miércoles, 13 de enero de 2010

Pena de muerte


Siempre me ha parecido muy chocante el gusto que tiene la gente por presenciar las ejecuciones públicas. No entiendo el motivo por el cual, cada vez que se termina con la vida de un preso, hay gente sentada alrededor como si estuvieran asistiendo a un espectáculo teatral, a algo que les resulta tan interesante que parecen como hipnotizados, no pueden apartar la mirada mientras siguen todo el proceso. Sólo les falta aplaudir al final. Es algo grotesco, sin sentido.
Hace poco vi una película en la que el condenado estaba en su celda poco antes de que acabaran con su vida. Le daban una comida especial, le rapaban la cabeza y le ayudaban a ponerse un pañal de incontinencia debajo de los pantalones. Ya en la silla eléctrica, le tapaban la cabeza y la cara con una especie de capucha. Esta práctica aún se sigue realizando, pero tiende a desaparecer en beneficio de otros métodos que resultan más económicos.
No hace mucho nos escandalizaba la noticia de que en un parque de atracciones de Milán se podían ver los espasmos de un muñeco de látex sentado en una silla eléctrica, al módico precio de un euro, y parece que estuvo muy solicitado el invento.
Qué sería una ejecución pública sin público. Desde la época de la guillotina, cuando la chusma pasaba el tiempo contemplando el espectáculo vociferante y agitada. Sería una forma de desahogarse, tal como sucede hoy en día con el fútbol.
Lo mismo pasaba cuando los cristianos eran devorados por los leones en el coso romano: cuanta más sangre se derramara, más enfervorecido estaba el público. Algo parecido a las corridas de toros actuales.
Muchas son las formas de ejecución que se han utilizado a lo largo de la Historia: horca, garrote vil, cámara de gas, y otras que han quedado en desuso, como el empalamiento, desangramiento y estrangulación en la Antigua Roma, crucifixión, desmembramiento…. La lista es interminable. La inyección letal es lo que parece estar de moda hoy en día, porque es rápida y económica.
Desde hace tiempo hay una creciente denostación de la pena capital por parte de la sociedad, por muchas razones: la crueldad que supone, los años interminables en el corredor de la muerte, los casos de error judicial que han condenado a inocentes, los fallos técnicos que se producen a la hora de impartirla y, sobre todo, por el principio de indisponibilidad de la vida humana, que se supone está en manos de Dios. Sin embargo, se sigue considerando el castigo más adecuado para los criminales que tienen graves delitos a sus espaldas. El dicho aquel de que quien a yerro mata, a yerro muere, se cumple aquí punto por punto, pues no se ha encontrado mejor forma de quitar de en medio al que tiene semejantes culpas en su haber, considerado además un individuo peligroso, potencialmente capaz de hacer daño a los demás en cuanto se lo proponga.
La cadena perpetua no es considerado castigo suficiente para ciertos delincuentes especialmente virulentos. Pero la condena a muerte parece, más que la administración de justicia, el cumplimiento de una venganza, como si las víctimas clamaran desde su tumba por que se de a su asesino el mismo fin que les dio a ellas. Cabe pensar que si matamos a un convicto por sus crímenes nos estamos convirtiendo también nosotros en asesinos: tampoco damos muestras de humanidad, de piedad cuando el reo siente pánico y se arrepiente, nos volvemos como fue él cuando cometió sus fechorías. Aunque habría que ver cómo nos lo tomaríamos si fuéramos nosotros la víctima o algún ser querido nuestro.
Y sin embargo, la existencia de la pena capital no es en sí misma revulsivo suficiente para erradicar la delincuencia: ante la sola idea de pasar por un trance semejante, muchos se lo pensarían dos veces antes de cruzar la frontera de la ley, pero en la práctica no es así.
El grado y la importancia de sus delitos excluye cualquier intento de rehabilitación con la cárcel o con otra forma de castigo para el que es condenado a la máxima pena. Un pasado trágico y de pobreza no es atenuante suficiente: no importa la causa que ha originado el comportamiento, lo que parece importar es en lo que ha derivado después.
En casos como los de la pena de muerte no hay culpables y víctimas, todos somos víctimas, todos salimos perjudicados, porque en una sociedad donde se cometen cierta clase de delitos es que algo funciona mal. Es lo mismo que en una guerra, que no hay ganadores y vencidos, todos salimos perdiendo, a todos nos afecta cuando se llega a una situación así.
Hasta la fecha, mientras no se idee otra forma de castigar que sea efectiva, la pena de muerte seguirá formando parte del sistema judicial de ciertos países que lo han considerado necesario. Aunque el delito sea el mismo, nunca serás castigado de la misma manera, todo dependerá del lugar donde lo hayas cometido. Aunque ya sabemos que la justicia no es igual ni para todos ni en todas partes.

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