jueves, 7 de enero de 2010

Kurt Cobain







La música de Kurt Cobain constituye, desde hace algún tiempo, la sustancia de la que se alimenta esa parte de mi estado emocional y mental que escapa a mi control. Nunca me gustó la música “heavy” ni nada que se le pareciese, hasta que leí un libro sobre su vida y escuché sus canciones como líder de Nirvana.
Al saber de su pasado, trágico, desolado, y la situación tan límite a la que llegó como consecuencia de ello, podría considerársele casi un desecho social, un marginado al que el azar convirtió en un dios, pero que nunca dejó de ser un ser desvalido. En su actitud ante la fama se confundían de forma extraña la vanidad y el terror: detestaba hasta la náusea el acoso de los fans por lo mucho que aquel desenfreno le violentaba, pero sufría cuando no se ponía un disco suyo en las emisoras de radio o sus canciones no sonaban con la suficiente frecuencia.
Decía haber añorado siempre de niño poder pertenecer a una familia clásica. Nunca asimiló el divorcio de sus padres y la indiferencia de éstos hacia él. Realmente les daba igual que estuviera vivo que muerto, al contrario, era un estorbo porque siempre parecía estar a disgusto con todo y daba quebraderos de cabeza.
En el libro se cuenta que vivió como un vagabundo antes de formar su banda de música y ser descubiertos para el gran público. Se dice que solía ir desaseado, que no le importaba su olor ni su apariencia. El aspecto desaliñado que solía lucir siempre cuando actuaba encaja con esa descripción, desgreñado, con grandes y largos jerseys y camisas, y rotos en los pantalones, un estilo que se llamó “grunge” y que él inició.
Las letras de las canciones que compuso y los dibujos que ideó para ilustrar las portadas de sus discos, tienen mucho de lo absurdo de las pesadillas, y pueden resultar muy escalofriantes. Sus obsesiones, sus delirios, estaban marcados por una infancia y adolescencia traumáticas nunca superadas, y por el consumo de alcohol y estupefacientes, y todo ello conforma un universo particular que no siempre es del gusto de todos ni lo bastante inteligible.
En realidad no sigo con pasión ciega a Nirvana como hacen el resto de sus seguidores, pues sólo me gusta la primera parte de “Nevermind”, pero esa media docena de canciones y la última que rubrica el disco, son para mí una inagotable fuente de placer cada vez que las escucho. Por alguna extraña razón, y en contra de lo que suelen ser mis gustos musicales, ese sonido es capaz de arrancar de mi interior una emoción y una fuerza que ninguna otra cosa consigue, y me transporta a un estado anímico de enervación liberadora, de catarsis.
Recuerdo que cuando salió “Nevermind” no presté mucha atención a su música, pero la portada del disco se quedó grabada en mi memoria, con aquel bebé flotando bajo el agua intentando coger un billete. Tuvieron que pasar muchos años para que yo supiera apreciar ambas cosas, cuando ya Nirvana había dejado de existir.
En una de las entrevistas televisivas que se le hizo al grupo, se les mostró unos videos con las opiniones de la gente joven de la calle sobre sus letras. Uno llegó a decir que si las escuchara estando drogado seguramente las entendería. A Kurt Cobain le hizo mucha gracia aquello. Tenía un afilado sentido del humor. Dijo que estaba un poco harto de la opinión de los demás sobre sus letras, porque él quería expresarse libremente y ser cada vez más audaz.
Parece que es casi imprescindible estar marcado por un penoso pasado para ser capaz de crear formas artísticas que alcancen la gloria y sean un legado para la posteridad. Pero a qué precio: los que consiguen las mieles del éxito son muchas veces los que menos son capaces de disfrutarlo, atormentados por sus truculencias pretéritas y presentes de las que no pueden escapar, y muchos buscan y les alcanza la muerte prematuramente.
El estilo grunge se dice que se caracteriza por un sonido oscuro y contundente. La voz de Kurt Cobain no es lo bastante desgarrada como para incluirlo en el ámbito del heavy, se alza potente y clara por encima de la avalancha musical de las guitarras y la batería. En las fotos siempre tiene un aire casi angelical, con su rubio cabello, su profunda mirada azul, su aire melancólico y ausente, la belleza de su cara. Cuando mira a la cámara se puede ver una mezcla de dulzura y dolor, de desgarro y abandono: es como si nos estuviera diciendo anticipadamente, sin palabras, que no quería seguir viviendo, que la vida se le hacía insoportable. Pero en el escenario ese aire angelical desaparecía, y entonces ponía a prueba sus pulmones con una potencia vocal extraordinaria, sacaba de dentro de sí todo lo que le lastraba, sin perder la compostura de un rostro perfecto que casi siempre dejaba tapar por su pelo, como si fuera una barrera defensiva entre él, el público y las cámaras.
La elección del nombre del grupo estaba en consonancia con lo que perseguían: el nirvana es la liberación de los deseos, de la conciencia individual.
Poco antes de quitarse la vida haciendo saltar sus sesos con una escopeta, decía haber llegado a una etapa de hastío: estaba cansado del grunge y no se sentía capaz de componer ninguna canción más en esa línea. Nadie adivinó que en realidad estaba cansado de todo en general, de luchar contra demonios interiores que nunca se iban. Esto, unido al creciente malestar que le producía el consumo de drogas, le llevó a decidir acabar con una existencia oscura. Ni el amor de su pareja, a la que llamaba “mi diosa”, en un lenguaje típico de los músicos de heavy y rock, ni el nacimiento de su hija, a la que quería mucho, fueron acicate suficiente para que abandonara su idea de autodestrucción.
Nos queda la imagen de Kurt Cobain suspendida en el tiempo, eternamente joven, con su mirada lejana, desasida de sí mismo, interrogante, y que parece preguntarnos ¿por qué?.

1 comentario:

ALBERTO dijo...

Hola,como estás?. A mi ambien me interes Cobain, pasate por mi blog.

 
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