Ahora que ya han pasado una vez más la Navidad y el Año Nuevo, con sus eternas y reiteradas tradiciones, podemos hacer una reflexión sobre lo que estas fiestas han sido y son para nosotros. Empezando porque a cada vez más gente le repatean ciertas costumbres que suelen llevar incorporadas. Una amiga se quejaba asqueada de haber sido felicitada y besada por compañeras de trabajo que son unas harpías, a las que por decoro social tiene que poner buena cara,sabiendo que sus buenos deseos e intenciones son una falacia. La hipocresía social nos obliga a veces a vivir situaciones estomagantes, sobre todo en esa época.
Un compañero de trabajo me decía que la Navidad y el Año Nuevo han adquirido una dimensión desproporcionada, una brillantez artificial, de forzado cumplimiento de ciertos ritos irritantes, como ser invitado una y otra vez a grandes comilonas, tener que hacer regalos a tutiplén o imbuirnos de un buenismo que no sentimos en absoluto el resto del año. Se reúnen las familias que normalmente se evitan, teniendo la Navidad como única excusa para poder decir que aún tienen algún vínculo. Es una verdadera pena.
Qué difícil es en la edad adulta abandonar siquiera por unas breves semanas esa capa gris que nos reviste cada día y nos acartona(rutinas, obligaciones, preocupaciones) para participar de un juego, al fin y al cabo, en el que hay magia, dulzura y bondad. Son estos elementos que no deberían faltar nunca en nuestras vidas, relegados como están a la noche de los tiempos de nuestra infancia, por lo que nos cuesta tanto recuperarlos y hacerlos nuestros de nuevo con cada Epifanía.
Hay quienes no pueden hacerlo ya, porque la ilusión se fue hace mucho y ya no son capaces de sentirla. Para los que tenemos creencias religiosas no es tan difícil, pues ese es el auténtico espíritu de estas fiestas, aunque lo olvidemos con frecuencia y sólo pensemos en lo material. La historia de los Reyes Magos de Oriente, la estrella que los guió y el portal de Belén son nuestro camino hacia la luz. Como ha dicho el Papa Francisco, el camino de los Reyes Magos es el camino que nosotros seguimos también.
Después de todo somos un compendio de todas las etapas por las que pasamos en la vida, niñez, juventud, madurez y vejez, no abandonamos cada una para siempre sino que sigue con nosotros hasta el final. Es por ello por lo que entonces no debería ser tan complicado recuperar los tesoros extraviados en lo más recóndito de nuestra memoria y nuestro corazón para volver a disfrutar de ellos. El post que Lorza girl, un blog que sigo, dedicó a estos recuerdos me conmovió y me hizo reir al mismo tiempo, como me suele pasar con casi todo lo que su autora escribe.
Ella se acordaba del Belén que montaba su familia en su infancia, aunque con el tono jocoso que la caracteriza. Las figuras tenían un ojo más grande que el otro, unas eran pequeñas y otras enormes, las luces rojas no llegaban a todas las hogueras, por lo que sólo se beneficiaban el portal y los pastores, la castañera se calentaba con una verde y la posada estaba iluminada con una rosa, por lo que su madre decía que parecía un puticlub, y al ángel como era inestable se le rompían las alas cada dos por tres, como le pasa al que tengo yo ahora.
Yo adoraba el Belén de mi infancia, y recuerdo que también había alguna que otra figura desproporcionada respecto a las demás. Me llamaba la atención el “caganer”, que nosotros poníamos tras el castillo de Herodes, para que se fastidiara con el mal olor, era como una irreverencia, como un castigo para el malvado. En el Corte Inglés he visto este año uno que estaba metido en una caseta, una especie de aseo hecho con maderas rústicas, en una versión menos silvestre al no tener que hacer sus necesidades a la intemperie.
Esto de montar el Belén tiene su aquel, pues cada uno lo hace como quiere. Solemos olvidar el estilo árabe de las casas de Judea, y en cada país o región lo hacen a su manera. Aquí en España hay mucha casa labriega destartalada con corral para gallinas y mucho botijo. He visto estrellas guiando a los Reyes que igual eran un cometa que parecían un cuásar, y portales con tantas luces de colores que asemejaban Las Vegas.
Lorza girl se quejaba de la costumbre de su familia de intercambiar los regalos en Nochevieja en lugar de hacerlo en Nochebuena o el Día de Reyes, porque era cuando podían asistir todos a la vez, algo que al hacerse mayor ya no es así, aunque se mantenga la fecha. Quería que su hija, que es muy pequeña, fuese adquiriendo los hábitos que tiene todo el mundo. Su hermano menor se disfrazó de Rey Mago, pero la niña, como es inteligente y muy observadora, a pesar de su corta edad se daba cuenta de que algo no cuadraba, de que aquel personaje tenía la cara de alguien que ya conocía y que de mago no tenía nada, y miraba como con sospecha.
Sumé mi comentario a otros que recibió su post, preguntándome por qué tenemos que engañar a los niños para que tengan una ilusión. ¿La realidad no lo permite?.En fin, que cada cual se toma estas fiestas como le parece, pues sabemos de antemano que nunca llueve a gusto de todos. A mí sí me gustan, e incluso me parece que duran poco.
Hace poco me contaron que en Cataluña no quitan los adornos de Navidad hasta el día de no recuerdo qué Santa, a principios de febrero. Esa costumbre tengo yo, sin saber que ya existía. Aunque este año no creo que la cumpla, porque vendrá la profesora que da clases a mi hija de inglés y a ella le da vergüenza que no sigamos las costumbres que tiene todo el mundo. Tratándose de mí ya debería estar acostumbrada.
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