un ídolo femenino, no sólo un objeto de deseo masculino.

Los encargados del centro psiquiátrico donde estuvo internada declararon que si la hubieran dejado allí por lo menos 6 meses aquello no habría pasado. Sin embargo no cuesta mucho imaginar lo que debió sentir recluida en un lugar tan poco cálido, hecho más para enloquecer que para curar la locura.

Todos lamentamos su temprana marcha. Por desgracia es demasiado habitual desde hace mucho tiempo asistir a la destrucción de muchos artistas de Hollywood, incluso aunque no tengan un pasado traumático como Marilyn. Dicen que el mundo de la interpretación te termina dejando sin alma, a base de encarnar a otras existencias terminas perdiendo la tuya. Marilyn vivía en la piel de un personaje creado por y para ella pero que no era ella, y esa envoltura la engulló al final. La pasión devoradora de sus seguidores sigue aún consumiéndola, utilizada su imagen por la publicidad para vender productos, a pesar de llevar medio siglo muerta, como les pasa a tantos ídolos desaparecidos prematuramente.

Amémosla pero dejémosla descansar en paz, esa paz que no pudo tener mientras vivía.

 
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