martes, 25 de febrero de 2014

La reina Isabel según Helen Mirren


La película protagonizada por Helen Mirren, La reina, es particularmente interesante, pues en ella se nos revelan algunos aspectos de la vida y los sentimientos de Isabel de Inglaterra que al común de los mortales nos eran desconocidos. El relato está centrado en la época en que murió la princesa Diana.

La actriz está caracterizada de tal forma que hay momentos en que cuesta distinguirla del personaje auténtico. Su gesto, su ropa, su forma de andar. Hay momentos en que nos olvidamos de que hay una actriz detrás del papel. Tan sólo los diálogos resultan demasiado esquemáticos, como si caricaturizan a los verdaderos protagonistas, y parecen tratarse a la ligera temas que en su día fueron muy delicados y polémicos.

Con esta película, que también fue llevada al teatro con la misma actriz, se quiere romper una lanza en favor de la soberana británica, tan criticada por su actitud en aquellos momentos tan delicados, tras el fallecimiento de la que había sido su nuera, pues permaneció en su residencia de verano mientras la multitud llenaba de ramos de flores, mensajes, velas y peluches las inmediaciones del palacio real.

Magnífica la mansión en la que vive en Balmoral, maravillosos los paisajes que la circundan. La reina y su marido permanecían allí cuidando de sus nietos, deshechos por la tragedia. En la televisión y en la prensa se suceden las declaraciones poniendo en tela de juicio el papel de la Corona ante tan delicada situación.

Repiten en la programación la entrevista que le hicieron a la princesa, en la que se sinceró públicamente acerca de su vida privada y su matrimonio. La reina se muestra contrariada por tanto sensacionalismo y por el hecho de que su hijo elogie ahora a la que fue su mujer, cuando antes la denostaba. Se queja de la volubilidad de su humor y sus opiniones. El príncipe Carlos se admiraba de la forma como todos querían a Diana, incluso en sus debilidades y defectos, y de lo buena madre que según él fue. El marido de Isabel piensa que había dos Dianas que nada tenían que ver, la que conocían ellos y la que creía conocer la gente.

El primer ministro, Tony Blair, habla con la reina frecuentemente por asuntos de estado. Cuando todo el mundo la critica, incluída su propia esposa, por su actitud fría y distante respecto a lo ocurrido a la princesa, él la defiende a capa y espada diciendo que es una mujer que fue obligada a llevar una pesada carga desde muy joven, con la que ha cargado durante medio siglo con mucho trabajo y toda la dignidad que le ha sido posible. Diana, en cambio, según él, le devolvió agriamente todos los parabienes que ella quiso hacerle, amargada por el desamor de su hijo.

Blair aconseja a la reina por teléfono que vuelva a Buckingham y haga unas declaraciones. La gente critica cosas como que esté ausente mientras el cadáver de la princesa permanece en soledad, o que no ondee la bandera a media asta en lo más alto del palacio. La reina y su marido se lamentan de que el pueblo ignore que esa bandera no es tal, si no la enseña de la familia, y que sólo se alza mientras está la soberana en el edificio. Por eso está bajada en ese momento, porque ella está ausente. Nunca estuvo a media asta ni siquiera por el fallecimiento de sus antepasados. Los duelos han sido siempre privados en su familia.

Tras mucho insistir finalmente la reina atiende las recomendaciones, regresa al palacio, hace unas declaraciones para la televisión con un discurso muy emotivo, y se pasea junto a la inmensidad de flores y obsequios que la gente ha dejado junto a las vallas que rodean su casa. Ella, consternada, lee en los mensajes allí depositados críticas hacia ella y laudes a la princesa muerta. La muchedumbre la observa pegada a las vallas de seguridad, muy cerca, y poco a poco van haciendo una tímida reverencia a su paso. Una niña le da un ramo y ella cree que es para que lo ponga junto con los otros. “No, es para usted”, dice la pequeña. La reina lo recoge emocionada.

Cuando se reúne con Blair y éste le agradece el esfuerzo y le pregunta por cómo se sintió, la reina dijo que había sido un trago muy amargo: todos los años que había pasado dedicados a su nación parecían haberse esfumado en un momento tras aquella tragedia. Todavía estaba extrañada por la reacción del pueblo ante aquel acontecimiento, quizá porque no supiera cuán arraigada estaba Diana en el corazón de los ingleses. Algo había cambiado en la relación del ciudadano con la monarquía.

Helen Mirren estuvo magnífica, como siempre, una gran actriz y una gran dama.

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