martes, 2 de abril de 2013

Entrevista a Álvaro Pombo


Pombo es un escritor en estado puro e incorrectamente lúcido. Y es que el exceso acompaña al último Nadal, por El temblor del héroe, allá donde va. Pombo sin miedo a abusar, tanto de la vida como de las palabras.

XLSemanal. A sus 72 años, ¿necesitaba realmente ganar el premio Nadal?

Álvaro Pombo. Bueno, vamos a ver. A los 72 años, uno tiene que continuar la vida. Un escritor nada sospechoso de ser moderno, como era Henry James, daba una gran importancia a vender sus relatos. Y lo pasó bastante mal cuando, en 1906, edita unas obras completas y no vende ninguna. Una cosa es el proceso inventivo, de ocurrencias, y otra muy distinta es cómo demonios coloco mi historia. Y ahí es donde se responde su pregunta.

XL. Se presenta entonces al Nadal para vender su historia.

Á.P. Así es. Exacto. Para vender mi historia.

XL. Ya. Y ahora me dirá que se enteró de que era suyo el mismo día en que se entregó el premio.

Á.P. [Muy serio]. No voy a hacer comentarios sobre eso.

XL. Pero yo sigo haciendo preguntas. ¿Se imagina que, cuando usted empezaba, Ignacio Aldecoa, por poner un ejemplo, se hubiese presentado a todos los premios?

Á.P. Es que eso de presentarme a todos los premios ha ocurrido cuando ya soy un viejecito que no vale para otra cosa [sonríe irónico]. En aquellos tiempos, los escritores consagrados apenas se presentaban a premios.

XL. A eso iba, porque tradicionalmente el Nadal era un premio destinado a descubrir nuevos talentos.

Á.P. Sí, sí. Lo sé. De hecho, yo me presenté en mis años jóvenes. Y también al Alfaguara. Y al Planeta. Me presenté a todos cuando aún estaba en Londres. A primeros de los 70. Estaba convencido de que me los iban a dar. Pero no fue así.

XL. ¿Y qué hay de nuevo talento en Álvaro Pombo?

Á.P. La pregunta es pertinente, porque yo me considero un viejo talento, pero no acabado. No he decidido aún retirarme. Pero es que yo, aparte de esta puñetera cojera y de la artrosis multiarticular que padezco, me encuentro perfectamente (...)Por suerte la artrosis no me impide trabajar. Escribo muchos poemas, que publicaré en breve. Y estoy en un momento en que concentro mi narración. La acción es lo que me interesa.

XL. O sea, que con la edad le han entrado las prisas.

Á.P. [Ríe]. No, tanto como eso, no. ¿O sí? Me gusta esta pregunta, porque me parece que no tengo ninguna prisa ahora mismo. Aunque mi literatura diga lo contrario. No tengo prisa en el amor. Me he hecho, con los años, mucho más paciente de lo que era. La paciencia me ha costado toda una vida de duro trabajo. Y ahora dirás: «¡Claro, como está viejo!». Y lo harás con toda la razón del mundo.

XL. No sea tan duro consigo mismo. Yo no lo veo tan viejo.

Á.P. Vamos a ver. No me veo abusando a estas alturas de las nuevas tecnologías. No soy el rey del twitteo. Entro en Internet y trato de estar al día, pero con compañeros. No puedo hacerlo solo, porque no me divierto. No me gusta, en realidad, estar solo. La soledad me parece estéril.

XL. ¿Qué le queda por ganar: el Cervantes, el Nobel...?

Á.P. Quita, quita [sonríe]. Vamos despacito. Ahora, me gustaría llevarme el Nacional de Teatro. Pero ese me lo tengo que currar. Ahora se acabó. Pleguem. Esta es la última entrevista que voy a dar. Me retiro a escribir teatro. Se acabó. Estoy harto, además, de tanta entrevista. No te imaginas la de tontadas que tengo que decir. Es horrible.

XL. ¿Es tiempo, hoy por hoy, para héroes de carne y hueso?

Á.P. Estamos en una sociedad degradada por culpa de la crisis. La gracia de todo héroe consiste en vivir de tal manera que tenga una ingenuidad casi impostada en la reflexión. Y eso sería la santidad.

XL. ¿Aspira usted a llegar a santo?

Á.P. Claro que sí. ¡San Álvaro Pombo!

XL. ¿Patrón de...?

Á.P. ¡Los maricones! [carcajada]. ¡Santo patrón de los homosexuales de España! Suena bien. ¿Y por qué no? ¿Era san Francisco de Asís consciente de que arrastraba a la gente? ¿Por qué no iba a ser yo el santo de los mariquitas? Pero esto no me lo pongas en titular, por favor.

XL. No se preocupe. Confíe en mí.

Á.P. Tampoco es que me importe mucho. Pero es que ha salido redondo, ¿verdad? [sonríe irónico].

XL. ¿Ese san Álvaro Pombo es el que se declara «homosexual homófobo»?

Á.P. ¡Pero si lo dije en broma! El problema es que en España no tenemos sentido del humor. ¿Quién puede pensar a estas alturas que yo pueda ser homófobo?

XL. Nadie. A no ser que esa homofobia sea una forma de dar con el mazo a cierta parte del colectivo.

Á.P. Así es. No puedo soportar a la gente que se empeña en celebrar el Día del Orgullo Gay. No entiendo por qué se sienten orgullosos de enseñar, cada año, sus culos y demás vergüenzas por la calle.

XL. ¿Cosas así son las que le hacen querer `entrar en el armario´ de nuevo?

Á.P. Así es. San Álvaro Pombo `entrando en el armario´.

XL. ¿Pero ha estado usted alguna vez `dentro del armario´?

Á.P. Nunca. En mi vida. Es que no he tenido `pluma´. Y eso, al parecer, me ha salvado. Pero, aunque no tenga `pluma´, los sé imitar perfectamente. Aunque no soy Sissi.

XL. Afirma que es más cursi una boda gay que una `hetero´.

Á.P. Yo no estoy en contra de que las parejas homosexuales tengan todo el reconocimiento jurídico, social y, a ser posible, personal del mundo. Pero lo que hay aquí es una nostalgia del matrimonio. Y eso es, en realidad, la nostalgia de la estabilidad emocional. Y ya sabemos que el matrimonio real no produce ese efecto. Ahí está la cantidad de separaciones que hay cada día para corroborarlo. Lo que sí produce es un efecto de vínculo. Por eso, los gays quieren casarse, ya sea por la Iglesia, a través de Pedro Zerolo o del mismísimo Gallardón. Pero es por la nostalgia del vínculo.

XL. ¿Es usted creyente?

Á.P. Soy cristiano. ¿Eso significa que creo en el credo tal como aparece en el canon de la misa? Pues no. Ni mucho menos. El caso es que me ha dado por leer ahora a muchos teólogos como José Antonio Pagola, que han escrito de Jesús de Nazaret desde la perspectiva desmitologizada de su historia. Y de lo que estoy en contra es de lo que dijo Benedicto XVI cuando vino a España. Eso de que solamente a través de la religión católica se puede alcanzar a Jesús. Eso no es cierto.

XL. Álvaro Pombo podría acabar siendo una entrada del Diccionario Biográfico Español, ¿no le da miedo?

Á.P. [Sonríe]. No, al contrario. Espero ser una entrada y también una `salida´ de ese diccionario.

XL. ¿Sigue pensando que otro Premio Nadal, Nada, de Carmen Laforet, es la mejor novela que ha leído?

Á.P. Lo sigo pensando porque volví a leer todo Carmen Laforet hace un par de años. Releí Nada, La isla y los demonios y La mujer nueva, que a mí me impresionaba muchísimo. Sobre todo cuando Carmen Laforet entra en relación con Lili Álvarez, la condesa de Valdéne, y cambia, digámoslo así, entrando en una fase de conversión católica.

XL. Se dio un caso ahí de sexualidad reprimida, ¿no cree?

Á.P. Yo no... [sonríe irónico]. Yo no estaba entonces en ese tema. A mí me parecía otra cosa. Eran otros tiempos. Eran tiempos prefreudianos. ¡Mira, no hay nadie en el mundo que se encuentre más al filo de la sospecha que yo! Pero, sin embargo, en mi juventud no veía esas cosas en Laforet. No usaba este lenguaje de `pasarse un poco de listo´.

XL. ¿Me está recriminando eso?, ¿que me `paso de listo´?

Á.P. [Sonríe] Pues sí. Te lo recrimino. Pero sin maldad.

XL. Ah, eso me tranquiliza. Si es sin maldad...

Á.P. Vamos a ver. Me explico mejor. Se han dicho muchísimas cosas sobre Alicia en el País de la Maravillas. Se ha hablado de que su autor era pederasta o que la propia Alicia era así o asá. Pero es que yo, cuando vuelvo a leerla, no veo más allá de un cuento inocente y delicioso. Hay un intento de elogio de la intención no recta. De la intención segunda u oblicua. Clarísimamente. Pero yo, que tengo un temperamento salvaje, comprometido y heróico, no caigo en teorías torcidas. Y lo he leído todo, lo sé todo.

XL. Lo que está claro es que, premiándole a usted, vuelve el Nadal a ganar prestigio literario.

Á.P. ¡Mira, me alegro mucho de que digas algo así!

XL. ¿Sirve el prestigio en el mundillo literario de hoy?

Á.P. Es que yo he seguido el consejo de Rilke desde hace muchos años. Aquel que consiste en no frecuentar el mundillo literario. No lo frecuento. Voy a la Academia, donde coincido con algunas personas tan mayores como yo. Y nos respetamos unos y otros. Nunca discutimos, y menos por asuntos tan baladíes como el mundo literario. Puedo hablar de la obra de quien sea. De Javier [Marías], de Arturo [Pérez-Reverte] o de la mía. Pero no hay nada que discutir. Yo he participado en muchas tertulias televisivas, pero no tengo instinto de tertulia. Jamás he ido al Gijón.

XL. ¿Cuál es la primera lección que se aprende enseñando a escribir en un taller de Proyecto Hombre?

Á.P. Buena pregunta. Vamos a ver. La primera lección que se aprende es que yo también soy un drogadicto. Todos somos drogadictos. Uno trata de convertirse en Dios mediante una sustancia. Recuerdo que eso mismo es lo que decía, antes de morir como murió, con solo 50 años, Antonio Vega, el cantante de Nacha Pop. Él decía que, cuando empezaba con el `caballo´, en los turbulentos tiempos de la Movida, se sentía como un dios. Yo también he querido ser Dios.

XL. ¿Cuál diría que es su adicción?

Á.P. La amistad, aunque trate con pocas personas.

XL. ¿En qué es diferente comparado con el Pombo niño?

Á.P. Era muy guapo [ríe]. He sido muy atractivo, y casto. He cambiado muy poco, como podrás comprobar [sonríe]. Como decía Rilke: «Ni la niñez ni el futuro menguan, existir invulnerable me brota en el corazón».

XL. ¿Cuándo hizo usted el amor por última vez?

Á.P. ¡Buuuuuuf! No hagas hablar de eso a alguien que, desde joven, ha tenido vocación de solterón empedernido. Es mejor que os quedéis sin respuesta [sonríe].

XL. ¿Ha hecho alguna vez `egosurfing´?

Á.P. ¿...?

XL. ¿Se ha buscado, con su propio nombre, en Internet?

Á.P. Lo he hecho, pero siempre con amigos que me ayudan. Donde sí me he buscado es en el índice de algunos manuales literarios, como los de Francisco Rico, para ver si salgo. También miro en Google para ver si salgo guapo en las fotos. Pero ya te digo que siempre lo hago acompañado.

XL. Dicen que el porno es lo que más consumen los cibernautas.

Á.P. He visto mucho porno de joven, en Inglaterra. El porno es una adicción masturbatoria y hay que tener cuidado. Yo tengo una personalidad adictiva. Y compulsiva. Fui un adicto al alcohol, las pastillas y el tabaco. Pero pude con ello. Lo que me da miedo es la soledad. Me desquicia. Y eso que no soy una buena compañía. Lo sé. Por eso he vivido solo muchos años. Muy solo. Muy aislado.


(Entrevista aparecida en XL Semanal el 11/3/2012)

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