Se están criticando mucho últimamente las redes sociales. Se dice en su contra que desde que existen ha cambiado la forma de relacionarse la gente, que ahora se prefiere la fría comunicación telemática al contacto directo de toda la vida. A parte de ciertos contenidos que se difunden en ellas y para los que parece no haber de momento mucho control.
De vez en cuando me asomo a la habitación de mis hijos y veo cómo se manejan con el Tuenti, que es la forma que ellos han elegido para compartir cosas con sus amigos y la escogida en general por los adolescentes. Ignoro cómo la usarán los demás chicos, pero mis hijos se escriben mensajes con sus amistades sobre temas y de una forma como lo harían en el bis a bis diario que tienen con ellos.
Pero más que los mensajes, lo que más me gusta de lo que allí aparece es el resto de las cosas que ponen en común: además de colgar las fotos que les parezcan oportunas, que han visto en Internet y les han llamado la atención por algún motivo, ponen también imágenes que se envían entre ellos y la verdad es que al final les queda una página muy bonita.
Mi hija suele ver allí las fotos que se ha hecho recientemente con su pandilla en el parque o en cualquier otro de los sitios a los que van, y escoge algunas para que queden en su página permanentemente. Son imágenes tomadas con el móvil, pero están muy bien hechas, tienen una calidad y un sentido artístico extraordinario. Ella y sus amigos saben escoger el encuadre más acertado, el momento más significativo, y todos posan sin posar, con una naturalidad pasmosa. Son fotos hechas como al descuido. En una que me gustó mucho, en blanco y negro, aparece Ana con algunos de sus amigos medio apoyados en una de esas furgonetas de techo bajo que se llevaban tanto en los años 70 y que se han vuelto a poner de moda. Parece que acabaran de llegar de algún viaje o se fueran a marchar de un momento a otro. El tránsito, un momento de reposo en medio de la vida en constante movimiento, la fugacidad de la juventud y de todo. Casi ninguno mira a cámara, tienen la mirada perdida en el infinito, como abstraídos en sus pensamientos.
También me gustó mucho un gran corazón hecho con los nombres de todos, en color rosa, y que sus amigos diseñaron usando un programa especial para este tipo de imágenes.
A los amigos de mi hijo les da por hacerse fotos en el cuarto de baño de sus casas. Retratan su imagen reflejada en el espejo del lavabo. Algunos se han quitado la camiseta para exhibir pectorales, y algún otro ha cogido su guitarra eléctrica y hace como que está tocando. Cuelgan videos con música rap y heavy. Suelen hacer aparecer también, igual que Miguel Ángel, a sus primos y otros parientes, y a sus mascotas. Aquí se da a conocer y se comparte todo, es como un escaparate en el que se muestra lo que a uno le gusta o le interesa pero sólo para quien tú quieras que lo vea.
Los chicos vuelcan en estos lugares todos sus anhelos, sus pensamientos, sus preferencias, sus ilusiones y sus temores. Hay algo especial, casi poético, artístico, en este tipo de manifestaciones sociales, por estética y por contenidos. Parece que la amistad se sella, se rubrica con esta forma de relacionarse, y de un modo distinto a como se había hecho hasta ahora. Sirve también para poner cosas que no te atreverías a plantear cuando se ven.
Hace poco, en el programa de “El Hormiguero”, el personaje invitado en ese momento, Víctor Manuel, manifestaba, cuando se le preguntó, su desaprobación con las redes sociales. Él, que en su momento fue un hombre muy liberal e innovador (quizá políticamente demasiado radical, y lo sigue siendo), parece que se ha quedado atrás en lo que a nuevas tecnologías y modas se refiere. Supongo que él opina así por la posible pérdida del contacto humano en las relaciones humanas, y sin embargo yo creo que es más bien como un complemento a las mismas. La gente interactúa ahora de otras maneras, pero la amistad sigue siendo básicamente lo que ha sido siempre, y nunca va a desaparecer.
Como se decía cuando daba griego en el instituto, el hombre es un “zoon politikon”, un animal social. Es algo que forma parte de su naturaleza, y las redes sociales son un reflejo más de esta cualidad intrínseca.
De vez en cuando me asomo a la habitación de mis hijos y veo cómo se manejan con el Tuenti, que es la forma que ellos han elegido para compartir cosas con sus amigos y la escogida en general por los adolescentes. Ignoro cómo la usarán los demás chicos, pero mis hijos se escriben mensajes con sus amistades sobre temas y de una forma como lo harían en el bis a bis diario que tienen con ellos.
Pero más que los mensajes, lo que más me gusta de lo que allí aparece es el resto de las cosas que ponen en común: además de colgar las fotos que les parezcan oportunas, que han visto en Internet y les han llamado la atención por algún motivo, ponen también imágenes que se envían entre ellos y la verdad es que al final les queda una página muy bonita.
Mi hija suele ver allí las fotos que se ha hecho recientemente con su pandilla en el parque o en cualquier otro de los sitios a los que van, y escoge algunas para que queden en su página permanentemente. Son imágenes tomadas con el móvil, pero están muy bien hechas, tienen una calidad y un sentido artístico extraordinario. Ella y sus amigos saben escoger el encuadre más acertado, el momento más significativo, y todos posan sin posar, con una naturalidad pasmosa. Son fotos hechas como al descuido. En una que me gustó mucho, en blanco y negro, aparece Ana con algunos de sus amigos medio apoyados en una de esas furgonetas de techo bajo que se llevaban tanto en los años 70 y que se han vuelto a poner de moda. Parece que acabaran de llegar de algún viaje o se fueran a marchar de un momento a otro. El tránsito, un momento de reposo en medio de la vida en constante movimiento, la fugacidad de la juventud y de todo. Casi ninguno mira a cámara, tienen la mirada perdida en el infinito, como abstraídos en sus pensamientos.
También me gustó mucho un gran corazón hecho con los nombres de todos, en color rosa, y que sus amigos diseñaron usando un programa especial para este tipo de imágenes.
A los amigos de mi hijo les da por hacerse fotos en el cuarto de baño de sus casas. Retratan su imagen reflejada en el espejo del lavabo. Algunos se han quitado la camiseta para exhibir pectorales, y algún otro ha cogido su guitarra eléctrica y hace como que está tocando. Cuelgan videos con música rap y heavy. Suelen hacer aparecer también, igual que Miguel Ángel, a sus primos y otros parientes, y a sus mascotas. Aquí se da a conocer y se comparte todo, es como un escaparate en el que se muestra lo que a uno le gusta o le interesa pero sólo para quien tú quieras que lo vea.
Los chicos vuelcan en estos lugares todos sus anhelos, sus pensamientos, sus preferencias, sus ilusiones y sus temores. Hay algo especial, casi poético, artístico, en este tipo de manifestaciones sociales, por estética y por contenidos. Parece que la amistad se sella, se rubrica con esta forma de relacionarse, y de un modo distinto a como se había hecho hasta ahora. Sirve también para poner cosas que no te atreverías a plantear cuando se ven.
Hace poco, en el programa de “El Hormiguero”, el personaje invitado en ese momento, Víctor Manuel, manifestaba, cuando se le preguntó, su desaprobación con las redes sociales. Él, que en su momento fue un hombre muy liberal e innovador (quizá políticamente demasiado radical, y lo sigue siendo), parece que se ha quedado atrás en lo que a nuevas tecnologías y modas se refiere. Supongo que él opina así por la posible pérdida del contacto humano en las relaciones humanas, y sin embargo yo creo que es más bien como un complemento a las mismas. La gente interactúa ahora de otras maneras, pero la amistad sigue siendo básicamente lo que ha sido siempre, y nunca va a desaparecer.
Como se decía cuando daba griego en el instituto, el hombre es un “zoon politikon”, un animal social. Es algo que forma parte de su naturaleza, y las redes sociales son un reflejo más de esta cualidad intrínseca.
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