viernes, 17 de octubre de 2014

Raíces profundas

 
Siempre ha despertado en mí sensaciones muy dulces y cálidas Raíces profundas, película rodada en una época en la que el mundo funcionaba de otra manera y en la que Hollywood vivía su momento dorado, ya irrepetible.
Pero de entre todos los films que nos han acompañado desde la más tierna infancia, este tiene algo singular. Es curioso pensar que ya lo veía mi madre mucho antes de que yo viniera al mundo, cuando era adolescente, y las mismas emociones que despertaron en ella yo las sentí también. Es increíble que un mismo film pueda ser disfrutado por varias generaciones a lo largo del tiempo, y que a pesar de los cambios que la vida moderna ha ido introduciendo en nuestra forma de pensar y de vivir, hay cosas que permanecen inmutables, lo sentimental, los valores éticos, la nostalgia.
Para mi madre el protagonista, Alan Ladd, era un ser mirífico, adornado con todas las cualidades que una persona excepcional debe tener. El actor suplía su corta estatura con una bella cabellera rubio platino que nunca se despeinaba con las peleas tan típicas de los western, quizá el flequillo se movía un poco de su sitio, pero incluso eso le daba al héroe un aire viril, valeroso y aventurero.
Porque eso representaba el personaje, un forastero lleno de tesoros espirituales ocultos pero al que nadie conocía y al que todos juzgaron sin conocer, ya que él mismo no tenía mayor interés en despertar interés alguno. Los matones de turno, que los hay en todas partes, tuvieron que ponerle en el disparadero para hacerle sacar lo mejor de él: su fuerza, su valor, su inquebrantable sentido del honor y la justicia. Porque a eso se dedican los maliciosos, los que envidian, los mediocres, y en general todos los que en realidad se aburren atrozmente consigo mismos y terminan aburriendo a los demás. Quién no ha sentido alguna vez el acoso de seres perniciosos y no ha sido el héroe solitario que los ha tenido que enfrentar. El protagonista terminó usando los puños y el revólver, pero también se pueden usar otras armas. Como leí no hace mucho en un muro de Facebook, “no conozco otro rasgo de superioridad mayor que el de la bondad”. Si bien es cierto que los que ejercen la resistencia pacífica terminan siendo mártires, y si no ahí están Gandhi, Luther King y tantos otros, y eso es algo que apetece poco, como no se sea un santo.
Leí hace poco que Raíces profundas era magistral sobre todo por el trazado psicológico de sus personajes, que establecían entre sí un complejo y profundo entramado de sentimientos que los relacionaba respetando sus individualidades. El niño que admira al protagonista y lo tiene como un héroe (cuánto le duele que llegue a dudar de él, cuando se resiste a responder a los pendencieros que tienen dominado el lugar), la madre del pequeño con la que vivirá un amor platónico, y el marido de ésta, bueno pero corriente, predecible, sin una personalidad que lo distinga del resto.
Ese algo especial, la ternura mezclada con pasiones de toda índole, unas evidentes y otras secretas, el despliegue de valores eternos y el triunfo del bien sobre el mal, aunque sea sólo a medias porque él se tiene que marchar, nómada a su pesar que nunca llega a establecerse en ninguna parte, además de esos vastos paisajes aparentemente desolados, deslumbrados por el sol, en los que se pierde la mirada y reposa el alma, hacen que este film no sea uno más dentro del género del Oeste y se convierta en una pequeña gran joya de la cinematografía clásica, inmune al desgaste del tiempo.
Leí sobre sus dos principales protagonistas, Alan Ladd y el niño, aunque más me hubiera valido no hacerlo. A veces la curiosidad no lleva a ningún buen puerto. Ladd falleció pocos años después, con 50, por una mezcla de barbitúricos y alcohol en una muerte que se consideró un suicidio. El niño hizo muchas películas después, y siendo aún joven, cuando estaba rodando otro film maravilloso, Las mariposas son libres, murió en un accidente de moto al esquivar a otro vehículo que se le echaba encima.
Cuando hablé de la película con mi madre todas estas cosas se las ahorré, sabedora de que nada le servirían como no fuera para apenarla. Que permanezcan inalterables sus emociones de entonces, cuando la vió por vez 1ª, estas Raíces profundas que tan profundas raíces dejó en ella. Que siga sintiendo esa suerte de dicha que entonces experimentó, y que sólo es posible cuando se tiene la fortuna de sentir, vivir, obras de arte tan grandes como esta. 


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