miércoles, 19 de febrero de 2014

La libertad y el amor


Hay una idea en la película sobre la que hablaba ayer, Desayuno con diamantes, que supone la quintaesencia de todo lo que en ella se quiso decir, y que me fascina. La protagonista, casi al final, revela desesperada sus más íntimos anhelos y temores: ella no pertenece a nadie ni nada ni nadie le pertenecen. El que la está escuchando, que como todos los enamorados pretende hacerse dueño de su persona, le grita exasperado que eso no es lógico ni normal, que todos pertenecemos a alguien y también los demás nos pertenecen.

La chica se resiste a abandonar la atalaya desde la que contempla el mundo feliz, un lugar no fácilmente conquistable desde el que goza de una libertad absoluta, dueña de sí misma y hacedora en cada momento de su propia suerte. Pero luego claudica, pensando que si no perderá a la única persona que la ha amado sinceramente. El miedo a perder su libertad es lo que le ha impedido decidirse hasta ese momento. El fantasma de la soledad, que hasta entonces parecía no preocuparle mucho, se cierne sobre ella siniestro.

Porque esa es la disyuntiva del amor: el hecho de permitir que otra persona comparta tu vida supone, cuando menos, ceder parte de tu terreno en beneficio del otro, y eso acarrea muchas cosas: renunciar a la libertad absoluta, ver invadida tu intimidad, tener que dar explicaciones o que justificarte por tus acciones u omisiones, ponerse de acuerdo, tarea harto difícil porque siempre uno de los dos tiene que ceder y no suele apetecer ser uno el que tenga que hacerlo.

Pero claro, hay que verse sumido en el meollo del amor para comprenderlo: estar enamorado significa ser capaz de todo eso y mucho más. Si se contempla la situación fríamente, sin el estado emocional que la pasión amorosa lleva consigo, nos parece una carga insoportable que no tenemos por qué asumir. Y cuando se lleva solo mucho tiempo, no se renuncia fácilmente a todo lo conquistado, esa libertad total, ese vuelo a cielo abierto, que pocos pueden disfrutar.

En cierta forma me apena la decisión de la protagonista de esta película, pues aunque el espectador sienta alivio por la decisión final de ella, la más convencional, que se corresponde con los cánones morales al uso de la época en que fue rodada, yo no dejo de pensar que ha renunciado a cosas muy importantes y dudo de que merezca la pena: nunca se podrá disfrutar tanto de uno mismo como cuando se está solo en el sentido amoroso del término.

Las delicias del amor, nada desdeñables, son el apoyo mutuo, el compartir las cosas de la vida, el goce físico y espiritual de saberse comprendido, admirado y querido, juntos en una única concepción de las cosas y el mundo. Pero cuán pocos consiguen que una situación ideal como esa se perpetúe en el tiempo. Antes de su extinción, lo que parece inevitable en la mayoría de los casos, es preferible creo permanecer en la atalaya en la que se hallaba la protagonista de la película, lugar en el que podía encontrarse consigo misma y con el universo entero sin cortapisas, lo que sí se prolonga en el tiempo.

Hay otra película en la que se trataba este tema, de forma aún más amplia y directa, Memorias de África. En esta ocasión era él el que no quería renunciar a su libertad personal, a ningún precio. Ella se lamentaba amargamente: “Me está prohibido necesitarte, apoyarme en ti”. Si se ponía a coserle a él un botón de la chaqueta, él le decía que no tenía por qué hacerlo. Si ella le decía que por qué no se casaban, él respondía que no la iba a querer más por eso, y que no quería despertarse un día descubriendo que estaba al final de la vida de otra persona. Resulta un poco cruel si se piensa que en el amor no se está al final ni al comienzo de nada, simplemente se está, no es una carrera de fondo. “¿Si yo muero morirás tú?”. Dennis no creía en las superestructuras amorosas, en que dos vidas se confundieran la una con la otra sólo por estar unidas con lazos sentimentales. La entrega y el amor llegan hasta un cierto punto, hay un límite, como para todo.

El protagonista quería vivir su propia vida, no tener que responder más que ante sí mismo. Luchaba contra las convenciones sociales de su época, a principios del siglo pasado, tan rígidas e inamovibles. Su forma de pensar y de comportarse era paradigmática, un avance en la evolución antropológica sin parangón. Le horrorizaban todos los tópicos al uso sobre el amor, el hecho de tener que seguir unas normas establecidas por otros, costumbres que había que aceptar tácitamente si se quería estar bien visto en sociedad. En ese sentido me identifico completamente con él, y me parece uno de los personajes literarios y cinematográficos más fascinantes que he conocido.

Pobre y feliz protagonista femenina de Desayuno con diamantes, ingenua en su jaula de amor a la fuerza. Pobre e infeliz protagonista femenina de Memorias de África, anhelando egoístamente algo que nunca va a llegar, el control sobre el otro. La libertad en el amor no es imposible, pero tampoco completa. Y para mí no hay mejor forma de vivir que no sea en completa libertad. Antes al contrario, creo que cuanto más se ama más espacio de libertad se deja a la otra persona, y cuanto más se es amado más libre se siente uno.

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