Desayuno con diamantes es una película de la que, a pesar de su fama, apenas tenía recuerdo, si es que alguna vez la vi. Y es realmente una comedia romántica poco usual.
Audrey Hepburn está, como siempre, única. Es sorprendente comprobar cómo la ropa y los complementos que lucía y hasta la decoración del apartamento que aparece en la película siguen vigentes, 53 años después de haberse rodado. El vestido negro de Givenchy parecía distinto en las 4 ó 5 ocasiones en las que aparecía porque cada vez le cambiaba los accesorios, pero era todo el tiempo el mismo.
La cama, con su cabecero de forja negra con arabescos es lo mismo que se lleva ahora. El sofá, si nos fijamos bien, es una bañera seccionada por la mitad, en la que aún se aprecia la grifería dorada en un lateral. El film quería ser original a toda costa, y en esa línea se suceden los gags con un toque de fino humor, como cuando saca unas zapatillas de raso rosa del frigorífico, que nadie explica qué hacen ahí, o como el hecho de tener el teléfono metido en una maleta para que no moleste nadie.
La fiesta que da la protagonista en su apartamento tampoco se queda atrás. Una numerosa colección de personajes excéntricos se reúnen allí a beber, bailar y charlar animadamente. La larga boquilla de Audrey quema sin que ella se de cuenta el florido sombrero de una de sus invitadas, que está sentada cerca. El descuido del señor que habla con Audrey, que vuelca el contenido de su vaso sobre el pequeño incendio al ir a mirar la hora de su reloj de pulsera, evita males mayores y provoca la risa divertida del protagonista masculino, un George Peppard en lo mejor de su juventud.
La historia de una chica de origen humilde que quiere dejar atrás su pasado para convertirse en una mujer mundana y, a ser posible, casarse con un millonario que la saque de la pobreza que siempre la ha acompañado, no es un argumento desconocido en las películas de Hollywood de aquellos años. Pero en la figura de Audrey Hepburn adquiere una dimensión distinta. Su forma de caminar por las calles de Nueva York, con sus elegantes vestidos, mientras fuma con esa larguísima boquilla plateada tan snob, en esas escenas con las que empieza la película, cuando ella se asoma al escaparate de Tiffany para contemplar los diamantes que tanto le gustan, mientras desayuna, pues aún no se ha acostado después de una noche de juerga, son todo un símbolo de lo chic y la vida mundana.
Dicen que tuvo que repetir bastantes veces esas escenas iniciales, pues cientos de personas acudieron al reclamo de su presencia, a duras penas contenidas por las vallas protectoras, y esa expectación que causó la puso nerviosa. Ella, consciente de lo mucho que cuesta rodar una película, procuraba que se hicieran la menor cantidad de tomas posibles. Tan profesional como era, intentaba estar siempre concentrada y aprenderse muy bien los diálogos, además de ser de las primeras personas que llegaban al set de rodaje.
Como dato curioso cabe decir que para el momento en que la pareja protagonista entra en Tiffany y se pasea entre los mostradores abrieron la famosa tienda por 1ª vez en su historia un domingo.
George Peppard está también muy bien. Guapo y talentoso, era seguidor del método Stanislavski, y a Audrey le resultó difícil adaptarse a su forma de trabajar, pues el estilo de ella era radicalmente opuesto. Pero su carácter hacía que conectara con toda clase de personas, y con Peppard trabó una amistad que duraría el resto de sus vidas.
Este actor tenía fama de mal carácter, de estallar en ataques iracundos en medio del set de rodaje y llevarse mal con casi todos los compañeros con los que le tocó actuar. Esto y su afición a la bebida le relegaron a un lugar no merecido, cuando al empezar los 70 cada vez se le contrató menos. Su aparición en algunas series de televisión que logró llevar a la fama fueron breves momentos de éxito. Si no hubiera sido por todos estos problemas habría sido recordado como uno de los mejores actores de su generación.
Resulta sorprendente que el guión de la película estuviera basado en una obra de Truman Capote, escritor siniestro donde los haya. Por supuesto el argumento está muy retocado, pues en el original la protagonista se hace practicar un aborto, es fumadora habitual de marihuana y bisexual. Además mucho más joven de lo que era Audrey Hepburn, que ya tenía 30 años en aquel momento. Pero Blake Edwards, el director, le daba un toque muy dinámico y festivo a todas sus historias, y estuvo muy acertado con los cambios que introdujo.
Sin embargo resulta poco creíble el origen tan humilde y salvaje del personaje, dada la elegancia y exquisitez de Audrey Hepburn. Ella también tuvo una infancia triste al abandonarles su padre siendo una niña. Con los años se reencontraría con él en un asilo, y le sustentaría económicamente hasta su muerte.
Padeció además los devastadores efectos de la 2ª G.M., el hambre y el frío, que dieron a su cuerpo esa extrema delgadez que la caracterizó. Recuerda cuando recibió la ayuda de las Naciones Unidas, tras acabar la contienda, que se puso enferma con el paquete de leche condensada que se comió de golpe. A partir de entonces se prometió que algún día colaboraría en labores humanitarias, cosa que hizo cuando empezó a trabajar menos en el cine, y hasta el final de sus días.
Sus elegantes maneras se deben sin duda a ser hija de una aristócrata, pues su madre era baronesa, aunque ella nunca le dio demasiada importancia a eso. O también a haber sido bailarina de ballet antes que actriz, lo que tampoco se le daba mal. Audrey dominaba además varios idiomas.
El papel, curiosamente, le fue ofrecido en un principio a Marilyn Monroe, pero la aconsejaron que lo rechazara porque el personaje de “acompañante” de hombres no favorecía su imagen. Al dárselo a Audrey se pulió el texto hasta conseguir que fuera idóneo para ella. Hubo alguien en postproducción que quiso eliminar la escena en la que ella aparece cantando la famosa canción Moon river, sentada en la ventana, pero Audrey se levantó y dijo indignada: “¡Por encima de mi cadáver!”. Porque ella era una mujer tierna y dulce pero también tenía su carácter y mucha personalidad.
Audrey Hepburn y George Peppard, que fueron actores tan diferentes y con trayectorias vitales tan distintas, tuvieron un final parecido, pues ambos murieron a consecuencia del cáncer y siendo sexagenarios. En esta película, como en otras, ella desplegó en la película todo un repertorio de emociones, desde la mayor de las alegrías hasta la más profunda de las tristezas y la desesperación, como en las escenas en las que destruye el mobiliario de su casa cuando se entera de la muerte de su hermano. La violencia, tratándose de Audrey, resultaba lacerante pero nunca desagradable. Su encanto era mayor que ninguna otra cosa, lo cubría todo con un manto de delicadeza, elegancia y sensibilidad.
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