No hace mucho descubrí a mi hija cantando canciones de Rocío Jurado. Sus primos tienen un karaoke y si no la conocía se ha familiarizado con ella. Y no es para menos. Me hizo preguntas sobre su vida y vimos algunos videos de sus actuaciones. Es curioso cómo hasta en una niña de doce años puede despertar tanto interés.
Y es que era una mujer increíble, que lo mismo cantaba flamenco que canción melódica. Hay otros tipos de música que son mucho más comerciales que la que ella hacía, dirigida a un público más concreto, pero a poco que la escuches y la mires durante un rato algo en su voz y en su gestualidad te cautiva. El sentimiento que ponía en su forma de interpretar, alejado de las maneras típicas de los cantantes de flamenco, y su belleza y su físico poderoso que llenaban el escenario, hicieron que Rocío Jurado ocupase un lugar importante durante muchos años en el mundo de la música.
En los 70 se decía de ella que lucía conjuntos que dejaban ver su cuerpo con demasiada generosidad: escotes vertiginosos, transparencias…Ella siempre fue exuberante, hermosa, y estaba en sintonía con la moda de entonces, en la que los artistas en general aparecían con poca indumentaria. Nunca tuvo complejos, era ella misma, le pesara a quien le pesara.
El contenido de sus canciones nos llegaba directamente al corazón: muchas de las cosas que le pasaban o que sentía en cada momento, las expresaba con ellas, amor, desamor, cosas que nos suceden a todos pero que interpretadas por ella, con su manera tan personal de expresarse, adquirían unas resonancias y una trascendencia distintas a todo lo conocido.
Su vida sentimental era carne de papel couché. Desde sus matrimonios, el nacimiento de su hija, su divorcio, hasta la boda de su hija y su divorcio, los nietos…, en fin, todo lo relativo a su vida privada se hacía público, siendo protagonista de la prensa rosa durante décadas, algo que le pesaría al final. En un programa de televisión, en el que se le preguntaba por la reciente separación de su hija, se lamentaba de la falta de respeto y de humanidad que había entre los profesionales del mundillo del corazón. Dijo que siempre había existido una relación cordial y de consideración con los medios de comunicación, pero ahora en cambio había un interés morboso y desproporcionado por estos temas. Lo que antes servía de distracción para el público se había convertido en algo enfermizo, malsano. Una cosa es que los seguidores tuvieran interés en saber de la vida de los artistas a los que admiraban, y éstos se sentían halagados porque eso significaba que no les eran indiferentes a la gente. Pero actualmente estar en el candelero es lo mismo que estar en la picota, una especie de nueva inquisición que se ha formado con lo peor de nuestra sociedad, y que parece va a funcionar por mucho tiempo.
Me pesaba la tristeza de Rocío Jurado, objeto de burla y escarnio como el resto de los artistas que aparecen en las revistas. Ella era una mujer buena, entrañable, cariñosa, con una enorme sensibilidad, y creo que nunca imaginó en lo que derivaría todo aquello. Se la veía horrorizada, consternada.
Cuando enfermó nadie se lo podía creer: acostumbrados a su presencia durante tantos años, se nos hacía muy duro concebir un mundo en el que no estuviera ella. Su larga lucha contra el cáncer, el progresivo deterioro de su cuerpo, de su lozanía de mujer tan española, fueron una agonía compartida por todos los que apreciamos en algo su arte y su persona. Daba casi miedo verla en su última actuación, reducida a la mitad de lo que había sido, consumida por la enfermedad, y que le sirvió para demostrar lo que ya sabíamos que había sido siempre, una artista sin parangón de nuestra escena, y también como despedida. Hubo en aquel popurrí hasta cante jondo, uno de los géneros con los que comenzó su carrera. De su garganta salieron sonidos que yo desconocía en ella hasta entonces, profundos, desgarrados. Todos quedamos sobrecogidos, sorprendidos por su versatilidad y por el esfuerzo sobrehumano que tuvo que hacer para acabar con éxito el espectáculo.
Su muerte sirvió una vez más para llenar revistas y programas de televisión con especulaciones y basura. Pero ella ya había pasado a otra dimensión, aquella en la que las estrellas brillan con luz propia y nada puede tocarlas.
Rocío Jurado fue una mujer valerosa, de carácter, muy trabajadora, especial en todas sus cosas. Nunca la podremos olvidar.
Y es que era una mujer increíble, que lo mismo cantaba flamenco que canción melódica. Hay otros tipos de música que son mucho más comerciales que la que ella hacía, dirigida a un público más concreto, pero a poco que la escuches y la mires durante un rato algo en su voz y en su gestualidad te cautiva. El sentimiento que ponía en su forma de interpretar, alejado de las maneras típicas de los cantantes de flamenco, y su belleza y su físico poderoso que llenaban el escenario, hicieron que Rocío Jurado ocupase un lugar importante durante muchos años en el mundo de la música.
En los 70 se decía de ella que lucía conjuntos que dejaban ver su cuerpo con demasiada generosidad: escotes vertiginosos, transparencias…Ella siempre fue exuberante, hermosa, y estaba en sintonía con la moda de entonces, en la que los artistas en general aparecían con poca indumentaria. Nunca tuvo complejos, era ella misma, le pesara a quien le pesara.
El contenido de sus canciones nos llegaba directamente al corazón: muchas de las cosas que le pasaban o que sentía en cada momento, las expresaba con ellas, amor, desamor, cosas que nos suceden a todos pero que interpretadas por ella, con su manera tan personal de expresarse, adquirían unas resonancias y una trascendencia distintas a todo lo conocido.
Su vida sentimental era carne de papel couché. Desde sus matrimonios, el nacimiento de su hija, su divorcio, hasta la boda de su hija y su divorcio, los nietos…, en fin, todo lo relativo a su vida privada se hacía público, siendo protagonista de la prensa rosa durante décadas, algo que le pesaría al final. En un programa de televisión, en el que se le preguntaba por la reciente separación de su hija, se lamentaba de la falta de respeto y de humanidad que había entre los profesionales del mundillo del corazón. Dijo que siempre había existido una relación cordial y de consideración con los medios de comunicación, pero ahora en cambio había un interés morboso y desproporcionado por estos temas. Lo que antes servía de distracción para el público se había convertido en algo enfermizo, malsano. Una cosa es que los seguidores tuvieran interés en saber de la vida de los artistas a los que admiraban, y éstos se sentían halagados porque eso significaba que no les eran indiferentes a la gente. Pero actualmente estar en el candelero es lo mismo que estar en la picota, una especie de nueva inquisición que se ha formado con lo peor de nuestra sociedad, y que parece va a funcionar por mucho tiempo.
Me pesaba la tristeza de Rocío Jurado, objeto de burla y escarnio como el resto de los artistas que aparecen en las revistas. Ella era una mujer buena, entrañable, cariñosa, con una enorme sensibilidad, y creo que nunca imaginó en lo que derivaría todo aquello. Se la veía horrorizada, consternada.
Cuando enfermó nadie se lo podía creer: acostumbrados a su presencia durante tantos años, se nos hacía muy duro concebir un mundo en el que no estuviera ella. Su larga lucha contra el cáncer, el progresivo deterioro de su cuerpo, de su lozanía de mujer tan española, fueron una agonía compartida por todos los que apreciamos en algo su arte y su persona. Daba casi miedo verla en su última actuación, reducida a la mitad de lo que había sido, consumida por la enfermedad, y que le sirvió para demostrar lo que ya sabíamos que había sido siempre, una artista sin parangón de nuestra escena, y también como despedida. Hubo en aquel popurrí hasta cante jondo, uno de los géneros con los que comenzó su carrera. De su garganta salieron sonidos que yo desconocía en ella hasta entonces, profundos, desgarrados. Todos quedamos sobrecogidos, sorprendidos por su versatilidad y por el esfuerzo sobrehumano que tuvo que hacer para acabar con éxito el espectáculo.
Su muerte sirvió una vez más para llenar revistas y programas de televisión con especulaciones y basura. Pero ella ya había pasado a otra dimensión, aquella en la que las estrellas brillan con luz propia y nada puede tocarlas.
Rocío Jurado fue una mujer valerosa, de carácter, muy trabajadora, especial en todas sus cosas. Nunca la podremos olvidar.
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