lunes, 13 de enero de 2014

Master Chef


Sergi Arola
Tienen desde hace tiempo mucha aceptación los programas de cocina en televisión, desde aquel lejano Con las manos en la masa hasta los que inició Arguiñano, y toda la secuela que ha venido después, buscando el éxito que éste tuvo. Los concursos también han tenido su hueco como Esta cocina es un infierno, con Mario Sandoval y Sergio Arola en reñida competición. Aquí ya pudimos ver las primeras muestras de la larga saga de programas de este tipo en los que se maltrata a los participantes, con la excusa de que así aprenden más rápido y mejor. En realidad hay pocos concursos, de la índole que sean, en los que no se hostigue a los que tienen la desdicha de participar en ellos, como si de un entrenamiento militar se tratara. Por lo visto no es cuestión de divertirse y ganar un premio, sino que antes hay que pasar un calvario en el que tu dignidad y tus derechos como persona son puestos en entredicho. Es incluso hasta desagradable de ver. No veo por qué tenemos que copiar el estilo de programas que hacen en EE.UU., si allí se divierten con eso pues mejor para ellos.

Mario Sandoval
No hace mucho el programa de Alberto Chicote, copia como decía de otro que existe en Norteamérica que guarda bastante menos las formas, nos descubría los entresijos de algunos restaurantes al borde de la quiebra, cuyas cocinas en la mayoría de los casos producían repulsión. Fue una idea acertada pero muy reiterativa, terminaba cansando.

Ahora Chicote, aprovechando su éxito, se ha reenganchado con un concurso en el que colabora con otros dos chefs, mujer y hombre (ya era hora de que alguna fémina se hiciera con los fogones), para ponerle las pilas a un montón de cocineros, muchos de ellos con experiencia profesional, venidos de todas partes de España. Es, una vez más, copia de otro que se hace en EE.UU., Master Chef. En él, tres afamados cocineros ponen a prueba los nervios y la habilidad de los concursantes, convocados en masas.

Alberto Chicote
Uno de los cocineros es el que hacía la versión americana del primer programa de Chicote, un señor muy rubio y muy alto, muy nervioso y bastante chabacano, aunque es el único que dice algo amable de vez en cuando. Se presenta como dueño de un montón de restaurantes, con varias estrellas Michelín en su haber.

Otro de los expertos cocineros es un hombre joven, aunque por lo grande y lo obeso parece mayor. Viste de manera informal, y no es demasiado borde cuando critica los platos de los concursantes.

El 3º es un señor muy trajeado con el aspecto de fabricación en serie que tienen ahora todos los hombres cuarentones que van de cool: rapado para disimular que son calvos, ropa muy ajustada, aire distante. No sonríe nunca, y casi no habla. No le gusta casi nada de lo que prueba, y se limita a echar una mirada intimidatoria y despectiva al concursante de turno, sin decir nada. Si alguna vez se decide a hablar suele ser muy hiriente, déspota, y hasta cuando dice algo agradable mantiene su hierática postura, como si le hubieran metido un palo por el culo. Es una actitud forzada, antinatural, con la que pretende parecer un tipo interesante, duro, cuando en realidad resulta antipático, maleducado, insípido y ortopédico. Dice ser dueño de un montón de bodegas, vinotecas y restaurantes.

A los concursantes se les sitúa en grandes naves de aspecto industrial, en las que se han dispuesto filas de fogones y encimeras para que desarrollen sus creaciones durante una hora. Mala filosofía la de estos programas, los cocineros que los llevan deberían saber más que nadie que para que una comida salga bien no debe haber prisas. La cocina es tiempo, deleite, dedicación. También es cierto que cuando se trabaja en un restaurante y hay que dar de comer a mucha gente se debe ir rápido, pero yo sigo pensando que esto es incompatible con un buen resultado.

Hay quienes, aún así, consiguen platos magníficos, como pasó con una chica, treinta y muchos años y rasgos sudamericanos, que hizo unas tartaletas de frutas con un aspecto increíble, teniendo en cuenta que la masa la debían hacer ellos mismos. La rapidez y la capacidad de improvisación se valoran mucho.

Otro fue expulsado porque puso harina cruda en su guiso, algo que por lo visto es imperdonable. Había sido una medida tomada en el último momento para intentar espesar un caldo. Y varios dejaron sus comidas a medio hacer porque no habían encendido el horno con suficiente antelación.

En una de las pruebas les dejaban a todos un pollo y un montón de aderezos, y debían cocinarlo como mejor creyeran. Había gente que se metía en unos líos impresionantes, cocinando salsas complicadas, o todo lo contrario, haciendo algo muy corriente con lo que no podían lucirse. Casi todos salieron escaldados, con los platos sencillos es donde lo tienen más difícil curiosamente.

En la penúltima prueba los situaron en un local de diseño precioso y el ganador podía escoger en una despensa enorme y muy fashion todos los productos que quisiera, con lo mejor que un cocinero se pudiera encontrar. Había un chico muy joven y guapo, con la pinta típica de los universitarios pijos estadounidenses, que se daba aires de superioridad y que no caía bien a nadie, no sólo por su arrogancia sino también por proceder de una familia adinerada, algo que por lo visto les parecía a todos muy censurable. Pensaba que siempre tenía que destacar y que debía ser él el vencedor, y le molestaba visiblemente que los demás tuvieran reconocimiento y se alabara su trabajo. La antipatía que le tenían se correspondía con la que él sentía por los demás. Me dio un poco de lástima, porque se veía que era víctima de una educación equivocada que le perjudicaría toda su vida.

En fin, que entre unos y otros estamos bien servidos en la parrilla televisiva, nunca mejor dicho. Esto de la cocina interesa a mucha gente, por lo que se ve, aunque no sé si lograremos aprender nuevas recetas con las que innovar nuestro menú diario, pues se cocina mucho pero no se explica bien cómo ni con qué. Dónde está el amor y la laboriosidad que han hecho falta siempre en la cocina para que los platos salgan ricos. Si nuestras abuelas levantaran la cabeza y vieran lo que se hace ahora, centrifugar lechugas, caramelizar cebollas, gasear, usar sopletes, en fin, se horrorizarían.


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