Me quedé muy sorprendida con la versión cinematográfica sobre los dos últimos años de la vida de Diana Spencer, interpretada por la siempre estupenda Naomi Watts.
Ya de por sí era difícil encarnar a una mujer tan conocida, con unos tics y una personalidad tan marcados, y resultar convincente. Por eso se acerca sólo rozando a la verdadera lady Di, se la reconoce en algunos de sus gestos y en sus reacciones, pero poco más.
Sin embargo, los datos de su biografía que aquí aparecen son muy interesantes. Desconocía que hubiese mantenido una relación durante dos años con un médico paquistaní, que empezó cuando ella se estaba divorciando. Por lo visto era de dominio público, pues fue un romance a duras penas mantenido en secreto, pero yo desde luego nunca lo supe.
De su vida oficial lo sabemos todo, los viajes, las recepciones, la variedad y buen gusto de sus trajes. De su vida privada algunas particularidades que ella misma reveló ante las cámaras de televisión, como es bien sabido. La versión que la película da sobre este asunto está muy mitigada, Diana aparece como si se desahogara, como si necesitara hacer una confesión pública para mostrarse al mundo sin tapujos, con todas las verdades y miserias que la acompañaban, como queriendo decir que a todos, nobles o plebeyos, nos suceden el mismo tipo de cosas, que ella no se había librado.
Pero en Diana había un trasfondo distinto, una necesidad casi enfermiza de llamar la atención. La falta de afecto, ya desde su infancia, había condicionado su carácter. Nunca fue una mujer del todo madura, ni se sintió nunca lo suficientemente querida. Pagaba a los que le hacían daño con su misma moneda, rebajándose a su nivel. Las declaraciones en televisión sobre temas tan personales eran una venganza hacia su ex marido y toda la familia real.
Es muy bello ese amor que sintió por Hasnat Khan, el cirujano que vivía modestamente en un pequeño apartamento y trabajaba en un hospital público, y aún más bello que él fuera capaz de corresponderla sin que subyaciera ningún tipo de interés. Se nos haces extraño ver a una británica y a un paquistaní manteniendo una relación, y más si ella es aristócrata, pero en Gran Bretaña sabemos que la población de origen indio y paquistaní está muy extendida y establecida en la sociedad inglesa desde hace décadas.
Hasnat Khan era el tipo de hombre con el que ella sí debía haberse casado. Tímido, gentil, extremadamente discreto, aborrecía el acoso de la prensa casi tanto como lo aborreció ella, aunque pareciera haberse acostumbrado con el paso de los años y por sus obligaciones como princesa. Según la película, esa fue la causa de su ruptura. Altruista por naturaleza, ejercía labores humanitarias viajando a otros países para desempeñar la medicina sin compensación económica alguna.
Diana llegó a conocer a la familia de Hasnat Khan en Paquistán, a la que quiso visitar en solitario, descubriendo a un clan numeroso que vivía en un estrato social muy selecto. Se la ve paseando por enormes jardines llenos de plantas y fuentes mientras conversa con los parientes de él, y consigue vencer la oposición de la madre, reacia en principio a la inclusión de una extranjera blanca, divorciada y de otra religión en el grupo.
En algunos momentos tuvieron sus discrepancias, pero el verdadero Hasnat Khan, que a simple vista no parece paquistaní, aunque el actor que lo encarna tiene marcados rasgos raciales, desmintió tajantemente que él se hubiera comportado como aparece en la película. En ella se le retrata como un hombre que pasa de la dulzura a la cólera con gran facilidad. Él afirma que jamás habló así a Diana ni le faltó al respeto de esa manera, su educación le impide hacer eso ni con ella ni con nadie.
Antes nunca había querido pronunciarse, llevó la muerte de la princesa con la misma discreción con la que llevó el amor que sintió por ella. El dolor que su desaparición le produjo le impidió durante años rehacer su vida con otra persona, hasta que por razón de su edad su familia decidió recurrir a un matrimonio concertado, como es costumbre en su país, que él aceptó sin objetar nada, dado su carácter afable.
Antes nunca había querido pronunciarse, llevó la muerte de la princesa con la misma discreción con la que llevó el amor que sintió por ella. El dolor que su desaparición le produjo le impidió durante años rehacer su vida con otra persona, hasta que por razón de su edad su familia decidió recurrir a un matrimonio concertado, como es costumbre en su país, que él aceptó sin objetar nada, dado su carácter afable.
La relación con Dodi Al-Fayed fue un idilio efímero. Me acuerdo perfectamente de cuando tuvo lugar. En su momento creía que era una relación más estable, que había comenzado hacia más tiempo, pero no fue así. Mientras estuvo con el millonario egipcio no dejó de llamar a Hasnat Khan. Quería provocar una reacción en él. Sólo contestó a su llamada justo la noche en que Diana murió, por lo que nunca pudo hablar con ella.
Y es que la princesa jugaba a muchas bandas y nunca terminó de llevar una vida estable. La relación con Dodi perseguía dar celos al médico, y al mismo tiempo servía para poner en jaque a toda la familia real, fastidiando especialmente a su ex marido y su ex suegra, que no daban abasto con tanto escándalo.
En la película vemos a una Diana que sabe apreciar la vida sencilla, todo lo que es auténtico. Hastiada del boato en el que siempre ha vivido, comparte cotidianeidad con Hasnat Khan en su pequeño hogar, y confidencias con su mejor amiga en la intimidad. Le molestaba profundamente no poder ver a sus hijos con más frecuencia, sometidos a las rigurosas normas del internado en el que se hallaban.
El accidente que le costó la vida le podía haber pasado a cualquiera, fue una cuestión de mala suerte. Yo, que estuve con mis hijos en el puente del Alma cuando visité París hace 4 años, pensé, mirando el Sena y no muy lejos la Torre Eiffel, que si había de morir no podía haber elegido un lugar más bello. Me alegra saber que, por lo menos los dos últimos años de su vida, fue feliz.
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