Wagner fue la penúltima interpretación de Richard Burton antes de morir. Siempre fue un actor intenso, había algo en él de una brutalidad contenida, incluso en la vejez, cuando hizo este papel, ya próximo a su fin. Hace poco leí sobre su vida, y me pareció comprender mejor por qué era así. Burton pertenecía a una familia muy humilde y numerosa, y fue obligado a dejar de estudiar para ponerse a trabajar, para finalmente ser adoptado por un profesor que le animó a seguir su incipiente afición interpretativa y que le dio su apellido.
Recuerdo que vi esta serie con sumo interés (estaba yo en el instituto), pues mi padre ha sido siempre un gran megalómano y había escuchado la música de Wagner en innumerables ocasiones. La mezcla del sonido tan intenso de sus sinfonías con la recreación de su vida me impactó enormemente. Sus composiciones sobrecogen, son como fuerzas telúricas que arrastran, remueven nuestro interior y, al mismo tiempo, nos llevan en algunos de sus pasajes a tocar el cielo con dulzura y delectación.
Está rodada con un ritmo contenido, lento, recreándose en ambientes y situaciones muy concretas, con un tono muy intimista. Los diálogos grandilocuentes, las tomas largas con muchos picados desde arriba que dan una idea de la majestuosidad de los palacios y paisajes que frecuentó Wagner, los primeros planos que recogen al detalle las mil y una emociones de los protagonistas, el silencio, en el que los gestos y las actitudes son más elocuentes que las palabras, todo ello hacen de esta producción un tratado magistral sobre la vida de este gran músico, en la que sus problemas personales, sus deslices y debilidades, y en suma su genialidad son tratados con gran sensibilidad. Pudiera pensarse que la escabrosidad de algunos episodios de su existencia resta valía a su talento como compositor, pero no fue así.
Ella nunca renunció a volver a su hogar, cosa que hizo en cuanto pudo, aunque Wagner prefería estar en cualquier otro sitio. Luis II de Baviera estaba hipnotizado con su música, y a él debe haber tenido una larga carrera y una vida acomodada. Todo lo que pedía le era concedido, lo cual no obsta para que tuviera desencuentros con el monarca, con el que no tardaba en reconciliarse.
Hubo una época en que Wagner despilfarraba el dinero, viviendo con ostentación, haciendo muchas fiestas y regalos a sus amigos, pagando prostitutas para sus orgías. Puede que esa fuera en realidad la existencia que había querido siempre llevar, o puede que ese desenfreno ocultara otras carencias del compositor.
Conoció a Cósima cuando aún estaba casado, interpretada en la película por la siempre magnífica Vanessa Redgrave. Ella también lo estaba. Formó un curioso trío con el marido, que parecía consentir por su admiración a Wagner, por su falta de carácter o simplemente por su ingenuidad. Ella fue la mujer definitiva, la que le dio hijos. Juntos vivieron en varias ciudades, en grandes mansiones rodeadas de jardines, bosques y lagos. Ella fue la que le dio el amor que necesitaba, la serenidad, la inspiración. Cósima, hija de otro gran compositor, veneraba su música, y le ahorraba la pesadez de las cargas cotidianas o cualquier otro asunto que pudieran distraerle.En respuesta, él la adoraba, y por su cumpleaños, antes de que se levantara de la cama, hizo que su orquesta entrara en su casa y la despertara con una suave melodía compuesta por él, tocando sus instrumentos en las escaleras, como si fuera la cosa más normal. A pesar de los muchos años que estuvieron juntos nunca faltaron los besos, las caricias, los abrazos. En su casa había un ambiente musical, daba clases, componía, ensayaba con músicos, mientras Cósima se movía entre todos ellos, atendiendo a unos y a otros, al mismo tiempo que se ocupaba de sus hijas, habidas en su anterior matrimonio, y el hijo que tuvo con Wagner.
Él tenía un carácter muy temperamental, y era propenso a los excesos. Extremo en sus afectos y desafectos, amaba profundamente a los que le favorecían y despreciaba al que le hiciera la más mínima crítica. Su vanidad buscaba los aplausos, el reconocimiento, la inmortalidad, y se complacía manifestándolo.
Un día, mientras Cósima comía con sus hijos, recibió una carta. Aunque iba dirigida a Wagner, ella leía toda su correspondencia. Era un mensaje de amor de una princesa rusa a la que conocía desde hacía años y que fue su mentora durante un tiempo. Ella entró en el gabinete, donde el músico escribía y gozaba de cierta tranquilidad, y le reprochó que pudiera tener un affaire con aquella mujer. Él se sintió indispuesto repentinamente, se levantó por un momento buscando la ayuda de su mujer, y se volvió a quedar sentado, con los ojos cerrados, como si de pronto estuviera muy cansado y todos los años se le hubieran venido encima de golpe.
Cósima sostuvo su cadáver durante 25 horas, pero le sobrevivió 47 años. Luis II casi enloqueció cuando le dieron la noticia, empezó a romper todo lo que había a su alrededor mientras lloraba y gritaba, tal era la pasión y la admiración que sentía por él. Hombre de personalidad infantil, obsesiva y trastornada, terminó suicidándose adentrándose en las aguas del Rhin 3 años después.
Wagner y sus sinfonías despiertan fascinación, conmueven los más profundos cimientos del alma, y nos hacen ver a un hombre que, independientemente de los aciertos y los errores que tuvo, vivió intensamente aún a costa de su propia paz y la de los suyos, pues siempre dijo e hizo lo que sentía, sin medias tintas, gozando y sufriendo con igual extremo. Nos ha quedado su obra, para la posteridad.
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