Hay programas en televisión que dan para mucho en esto de comentar sus peculiaridades, incontables, y el Masterchef americano no es una excepción. Hace poco tiempo hablaba por 1ª vez de él, y desde entonces siempre que he podido he visto algún episodio porque, aunque cocinar no es algo que me apasione, me gusta ver cómo lo hacen los demás, me fascina cómo combinan elementos tan diversos, algunos de los cuales incluso me eran desconocidos hasta ese momento. Y es que tengo la esperanza de captar algo de ese talento que otros tienen para lo culinario, que es obra de arte, o de magia.
En una de las ediciones participaba una vietnamita ciega, a la que los chefs estuvieron a punto de rechazar por su minusvalía (puede ser un peligro en la cocina), pero que terminó ganando, en reñida competencia con un negrito que hacía unos platos con una presentación increíble. Antes de eso habían pasado por pruebas sin fin, hasta dejar atrás a decenas de concursantes venidos de todas partes de EE.UU.
Una de ellas se hizo al aire libre, junto a una granja que parecía sacada de una postal, rodeada de una pradera verde clorofila, con su cercado, su tractor, sus animalitos aquí y allá. El concursante más ventajoso en ese momento, que era el negrito al que antes aludía, tenía que elegir los alimentos que otros 3 concursantes iban a cocinar. Y por supuesto, conociendo a sus contrincantes, procuró darles aquello que no se les daba bien, siendo más benévolo con aquellos con los que simpatizaba.
Al que era su amigo le asignó pollo, a otra compañera cangrejo, a otra algo difícil de guisar, ya no recuerdo qué, y para él mismo carne de ternera. Los miembros de una ONG local fueron los improvisados comensales, agrupados en varias mesas redondas colocadas en mitad de la pradera. Qué delicia poder comer al aire libre, y platos exquisitos elaborados por gente que a esas alturas contaban con muchos conocimientos.
En otra prueba, también al aire libre, les tocó cocinar formando 2 grupos para el cuerpo de bomberos de una pequeña localidad. Situadas las cocinas en medio de una plaza, y con bastante viento por cierto, se afanaron por elaborar el mismo plato cada grupo a su manera. Los musculosos invitados se sentaron a lo largo de una mesa larguísima, tras dedicarles unas palabras con un megáfono uno de los chefs, elogiando su labor. Parecían héroes nacionales. Los americanos son así, siempre aluden a la patria cada vez que homenajean a alguien, no pueden limitarse a resaltar el servicio social que realizan simplemente.
En esta ocasión los organizadores del programa fueron muy duros, pues a los que perdieron no les dejaron ni acercarse a los invitados para saludarles, quedando marginados junto a su cocina, que tuvieron que limpiar antes de irse junto a la de sus rivales.
Pero la prueba más absurda, a mi entender, fue la de freir huevos. Se les pedía a tres de los concursantes que hicieran la mayor cantidad posible en el tiempo que se les concedía. Por lo visto, algo que parece tan sencillo tiene su intríngulis. Cada chef se encargó de inspeccionar el trabajo de uno de ellos, con resultados lamentables, pues les iban tirando lo que habían hecho a un gran cubo de basura situado junto a cada cocina. Se podía oir el chasquido de los platos que se iban rompiendo unos contra otros. Tenía que estar perfecto, bien hecho, ni crudo ni pasado, ni deshecha la yema, ni chamuscada las puntillas. Pocos se libraron. Me pareció una sobreactuación lo de tirarlos de esa manera, ver desperdiciar comida y más en televisión, cuando tanta gente pasa hambre en el mundo, me pareció de mal gusto, algo innecesario.
En otro momento del programa se les pidió que hicieran una tarta de frutas, y curiosamente casi no pudieron lucirse. La repostería es de las cosas más difíciles que hay en la cocina. No es sencillo hacer masas y cremas pasteleras. Hubo quien quiso ser original y mezcló frutas que no combinaban bien entre sí, o las mezcló con cosas saladas, que no quedaban apetitosas.
Lo último que he visto es una prueba en la que los concursantes, divididos en 2 grupos, tenían que hacer una comida de gourmet en medio del campo utilizando sólo el equipo de supervivencia. Tenían que hacer noche allí, encender fuego, acampar. Hacía bastante frío. Cocinaron caza, hicieron pasta amasando con una botella y, en fin, se las ingeniaron para ser exquisitos con pocos recursos. El resultado, contra todo pronóstico, gustó mucho a los chefs. Sentados en una mesa larga sobre un promontorio, degustaron los platos, repartieron elogios y dieron a conocer su decisión haciendo humo del color del equipo ganador.
Lo que me sorprende es que los concursantes no lleven gorro, no sé si es que los americanos no tienen costumbre o lo encuentran antiestético, pero me parece una falta de higiene absoluta. Por lo menos las y los que llevan el pelo largo se lo tendrían que recoger.
Tampoco me parece bien que uno de los chefs, Gordon Ramsay, se dedique a gritarle a los concursantes y a decir groserías cada vez que algo no le gusta. Cuando lo parodió José Mota fue desternillante, pues exagerando la nota, como es habitual en él, lo hacía aparecer con dos pistolas pegando tiros al dueño de un restaurante cuya labor se supone inspeccionaba, hasta el punto que éste se preparaba para recibirle con un bate de béisbol, a modo de defensa. Me fastidia ese tic que tiene Ramsay al hablar de agitar constantemente el dedo índice en el aire, como si siempre estuviera advirtiendo o dando instrucciones, o esa manía de ponerse el lápiz detrás de la oreja.
Buscando información sobre el programa supe que existe un Masterchef junior, en el que los concursantes son niños, pero no sé si se habrá emitido aquí. Me encantaría verlo, tiene que ser muy curioso e interesante comprobar la habilidad de los chavales y las cosas que se les ocurren.
En fin, Masterchef no deja de sorprendernos y de hacernos pensar, porque la comida es un arte y una sabiduría, es toda una filosofía de vida, algo que no se puede hacer de cualquier manera.
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