lunes, 6 de octubre de 2014

Cabezas de turco

Son tremendas las imágenes de los turistas de diversas nacionalidades que, por el hecho de haber nacido en un determinado país, se convierten en cabezas de turco de ciertas ideologías radicales. Es como si tuvieras que entregar tu vida por la patria y la bandera, tal y como se ha hecho siempre en tiempo de guerra, pero tener que hacerlo por una en la que ni siquiera se es partícipe es una triste desgracia.
Los integristas islámicos parece que quieren que el mundo entero se levante en armas. No les gusta la paz, la estabilidad, la prosperidad, prefieren el caos, la violencia, la sangre. Aquellos que pertenecen a grupos radicales, en cualquier parte del planeta, encuentran sentido a su existencia provocando el pánico, la desesperación, el dolor. Víctimas de un lavado de cerebro como el que se hace en cualquier secta, son instrumentos de mentes oscuras que están en la sombra, y que los utilizan a su antojo haciéndoles creer que sus actos los convierten en héroes y que conseguirán lo que deseen en la otra vida, puesto que en esta no lo van a tener. Hay que estar muy mal de la cabeza para prestarse a manejos tan sórdidos y gratis, a cambio sólo de promesas vanas que nadie garantiza. La fe se utiliza como instrumento, cuando en realidad es un don de Dios que no a todo el mundo se otorga y que enaltece a las personas, haciéndolas partícipes de Su gloria, no instrumentos de tortura y muerte en Su nombre.
Perder la vida o quitársela a los demás aduciendo tan absurdos ideales es una locura. Aunque lo más macabro es ver cómo disfrutan los verdugos. Hay algo en la sangre que es adictivo para quien la ha derramado alguna vez. Es como el animal salvaje que una vez que ha matado se acostumbra y lo hace siempre que puede y sin titubear, como si no lo pudiera remediar.
Quién te va a decir que, cuando estás pasando un tiempo de ocio y divertimento en un país extranjero, te veas inmerso en una situación de pesadilla de la que es muy probable que no salgas con vida. Qué habían hecho esos pobres turistas que han sido ajusticiados, o los miembros de ONGs que han corrido la misma suerte anteriormente. O los misioneros que han sido asesinados violentamente a lo largo de tantos años, sin posibilidad de defensa. El turista, el cooperante o el religioso se convierten así en moneda de cambio de disparatadas reivindicaciones, presas fáciles que muchos gobiernos no se van a molestar en reclamar o pagar rescate. El violento no se atreve con quienes sí pueden hacerles frente, y si lo hacen es en guerras de pacotilla en medio del desierto donde nadie ve a nadie y todos se esconden detrás de rocas o matorrales, lanzándose algún disparo de vez en cuando por decir que han hecho algo. Ni la guerra de Gila resulta más ridícula.
Y esa manía de vestir de naranja a los secuestrados, como hacen los americanos con los presos de Guantánamo. Es como poner un uniforme a determinado tipo de crímenes, para que todo el mundo lo reconozca a 1ª vista. El naranja es ahora, por razones desconocidas, el color que ha sido elegido por aquellos que se creen dueños de la vida y la muerte de los demás. Como también es ridícula la costumbre de hacer aparecer en un video a los secuestrados reivindicando lo que sus captores les han dicho, incluso momentos antes de morir. Hace falta ser siniestro y retorcido. Quién se va a creer que esos pobres infelices hablan en su propio nombre. Al contrario, su mensaje provoca rechazo, precisamente por las circunstancias en que tiene lugar. Qué mentes infantiloides y patológicas alimentan estos métodos absurdos. Poco peso tiene una ideología cuando necesita apoyarse en la coacción y el asesinato, y no en la fuerza de sus contenidos.
Asistimos pues a un espectáculo creciente de miseria humana y perversión. Nadie parece querer ponerle coto. No vale lo mismo la vida de una sola persona que la de todo un ejército. La importancia de las pérdidas se mide por la cantidad de víctimas. Prestarse a pagar un rescate le hace el juego al enemigo, lo que le suceda al inocente de turno es lo de menos. La extorsión y el secuestro son viejos conocidos, no sólo los integristas lo practican. Las organizaciones mafiosas, o la ETA en su momento, los utilizaron para financiarse y de paso amedrentar al personal. No hay nada nuevo bajo el sol. Quizá por eso, porque nos hemos acostumbrado a estos actos de vileza, ya no nos impresionan tanto. Hay que sacudirse la somnolencia moral y hacer frente a este descalabro. Perder la vida siendo el cabeza de turco de turno es un triste final.


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