lunes, 10 de febrero de 2014

Seymour Hoffman o la tentación del suicidio


Ha causado mucha conmoción la reciente muerte de Philip Seymour Hoffman, actor de complicado apellido y, por lo que se ve, personalidad. Siempre que Hollywood pierde a uno de sus artistas, sobre todo si está en la cima de su éxito profesional, se sorprende y se hace cruces del fatal desenlace que el destino les tiene preparados a algunos de sus miembros.

A mí nunca me gustó demasiado, quizá por el tipo de papeles que interpretaba, individuos despreciables, villanos, mezquinos. La verdad es que parecía encasillado en ese rol, no sé si por su físico, que le condicionaba, o por su forma de darles vida, tan real. Ha habido muchos personajes deleznables en la historia del cine, pero pocos como los que interpretó este actor. Verlo trabajar me producía una enorme desazón, porque sin grandes aspavientos te iba llevando a su terreno, una zona vacía y oscura donde cualquier cosa mala podía suceder. Esa sonrisa torcida, esa forma de mirar entre aniñada, pícara y perversa, fueron sus notas características.

Seguramente nada tenía que ver la persona con el personaje, por mucho que tendamos los espectadores a identificar a una y otro. Me preguntaba, como nos preguntamos siempre que un artista de éxito pujante se entrega al desenfreno autodestructivo o se abandona a una muerte segura, lo cual sucede con demasiada frecuencia, por qué alguien como él pudo llegar a una situación como esa.

Nada sabía de su vida privada. Desconocía que tuviese 3 hijos. Eso hace el hecho aún más lamentable. He leído que su mujer quiso que se marchara de casa para que los niños no le vieran en ese estado. Las drogas, retomadas tras muchos años sin probarlas, eran su vía de escape a ese pánico atroz que acompaña a ciertas personas cada vez que tienen que tomar decisiones importantes en su vida o se hallan inmersos en un mar de responsabilidades. La duda de si se será capaz de afrontarlo todo y con bien asalta a cada momento a quienes la autoestima no les ha acompañado nunca mucho. Las sonrisas, el aparente aire relajado en los posados antes la prensa no son más que una máscara que oculta profundos miedos y debilidades.

Dicen que el que se droga nunca se termina de rehabilitar del todo, como pasa al que bebe, algo que él también hacía. Del alcohol intentó rehabilitarse sin llegar a conseguirlo del todo, y de las drogas también. Luego basta cualquier contrariedad para intentar buscar refugio en las únicas cosas que precisamente no pueden serlo nunca, aunque parezca que logras por un rato olvidarte de tus preocupaciones y problemas.

Seymour Hoffman, que sabía encarnar la seguridad y la implacabilidad como nadie, en la vida real entraba en pánico ya desde sus tiempos de universitario. Y su reacción era huir, usando los medios que hicieran falta, como tantos otros han hecho antes. En esto no fue alguien excepcional, se comportó como suelen hacer muchos en Hollywood.

Estaba muy solicitado como actor, y muy reconocido, y como director tenía en proyecto una película para la que ya había elegido a los intérpretes. Quizá fuese que no se gustaba a sí mismo, con su tendencia a la obesidad. Resulta sorprendente que tuviera sobrepeso siendo consumidor de heroína. O quizá estuviera harto del encasillamiento al que se veía sometido.

Lo que me parece una estupidez es que se detenga a los camellos que le suministraban la droga, a modo de escarmiento, porque alguien tiene que pagar por lo que ha sucedido. El único responsable de esta muerte es el propio actor. O decir que ha vuelto el consumo de heroína porque es más barata que otras sustancias, cuando este tipo de estupefacientes nunca terminan de desaparecer del todo del mercado.

Seymour Hoffman era una persona que no se quería, que deseaba morir. Tenía su casa llena de drogas. Es la tentación del suicidio, la muerte como alivio de padecimientos sin fin. A quién no se le ha pasado alguna vez por la cabeza terminar con todo, descansar en paz, en un momento de desesperación. Él estaba deprimido, y cuando se halla uno en ese estado no se puede valorar lo mucho que se tiene, no se es capaz de disfrutar de nada y todo te angustia. La vida es según el color del cristal con que la quieras mirar, y el actor la miró en negro. Pero la vida sigue.

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