jueves, 30 de enero de 2014

En el nombre de la patria


Hoy nos levantamos con una imagen en prensa que llama poderosamente mi atención, la foto del sargento Cory Remsburg en el Congreso norteamericano, en el momento en que es ovacionado mientras Obama le dedicaba un discurso en el que hablaba de los héroes. El militar fue herido gravemente hace casi 5 años en la guerra de Afganistán, por lo que estuvo en coma un tiempo y ha tenido que sufrir muchas intervenciones quirúrgicas.

La foto del periódico lo retrata con la mano que le queda sana en el pecho, su forma de responder a los aplausos, dándose golpecitos repetidamente como si aplaudiese también. Es su imagen más favorecedora, porque hay otras en las que se ve el lado derecho de la cabeza hundido y sin pelo, y se aprecian las heridas en la cara.

A su lado está la mujer del presidente, más fashion cada día que pasa, y un señor de pelo blanco, el padre de Cory, que mira con un ¿inesperado? gesto de consternación hacia el presidente mientras sujeta por un brazo a su hijo. Y es precisamente este hombre el que más llamó mi atención. Ese gesto lo dice todo: tú homenajeas a mi hijo y le organizas todo esto, pero mira cómo está él, cómo ha quedado. ¿Hay guerra que justifique una aberración semejante?.

El militar parece muy contento, ve recompensado su sacrificio con un reconocimiento público al más alto nivel. Las secuelas que le acompañarán el resto de su vida sin duda merman su capacidad de raciocinio. O quizá el instinto de supervivencia le mueve a aceptar la situación y recibir el agradecimiento ajeno como una forma de conformarse con su destino, sin querer pensar en si lo que ha quebrantado su salud para siempre merecía la pena realmente.

El que no parece opinar lo mismo es el padre del militar. Se habrá preguntado mil y una veces por qué elegiría su hijo una profesión como esa. Se supone que ya sabría a lo que se exponía, pero creo que no te das verdaderamente cuenta de la locura que es hasta que no te pasa lo que sólo habías imaginado.

Los americanos son muy de eso, de darlo todo por la patria y la bandera. Aquí se les llamaría fachas, pero allí se les llama patriotas, héroes. Pero no nos engañemos: los que dan su vida en el campo de batalla o pierden la salud a causa de ella son víctimas, no de esos supuestos enemigos a los que combaten, sino de aquellos que organizan el cotarro bélico. Después, cuando ocurre la tragedia, se les da una pensión, un homenaje, o se les dedica en el cementerio un solo de trompeta, unas salvas al aire y la bandera de tu país puesta sobre tu féretro. Bonita envoltura, como un bombón, como un caramelo con un papel llamativo.

Quién puede creer, a estas alturas, que es bueno y memorable que te asesinen o te machaquen en nombre de un espíritu patriótico que sólo favorece a los que no se van a partir el pecho por nadie en ningún campo de batalla, cómodamente sentados en su despacho dando órdenes y apretando botones rojos y nucleares. Concepto este del patriotismo que nos hemos inventado para seguir dando rienda suelta a nuestras pulsiones violentas, que nos han acompañado desde el principio de la Humanidad, y nuestro afán conquistador.

La cara del padre de Cory lo dice todo. De pie junto a su hijo, sujetándolo por un brazo, su consternación parece una mezcla de asco, de espanto, de contenido dolor. Sí, mi hijo ha sido un héroe, pero a cambio de qué. Incluso si estuviera en ese estado a causa de un siniestro con un coche no sería tan dramático como a consecuencia de una guerra. Lo 1º es un accidente, lo 2º un suicidio inducido. Se les lava el cerebro a la gente en Norteamérica con el tema de la patria desde que son pequeños, parece lo normal, lo más natural, meterte en el ejército y salir a dar tu vida por una idea abstracta que no sabemos quién inventó.

El espectáculo del militar deshecho y su padre devastado a su lado es tremendo. Parece una representación macabra, una burla cruel: vamos a darle una medalla al lisiado, a ese títere cuyos hilos hemos manipulado con nuestra propaganda bélica habitual(el tío Sam te necesita), a esa sombra de hombre que queda después del horror. Todos parecen muy contentos, como si hubieran perdido la chaveta o se hubieran puesto una venda en los ojos para no ver la realidad. Es el alivio del que contempla la desgracia ajena como un mero espectador, uf, no me ha tocado a mí, que apechugue cada uno con lo suyo.

Cuántos hay como ellos, víctimas de una maquinaria imparable que tritura al que se atreva a introducirse en sus engranajes creyendo que está formando parte de algo bueno y honorable. Todo está montado a lo grande, como hacen siempre en EE.UU., para fomentar ideas ilusorias lo más alejadas posible de la realidad: tu futuro asegurado, un trabajo digno, una reputación. Cuántas mentiras, qué vergüenza. No puedo por más que recordar Nacido el 4 de julio, una gran película que retrató todo esto con absoluto verismo y que tanto nos hizo pensar. Cuántas cosas deleznables se hacen en el nombre de la patria.

Le doy a Cory y a su padre desde aquí no la enhorabuena sino mi más sentido pésame. Imágenes como la protagonizada por ellos, que hoy viene a ilustrar la portada de los periódicos, nunca debieron haberse producido. Nos desayunamos a diario con noticias y fotos que nos quitan el apetito a la fuerza. Uf, qué bien, no me ha tocado a mí.

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