miércoles, 15 de enero de 2014

Gallardón y su ley del aborto


A Gallardón hace tiempo que se le va la pinza, y mucho. No hubo más que verle cuando supo que no iba a ser candidato a la presidencia de este país, parecía un niño enrabietado porque no se ha salido con la suya. Su ambición no conoce límites, y su soberbia. Tras ese aire infantilón que tiene se oculta un déspota a todos los niveles, incluido el personal. Hace poco me enteré, aunque es vox populi hace mucho, que le es infiel a su mujer desde tiempo inmemorial. Si estuviera en EE.UU. ya le habrían hecho retirarse de la política por comportamiento indecoroso, con lo puritanos que son allí. Y lo tendría merecido.

Porque quién es él para dar lecciones morales cuando no se es un ejemplo para nadie ni siquiera como ser humano. Se atreven a nombrarlo ministro, y donde vaya tiene que armarla. Porque ese es el pasatiempo de todos los idiotas, llamar la atención en todo momento para que todo el mundo esté pendiente de ellos. Si lo hubieran puesto al frente de otra cartera habría pasado lo mismo, se las habría ingeniado para organizarla con alguna propuesta desquiciada.

Lo de la nueva ley del aborto es un ejemplo claro. Quién es este señor para restringir los casos en los que se admitía esta práctica. Ya de por sí ha sido siempre un tema polémico, para qué darle más vueltas. Yo, que estoy en contra del aborto en casi todas sus formas, sin embargo un resto de humanidad me lleva a considerarlo en lo que se refiere a los embarazos con síndromes como el de Douglas. Cómo permitir que una criatura tenga sufrimiento fetal, y cómo se ha de sentir una madre sabiendo que no puede interrumpir un embarazo en el que su futuro hijo está agonizando casi desde el mismo momento en que es concebido.

Un tipo inmoral como Gallardón no puede jugar a ser Dios, decidiendo quién puede existir y quién no. Qué vida es esa para el que tiene tan pocas posibilidades de sobrevivir a una gestación. Es el nunca suficientemente dilucidado tema del bien morir, esa eutanasia que no termina de formar parte de ninguna legislación. Cuántos problemas para un hecho tan natural y cotidiano como es la muerte y para algo tan básico y trascendental como la dignidad humana. Si hasta la piedad llega a los animales, cuando nada se puede hacer por ellos y están padeciendo, cómo no va a llegar a las personas. Me gustaría verle en una situación como esa, porque cómo decidir y mucho menos legislar sobre lo que sólo se conoce de oídas.

Él, que tiene tantos hijos, reconocidos al menos, porque con ese vaivén adúltero puede que tenga algunos más, no sabe lo que puede suponer la restricción que quiere llevar a cabo. Parece una medida de los católicos más acérrimos y recalcitrantes, él, que es un pecador nunca arrepentido. Hace falta ser hipócrita, y descerebrado.

Todo lo bueno que hubiera podido hacer en el pasado, cuando aún la ambición política no parecía tan arraigada en él, se ha ensombrecido con sus desmanes de los últimos años. En lo único que se parece a su padre, que fue un político insigne, es en su gusto por el escarceo extraconyugal. Lo llevamos claro si tipos como este están en puestos de importancia, decidiendo sobre el bien y el mal.

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