Es gracioso cómo los que han sido presidentes de gobierno en el pasado gustan de aparecer de vez en cuando en televisión, entrevistados a cerca de su opinión sobre el panorama nacional, respaldados por su experiencia y su supuesto “caché”, que les avala. En realidad sólo son dos, puesto que nuestra democracia es demasiado joven como para haber podido dar más líderes con tanto "carisma", o tantas ganas de seguir figurando.
A veces es Aznar que, con su aire reposado, meditabundo y docto, nos alecciona empezando casi todas sus frases con un “Mire usted” que me desagrada bastante, porque es una forma de hablar un tanto paleta y demasiado imperativa, como si lo que va a decir sentara cátedra, algo que también hace su predecesor Rajoy. Espero que no se comporte así cuando vaya por el mundo dando sus conferencias.
Pero al que vi el otro día fue a Felipe González, muy avejentado con tanta cana, aunque sus mofletes parece que siguen tan lozanos como siempre. Ha perdido la fuerza de su gesto y de la mirada, las mandíbulas apretadas como solía tener, pero básicamente sigue igual. Ahora habla con más enjundia. En los tiempos en que fue presidente se perdía en un lenguaje tecnocrático con el que hablaba mucho sin decir casi nada, como hacen los dictadores para adormecer a las masas, para hipnotizarlas, o los charlatanes de feria para confundir al personal.
Pero si en algo sigue siendo el de siempre es en la imprecisión de muchas de sus afirmaciones, premeditada por supuesto. Hasta en algo tan poco importante como hablar sobre su edad, que por cierto nadie le preguntó (debe ser algo que lleva mal), afirmó “no tengo ni 70 ni 71”. ¿Tan difícil es hablar claro?, es como si jugáramos a las adivinanzas.
Al preguntarle por la corrupción, se extendió en una diatriba con la que condenaba la actual situación, aunque añadió una frase final, hablando en un tono un poco más bajo, como si no quisiera ser escuchado, no reconocer cosas del pasado o no quisiera ser claro. La frase fue algo así como “aunque la corrupción está siempre ahí”. Tendría mucha cara, que la ha tenido siempre, y muy dura, para negar la que hubo mientras fue presidente. Todos recordamos que a su gobierno lo terminaron llamando “corrupsoe”, en una época en que no estábamos tan acostumbrados como ahora a oir hablar de ese tema.
Le preguntaron si se sentía a gusto viviendo en España. Él contestó que, si lo pensaba fríamente, preferiría estar a miles de kilómetros. No puedo por más que recordar la época de su mandato, sobre todo el 2º, cuando pasaba casi todo el tiempo viajando con el pretexto del trabajo. Ni se enteraba de lo que sucedía aquí, ni creo que se quisiera enterar. Es más idílico codearse con los dirigentes del resto de países del mundo, donde todo funciona de otra manera o donde encuentra un reconocimiento que aquí no tuvo en la medida que él hubiera querido. Algo parecido le pasó a Aznar, que gozaba alternando en las altas esferas políticas en el extranjero.
Dijo unas cuantas frases más de coletilla atenuando la voz. Taimado, y fiel a sí mismo, cómo no. Transparencia cero. En el fondo le debe halagar que sigan recurriendo a su criterio después de tanto tiempo, como se hace con los sabios en algunas culturas.
No creo que ni Aznar ni Felipe González sean precisamente sabios, pero ahí están, con sus aciertos y sus fallos, diciendo aún la última palabra. Si los comparamos con Zapatero sí tienen ventaja, pero lo de este último es un caso aparte. No me extraña que no haya vuelto a dar señales de vida, aunque lo mismo hizo Adolfo Suárez, aunque por razones diferentes, pues mientras pudo (hace tiempo que no por su enfermedad) se abstuvo de ir dando entrevistas y conferencias, discreto como siempre fue. Y eso que él si que tuvo un comportamiento irreprochable mientras estuvo en el poder, no como los otros. Pero en fin, el mundo parece que es de los charlatanes, los pretenciosos y los arribistas.
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