lunes, 27 de enero de 2014

Las innovaciones del Papa Francisco


"No tengáis miedo a la ternura", ha dicho el Papa Francisco. No es de extrañar, con declaraciones como esta, que todo lo que diga o haga nos resulte siempre tan conmovedor. Como conmovedores son los esfuerzos que hace por ampliar las miras de la Iglesia católica y por modificar las rancias estructuras que mueven sus engranajes, oxidados tras siglos de inmovilismo y renuencia al cambio. Tiene que estar resultándole un esfuerzo titánico.

O no. Porque en él todo parece fluir con naturalidad, sin grandes quebraderos de cabeza. Me asombra que pueda él solo con toda esa carga. En Las sandalias del pescador se dibujaba la imagen del Papa como un ser obligado a vivir en soledad, con la única compañía de su fe y sus asistentes personales, que se limitaban a cumplir su función y poco más. En aquella película el Santo Padre era como un pájaro encerrado en una jaula de oro, coartada su libertad por normas rígidas y ancestrales, que tenía que pedir permiso para casi todo. Me hacía gracia ver cómo se escapaba de vez en cuando de su reclusión a escondidas, de incógnito: para él la vida normal que llevaba el resto de la gente se había vuelto una aventura.

Tampoco creo que la vida papal sea exactamente así. Sí es cierto que están colmados de innumerables actos oficiales, viajes sin fin, agendas maratonianas que pocos resisten, dada la avanzada edad a la que son elegidos para el cargo. Pero en el Papa Francisco se vio, desde un principio, una energía y una salud, física y mental, poco comunes.

Casi cada día nos sorprende con una nueva declaración. Primero fue aquello de que quién era él para juzgar a los homosexuales, cuando fue preguntado al respecto al salir de un avión. También lo del banco vaticano, que es un tema peliagudo, porque tocarle el bolsillo a los demás, aunque sean sacerdotes y tengan voto de pobreza, es algo que puede hacer estallar un polvorín. Después lo de que las monjas puedan oficiar Misa y dar la Comunión. Esto sí que me dejó estupefacta. Debe ser que las mujeres formamos parte de esos grupos marginales de la sociedad a los que tanto está volviendo sus ojos el Papa Francisco. En la Iglesia católica, y creo que en el resto de confesiones religiosas, nosotras seguimos siendo plato de 2ª mesa, con un trato diferente del de los hombres.

Hace poco pensaba que en realidad las monjas siguen las mismas costumbres que las mujeres de los países más integristas: también se tienen que tapar la cabeza y llevar ropas que les llegan por los pies. Se confunde su voto de castidad, el recato y la modestia por no presumir o hacer alarde, con una anulación completa de lo que es ser mujer. De nada tenemos que avergonzarnos, nada tenemos que esconder. Lo feo, el pecado, está en la mirada de los demás. La historia de Adán y Eva y la expulsión del Paraíso es un cuento inventado por los hombres para tener una excusa con la que someternos, prevaleciendo siempre ellos. Será que nos tienen miedo.

Me llamó la atención el Papa Francisco una vez que hablaba sobre la necesaria renovación de la Curia romana. Es la única vez que he visto temor en su cara, como si estuviera abriendo la caja de Pandora de todos los intereses creados en el Vaticano, un tema que nadie antes se había atrevido a tocar.

Lo último que me ha llegado al corazón son sus rotundas afirmaciones en relación con las acusaciones de pederastia hechas a algunos sacerdotes, que han sido juzgados por ello. Ha sido contundente, ha condenado a esas personas sin reservas y ha dicho que deben pagar por lo que han hecho. Nada de mentiras, nada de esconder los trapos sucios, que los hay en todas partes, la Iglesia incluída.

Pero sus innovaciones no alcanzan sólo a su trabajo, también a su aspecto exterior. Si Benedicto llevaba anillo y crucifijo de oro colgando de una cadena muy elaborada, el Papa Francisco los lleva de plata o de hierro sin adornos en la cadena. Y es austero hasta con los colores de la vestimenta: si el anterior Papa llevaba pantalón y medias blancos, zapatos y muceta rojos, y roquete con puntillas, el actual lleva pantalón, medias y zapatos negros, no se pone muceta, sólo la sotana y la esclavina blanca, y el roquete sin puntillas.

Y no es porque Benedicto fuese ostentoso, sólo se limitaba a seguir la tradición. Pero el Papa Francisco ha roto también en estas cosas el boato al que nos tenía acostumbrados la Iglesia. No es difícil imaginar que alguien como él no podrá soportar la eterna contradicción de un ministerio que no deja de predicar la sencillez, la humildad y la ayuda a los necesitados, y luego luce en sus apariciones públicas todo tipo de lujos.

En los encuentros con los cardenales eludió el tradicional besamanos, y viaja con ellos en microbús, eludiendo el papa móvil. Para salir fuera del Vaticano prefiere utilizar un Volkswagen negro de la Gendarmería vaticana antes que el lujoso coche oficial, un Mercedes. Además su escolta se ha reducido al mínimo. Cuando viaja al extranjero no se aloja en lujosos hoteles sino en habitaciones sencillas y no muy grandes. No es de extrañar que cesara al obispo alemán aquel que vivía con ostentación y derroche.

Ya desde el principio rechazó vivir en los fríos apartamentos pontificios, y lo hace en la residencia de Santa Marta, donde viven los eclesiásticos de la Secretaría de Estado y los obispos de todo el mundo que llegan a Roma, porque no le gusta vivir solo. Él llega al comedor y se sienta con su bandeja en el primer sitio que haya libre. Se levanta a las 5 menos cuarto de la mañana y se acuesta a las 8 de la tarde.

En fin, que estoy maravillada con la forma de hacer las cosas de este hombre, su apertura de miras, su bondad sin amaneramientos beatos, la fuerza de sus palabras y sus acciones. Necesitábamos algo así. Cuando le veo fotografiado junto al anterior Papa, algo inédito en la Iglesia católica, dos Papas juntos, me encanta, o cuando aparece junto a personas afectadas por todo tipo de enfermedades, cómo las toca, cómo las besa, es increíble. Es el Sumo Pontífice que más se me asemeja a lo que debió ser Cristo en la Tierra.

Esperamos que siga así por mucho tiempo. Con cuántas cosas más nos sorprenderá…

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