En post anteriores he tratado dos
formas diferentes de concebir el amor, una la de Kate y Leopold, tierna,
romántica, complicada por el escepticismo de ella, y que trasciende las
barreras del espacio y el tiempo, y otra la contada en La cruda realidad, una
historia actual, trepidante, en la que la atracción física casi es más
importante que el amor en sí mismo. Pero ambas reflejan un sentimiento, un
estado del corazón que cambia por completo nuestras vidas, y nos hace pensar a
los que no disfrutamos de él que nos estamos perdiendo algo muy importante.
Lo malo de estas narraciones de
cine es que tienen siempre un toque de magia y un final feliz que no suelen
corresponderse con la realidad. Quien tenga la fortuna de vivir un amor
apasionado y puro, entendiendo la pureza como estar libre de segundas
intenciones o prejuicios, ha encontrado un tesoro de valor incalculable, lo
mismo que el que encuentra a un amigo del alma, pues en esto de las relaciones
humanas y las emociones todo lo bueno que podamos hallar en el camino nos
enriquece y hace felices más de lo que lo haría cualquier bien material.
Lo malo también es que crea unas
ilusiones y unas expectativas demasiado sublimes, nos forja un modelo mental al
que pretendemos llegar infructuosamente, la mayoría de las veces. Y no sólo en
lo que al amor se refiere, sino en cuanto a la vida en general. Vemos lo que
hay en torno nuestro y nos sorprendemos incluso de que sea tan distinto de lo
que anhelamos. Yo particularmente a veces pienso que he nacido en el país equivocado. Cómo puedo
alcanzar lo que deseo en un lugar como éste. La educación que he recibido, y hasta mi
sentido de la estética me hacen sentirme identificada con la gente nacida
en el norte de Europa más que con la del resto del mundo. Cuando me veo rodeada cuando
voy por la calle de una nube de nórdicos-as, ya sólo por su apariencia y su
manera de comportarse me siento repentinamente a gusto, como si estuviera realmente en casa, como si el suyo fuera
en realidad mi lugar. Salvo por el clima, cualquiera de los países englobados
en esa zona sería mi verdadera casa.
Hay lugares maravillosos en todos
los confines de la Tierra a los que querría ir alguna vez. Puede que así
lograra valorar mis raíces, un país como este que me aburre y desalienta cada vez más, poner
distancia quizá haría que lo terminara echando de menos. No lo sé, no lo creo. Puede que no sea tan distinta cualquier capital europea de lo que es
Madrid, pero cuando estuve en Viena, en París o en Londres lo vi todo con ojos
muy diferentes a como lo contemplo todo aquí.
Cuando dicen que es una lástima
que un recién licenciado se tenga que marchar al extranjero porque aquí no
encuentra trabajo, a mí me parece que es una oportunidad de oro para conocer
otras culturas, otras sociedades. Porque el hogar y los amigos se hacen en
cualquier sitio, y con la familia se puede mantener contacto permanente gracias
a las nuevas tecnologías y las facilidades para viajar que hay hoy en día.
Dónde está nuestro destino, eso
nadie lo sabe. Lo que queremos y lo que tenemos son cosas diferentes, pero no hay que conformarse. He oído
hasta la saciedad aquello de que ser feliz es no necesitar nada, tener la menor
cantidad de deseos posibles, y sobre todo resignarse. Que todo es por alguna
razón. Qué difícil creer todo eso. Le preguntaban a Ethan Hawke, uno de mis
actores predilectos, recientemente en una entrevista el por qué de su
pesimismo actual, y él contestaba que el enorme idealismo que le había acompañado en
su juventud había casi desaparecido, y veía ahora todo con demasiado realismo,
por lo que era inevitable percatarse de la grisura de la vida, tras la
decepción. Y decía como yo que nadie sabe lo que le espera, cuál es su destino.
Intuyo que su carácter es muy parecido al mío, su sensibilidad, su forma de
pensar, y por otras muchas cosas que ha dicho. Comentó que era un eterno
inconformista, que nunca está contento, que parece que siempre le falta algo más . Pues ya somos dos.
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