“Su móvil no era otro que la curiosidad periodística, el testimonio, la vocación por contar la verdad y buscar la justicia”, decía el gran Manu Leguineche en un artículo sobre Kapuscinski allá por abril de 2003. Un excelente periodista hablando de otro. Y son palabras que se podría haber aplicado a sí mismo.
Nos llega hoy la noticia de su muerte. No sabía que estuviera enfermo desde hace tiempo. Oir su nombre es recordar mi infancia, cuando salía con asiduidad en televisión, toda una vida dedicada a hacer buen periodismo, un hombre que era una institución, aunque su modestia le impidiera reconocerlo. Especializarse en crónica de guerra es una de las labores más difíciles a las que se puede entregar un periodista, y hacerlo como él lo hizo es una muestra fehaciente de su talento.
Igual que hay otros periodistas, como Pérez Reverte, a los que su inmersión en conflictos bélicos, con sus inevitables crudezas, ha convertido en personas escépticas y duras, amargas diría yo, a Manu Leguineche lo único que hizo fue crecerle la humanidad. En él era todo naturalidad. Fue, además de un gran profesional, una muy buena persona.
Me he preguntado siempre, ya cuando estudiaba Periodismo en la facultad, qué es lo que mueve a un periodista a dedicarse a la crónica de guerra. Ahora, pensando en él, creo haber encontrado la respuesta: se trata de entender el mundo, de ampliar los horizontes vitales dejando a un lado lo acomodaticio, ser testigo veraz de las grandes calamidades e injusticias que tienen lugar en nuestro planeta para luego transmitirnos su testimonio fidedigno, la verdad por encima de todo. “Yo nunca llamé a nadie, ni siquiera a mi familia, antes de salir hacia un fregado. En esta profesión hay que ir llorado”, decía sin lamentaciones.
Manu también gozaba de sentido del humor: hace más de 4 décadas fundó en su casa, con un grupo de amigos y amigas, el Club de los Faltos de Cariño, del que seguía formando parte y al que se añadía gente cada cierto tiempo. Soltero vocacional, dice haber sido siempre un solitario, ya desde el internado cuando era niño. Ha tenido varias relaciones, algunas le duraron hasta 5 años, pero afirmaba no ser hombre capaz de aguantar discusiones, y la convivencia las hace a veces inevitables. Además no quería hacer daño a nadie.
Tímido irredento, prefería estar en países del Tercer Mundo, a donde viajó ya con 18 años para encontrarse y conocerse mejor a sí mismo, como comentó en alguna ocasión, antes que en la gran ciudad. Volver a vivir en un pueblo le había quitado gran parte de esa introversión, algo que no hacía desde su niñez. Adoraba el silencio. Decía tener aversión incluso al teléfono, que cada vez le costaba más relacionarse con la gente, que estaba volviendo a la época de las cavernas. Sin embargo, su carácter bondadoso y afectuoso hacía que la lista de sus amigos fuera incontable.
Emprendedor, fundador de agencias tan importantes en nuestro país como Colpisa, en la que se han formado tantos y tan buenos informadores, Manu Leguineche fue un espíritu inquieto que nunca se conformó con la estabilidad del periodismo más convencional. Siempre viajando, destacado en los lugares más remotos, siendo testigo de guerras, de caídas de tiranos, sacando a la luz pública la verdad sobre tantos desmanes como en el mundo hay, sus últimos años los dedicó a escribir libros, faceta que ya desarrollaba desde hacía tiempo.
Veraz, honesto, tan alejado del sensacionalismo al que tiende el periodismo actual, con él se va uno de los pocos profesionales auténticos que aún quedan, gente que, como he podido leer y es cierto, parece una especie en vías de extinción. Para él nuestro afecto y nuestro recuerdo.
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