viernes, 7 de febrero de 2014

El machismo de la publicidad


Me producen un gran hastío los medios publicitarios con su forma de hacer las cosas, pues parece que sólo hubieran evolucionado en cuanto a medios y técnicas, pero no en contenidos. Siguen empeñados los que se dedican a esto en mortificarnos con anuncios de detergente o cualquier otro producto de limpieza en los que las mujeres siempre aparecemos como eternas marujas y los hombres, si aparecen, como los que solucionan el problema. Ellas, agachadas ante la lavadora o el lavavajillas, ponen caras casi de dolor cuando los resultados no son los esperados, y ellos surgen inusitadamente en forma de técnicos, empresarios o incluso el mayordomo sabelotodo aquel con su algodón que no engaña, dispuestos a salvarnos del desastre, como si de un improvisado Superman se tratara, y de paso darnos unas cuantas lecciones a cerca de algo que normalmente no suelen hacer en una casa.

Incluso las marcas caras afinan poco la puntería, cayendo en estas bajezas. No hay más que contemplar ese anuncio de Dolce Gabbana en el que una mujer es sometida en el suelo por un hombre mientras otros miran. Imagen que sugiere la idea de una violación múltiple. La encuentro tan desagradable que es un antídoto contra el deseo de comprar sus productos.

Lo último que más poderosamente ha llamado mi atención es la publicidad de Vodafone: una mujer se pasea desnuda por la calle con el cuerpo pintado como si llevara ropa para anunciar un móvil. Si en televisión choca un poco, en las marquesinas de los autobuses impacta aún más. Afortunadamente tienen la prudencia de colocar el logo y el texto publicitario en donde se podrían apreciar sus partes íntimas. Lo del cuerpo pintado es una idea antigua que en su momento resultó muy original, está muy bien usada con fines artísticos. Aunque podrían haber puesto hombres desnudos y pintados también, pues es como si los anuncios estuvieran pensados sólo para que los disfruten ojos masculinos. Esa tontería de que la anatomía femenina es más estética que la de ellos no se la cree nadie a estas alturas, y más desde que se dedican a esculpir el cuerpo en el gimnasio.

Si se trata de productos para el aseo femenino no faltan las mujeres, una vez más sin ropa, bajo el chorro de agua en la ducha o en la catarata, llenas de sensualidad. Los hombres, cuando aparecen, enseñan lo justo, escena fugaz en la ducha, toalla a la cintura y afeitado con primeros planos de la cara. Lo que no entiendo es la manía de hacer coreografías cada vez que se anuncian compresas.

Por lo que se ve se trata de transmitir la idea de la supremacía masculina: ellos tienen el control, ellos deciden. Los hombres conducen coches maravillosos, y ganan eventos deportivos donde se les ve haciendo filigranas en el aire mientras practican skateboard o snowboard, alzando los brazos en señal de victoria al marcar un tanto o al llegar a una meta. A las mujeres nos queda reservado el papel de anunciar ropa, comida, productos dietéticos y medicinas.

Le preguntaba a mi hijo, por ser el varón que tenía más cerca en ese momento, si se sentía a gusto siendo hombre, y dijo que sí. Pensaría el pobre que qué cosas tiene su madre, que vaya preguntas. Pero cuando le inquirí sobre si no le chirriaban esos anuncios en los que no aparece ni una sola mujer, o que ésta aparezca sólo en determinados roles, me contestó que no, que no le parecía extraño.

Cómo no se va sentir a gusto habiendo nacido hombre, ellos tienen todas las ventajas. Y que no le llame la atención todo lo que le planteé es lógico, puesto que ha sido así toda su vida y está habituado a ello, le parece lo normal. Su espíritu crítico aún no ha despertado en estas cuestiones, y siendo hombre dudo mucho que despierte jamás. Y no es un discurso feminista, es la reivindicación de una injusticia que no deja de producirse a estas alturas del siglo XXI, en países que se suponen civilizados, no hablo ya de aquellos en los que hay burkas y otras costumbres por el estilo.

El día que no se nos utilice para vender coches en las exposiciones o para promocionar artículos del hogar habremos dado un paso de gigante en la evolución de la Humanidad. Mientras tanto, seguiremos besando la axila del tipo de turno que se acaba de poner desodorante (puag), conseguiremos dejar reluciente el baño más sucio que hallarse pueda (puag), y comeremos las barritas energéticas que nos harán adelgazar para seguir gustándoles a ellos (¿?). Porque gustarnos a nosotras mismas se ve que no, pues qué poco nos queremos si consentimos que se perpetúe este estado de cosas.

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