Hay una compañera de trabajo que
se ha jubilado hace poco y que ya, desde el primer momento que la conocí, me
llamó la atención. Yo llevo en este trabajo poco más de 2 meses y medio, por lo
que apenas la he podido tratar, pero como fue su despacho el lugar en el que me
hicieron esperar hasta que decidieron dónde debía ubicarme el día que llegué, fue de las primeras
personas que conocí.
Nadie diría por su aspecto que
estaba a punto de cumplir 65 años, pues su aire desenfadado y juvenil le hacía
parecer por lo menos 10 años menor. Físicamente y en la voz me recordó mucho a
Julia Caba Alba, la tía de los magníficos actores Gutiérrez Caba. Pizpireta, muy
desenvuelta, decidida, con gran sentido del humor, sus ojos chispeaban detrás
de sus gafitas, y me acogió en su pequeño despacho de jefa el poco tiempo que
tardaron en llevarme al que me correspondía.
Y si por cómo tienes decorado el sitio donde trabajas
se puede saber mucho de tu personalidad, en el caso de ella debía ser así 100%, alguien realmente peculiar.
Un precioso ramo de flores frescas lucía en un gran jarrón sobre su mesa,
grande, antigua y tallada con buena madera. Me la imaginé comprándolas cada día
de camino al trabajo, para poderse dar el gusto de respirar su fragancia y
recrearse en su belleza. Unas manoletinas que aparentaban ser de madera pero
que luego, cuando las cogí a instancia suya porque le mencioné lo originales
que me parecían, resultaron ser de hierro, hacían las veces de pisapapeles. Una
máquina de escribir muy antigua reposaba sobre una pequeña mesa enfrente de la
anterior. El despacho, aunque no muy grande y de forma irregular, me
pareció coqueto y acogedor.
En la copa que dio el último día
de trabajo se la pudo ver, ya casi al final, afanándose, como una niña que está
estrenando, en deshacer los paquetes para descubrir cuanto antes su contenido. Uno de ellos,
de proporciones considerables, resultó ser una casa de muñecas, de color
vainilla con el techo marrón oscuro. A cualquiera puede chocarle semejante
regalo para una mujer de su edad, pero conociéndola no extraña nada, pues hasta
su voz recuerda a una niña pequeña y traviesa.
Terminó subiéndose a una silla,
para que todo el mundo pudiera verla, y pronunció un pequeño discurso. En él
hizo un breve repaso de su vida laboral, desde que empezó a trabajar con 16
años, aunque hasta los 21 no entró en la Administración, pasando por la época
en que, en el departamento de formación, estuvo dando clases, período que
recordaba con mucho cariño, pues esa debía ser su vocación secreta, la de
profesora. Y se le notaba que estaba acostumbrada a hablar en público, porque
lo hacía con mucha naturalidad y hablaba muy bien. Luego agradeció la
asistencia a todos, agrupándonos según su grado de cercanía y colaboración con
ella. Para todos tuvo buenas palabras.
Consiguió contener las lágrimas,
aunque tenía los ojos empañados por la emoción, y en general se la veía
contenta de empezar una nueva vida, ya un poco cansada de tantos años de
trabajo, aunque con su energía y vitalidad no sería extraño que cualquier otra
empresa que iniciara la llevara a cabo con igual entusiasmo que todo lo que ha hecho
anteriormente, porque tiene cuerda para rato. Se nota que es una persona que ha
disfrutado intensamente de cada minuto de su vida, y me imagino que así seguirá
en adelante.
En la gran tarjeta en la que
todos le pusimos una dedicatoria le escribí que aunque apenas nos conocíamos le
deseaba lo mejor en esa nueva etapa de su vida que iba a comenzar. Y así será.
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