martes, 23 de abril de 2013

El Papa Francisco


Nunca pensamos, cuando fue elegido el Papa Francisco, que le veríamos arrodillado lavándole y besándole los pies a la gente, tal y como hacían Jesús y sus discípulos en los comienzos del cristianismo. En los tiempos que corren, donde hay que mantener una pos preestablecida de cara a la galería, todo dentro de las normas y el protocolo habitual y "bien visto", esta señal de humildad puede parecer inapropiada.
Pero el Papa no entiende de rigideces ni costumbres inamovibles. Él hace parar su papa móvil en medio de la muchedumbre, se baja y se acerca a acariciar y besar a un hombre con parálisis cerebral que está en brazos de otra persona, y les dirige unas palabras. Él no pasa de largo, saludando desde su vehículo sin casi mirar a los que le rodean, él se fija, y si ve que alguien necesita una atención especial va y se la da, sin más. Y no es un golpe de efecto de cara a la opinión pública, se nota enseguida que es lo que le sale del corazón, lo más natural del mundo para él.

Qué sentido tiene seguir los pasos de Cristo desde un vehículo motorizado, o emular su estilo de vida sencillo simplemente lavándole los pies a la gente. ¿Cómo viajaba Jesús cuando predicaba su doctrina?. Ya sé que no tiene sentido hoy en día ir de un lado para otro a pie o en burro, como se hacía entonces, pero bajarse del papa móvil en un momento dado y acercarse a los demás es lo menos que se puede hacer. El Papa no es un mero símbolo, una figura a la que idolatrar y preservar por temor a que pueda ser dañada, es un ser humano que quiere estar en contacto con otros seres humanos, un hombre al que el azar ha querido poner en un lugar preeminente en la jerarquía eclesiástica, y no para permanecer ahí estáticamente.

La polémica está servida: que si es demasiado impulsivo, que si pone en peligro su seguridad constantemente, que si los guardaespaldas tienen que ir a la carrera detrás de él por sus imprevistas aproximaciones a los que vienen a verle. Es cierto que está en el punto de mira de toda clase de terroristas y chiflados, pero si algo le pasara en el ejercicio de su labor ¿no estaría siguiendo en realidad los pasos de Cristo, que dio su vida en el ejercicio de su misión?.

Ignoro cuál ha sido el pasado del Papa Francisco, se dijeron muchas cosas oscuras que no eran ciertas. Lo que sí veo ahora es a una persona que disfruta, pese a su edad, de todo lo que hace, con entusiasmo y vigor. Cansaba ya un poco la imagen del eterno Pontífice exhausto, con mala salud, excesivamente mayor y sin demasiada alegría. Debe ser duro ejercer ese ministerio, pero el actual Papa lo desempeña con un ánimo que no he visto nunca antes, y eso es muy de agradecer.

Hace unos días leí un artículo en el que se criticaba su excesiva exposición mediática, alegando que corría el peligro de adquirir un protagonismo que en realidad le corresponde a Dios, del que es sólo su representante en la Tierra. Pero estoy segura que esta afirmación está muy lejos de ser cierta: Francisco I es un hombre que quiere vivir de acuerdo con los tiempos que corren, y si las nuevas tecnologías de la comunicación y las redes sociales provocan una excesiva amplificación de todo lo que sucede en el mundo no es culpa de él.

Y es que a la Iglesia católica se la critica por todo, porque está obsoleta unas veces o, como en el caso del actual Papa, porque que quiere innovar, aunque sea en algunos aspectos, ya que en otros es difícil aún que se produzca un progreso.
Cierto es que el ser humano es propenso a la idolatría, a crearse símbolos de cosas que creemos buenas, sublimes, ejemplos a seguir que llenen nuestras corrientes vidas. A ellos les otorgamos cualidades especiales, les suponemos niveles a los que creemos que nosotros nunca llegaremos. Pero a estas alturas, y por mucho que nos quieran vender la burra, ya nadie se lleva a engaño, y la figuras que merecen la pena ser admiradas son fácilmente reconocibles y perdurables, y las que resultan ser un timo no tardan mucho en ser descubiertas y vilipendiadas, terminando relegadas al ostracismo.

Poco margen queda a la idolatría. El Papa es la cabeza visible de una institución, nada más. Su forma de actuar es escrupulosamente seguida por todos, todo lo que hace o dice es analizado hasta la exasperación, como ocurre con cualquier figura pública. Hoy en día se cuestiona todo, y el Papa no es una excepción. Todo el mundo parece tener su propia opinión, influido por los medios de comunicación o por la educación recibida.

Si ocupar un sitio como el del Papa es difícil, y de hecho muchos lo han rechazado antes cuando han sido propuestos, es precisamente por su enorme exposición, además de por su apretada agenda, excesiva para personas de edad tan avanzada como suelen tener los elegidos. Lo que pasa es que Francisco I no lo lleva como una cruz, como les ha pasado a otros antes que a él, sino como algo que forma parte de su misión. Y, aceptémoslo, a él le gustan los baños de multitudes, por qué no, va con su carácter. Los hay más retraídos, que prefieren el recogimiento y el aislamiento de la oración. Él no, es capaz de alternar ambos estados.

Me quedo con su eterna sonrisa, con su forma de hablar con la mirada, con su desenvoltura, su criterio propio, su inteligencia y su sensibilidad, su gran personalidad. Apoyémosle, ahora que está empezando, para que pueda seguir con ese ánimo, en lugar de criticar sus maneras sólo porque no sigue como un borrego el camino ya tan trillado antes de que él llegara. Al final van a ser los demás, y no la Iglesia, los que no saben adaptarse a los cambios. 

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