Hace poco comentaba con mi madre lo que significa llevar un uniforme militar hoy en día. Ella, que es hija y nieta de militares, siempre ha tenido una inclinación especial a todo lo que tuviera que ver con el Ejército. Se emociona con las paradas y las bandas de música militares. Tanto ella como mi padre y como yo misma hemos trabajado en el Ministerio de Defensa, aunque la visión que tenemos del estamento militar mi padre y yo es bastante distinta de la de mi madre, sobre todo la mía.
Quizá a ella le ciega la pasión por el color caqui, porque lo ha visto desde pequeña en su casa y forma parte de su vida, y además no estuvo trabajando el tiempo suficiente como para tener un planteamiento realista del tema. Ella guarda en su corazón una versión idealizada de lo que es un uniforme y lo que representa, seguramente porque los miembros de nuestra familia que lo han llevado han sido dignos representantes de lo que debe ser un militar. Pero yo y mi padre, que es también hijo, nieto, sobrino y hermano de militar, hemos soportado la necedad y la mezquindad de unos jefes, mientras estuvimos en el citado Ministerio, que por llevar ese uniforme se creían poco menos que los dueños de la vida y la muerte del personal civil que trabajábamos con ellos. El despotismo, la mala educación, el machismo, el amiguismo para el que estuviera dispuesto a hacerles la pelota, eran moneda corriente.
Yo he conocido de todo, desde militares de alta graduación que cobraban dos veces su sueldo y que, pese a haber aparecido en los periódicos por esa y otras irregularidades y pasar después por una dudosa auditoría han continuado haciendo lo mismo, impunes, hasta otros de baja graduación que no sabían hacer la O con un canuto, ya que no tenían ni el bachiller superior, y que sin embargo se permitían el lujo de mirar por encima del hombro a todo el mundo e incluso de acosar en todos los sentidos imaginables a una compañera, amiga mía, y a quien se terciara. Aunque acomplejados y pervertidos los hay de todas clases y en todas partes, en el estamento militar he encontrado ejemplos de manual de psiquiatra.
Mi padre se queja de que el trabajo que él hacía no era valorado, que automáticamente se adjudicaba los méritos del mismo el militar que tuviera de jefe en cada momento, como si él no hubiera hecho nada. Un hombre de la valía de mi padre, en la empresa privada, hubiera arrasado. La Administración militar siempre ha sido un mundo aparte, y la connivencia de muchos compañeros dejaba mucho que desear, porque aunque lameculos los hay de todas clases y en todas partes también, éstos hacían cosas como salir de un despacho sin darle la espalda nunca al militar de turno, haciendo reverencias sin parar mientras retrocedían hasta la puerta (en China estarían en su salsa), o ponerse de pie y cuadrarse cuando algún militar llamaba por teléfono para preguntar o pedir cualquier cosa, como si estuviera allí en persona y los viera, que sólo les faltaba hacer el saludo castrense. Y esto sólo lo que se puede contar, que de lo que no podría escribir un libro.
El honor, la entrega, el valor, la moral, son conceptos que en los ámbitos castrenses en los que me he movido son prácticamente inexistentes. Parece que el estamento militar es particularmente proclive a la corrupción. Es un ejercicio de autoridad tan desproporcionado e irracional el que llevan a cabo que está totalmente fuera de lugar en una sociedad que se supone avanzada y del siglo XXI como es la nuestra. Esa mentalidad medieval, clasista, prejuiciosa, intolerante, se parece más a la de cualquier militarcillo de los que de vez en cuando dan golpes de Estado por ahí que a la de un auténtico militar de los pies a la cabeza de los que ha habido toda la vida, un caballero y un profesional que podía decir que lucía sus méritos como persona lo mismo que lucía medallas por sus méritos en su trabajo.
Qué sentido tienen los militares en la actualidad, cuando en nuestro país ya no se pelea en ninguna guerra (gracias a Dios), y las condecoraciones se otorgan por antigüedad en el servicio y no por acciones valerosas en el campo de batalla. Ahora no es como antes, con que consigan un poco de graduación ya tienen un buen sueldo por hacer un trabajo en lo que lo último por lo que se tienen que preocupar es por defender una nación, que es para lo que se supone que tienen su razón de ser. Llevan una vida cómoda, tienen toda clase de prebendas y ejercen un autoritarismo que por lo visto les resulta muy gratificante porque en sus casas por lo general no lo pueden ejercer.
Tan sólo he conocido a unos pocos, contados con los dedos de una mano, que sí eran merecedores del uniforme que llevaban, por su talante y su buenhacer profesional. Tampoco creo que sea tan difícil, y si no que se dediquen a otra cosa.
Puede que mi visión de lo que es un uniforme sea un poco extrema, pero creo que el hecho de llevarlo imprime carácter por sí mismo, te hace responsable de una serie de cosas y te obliga de tal manera que cualquier mala acción que se realice mientras se esté con él o cualquier palabra indigna que salga de la boca o la pluma de quien lo viste, pasa por un filtro mucho más estricto que para cualquier otro mortal. Llevar un uniforme hace que no te puedas permitir el lujo de muchas cosas, pero sí la satisfacción de otras que por el hecho de llevarlo se tiene la exclusividad de realizar.
Aquello del glorioso Ejército español pasó a la Historia hace mucho tiempo, pero no porque estemos en tiempos de paz y ya no se puedan demostrar en guerras y combates esos valores de los que hablaba antes, sino porque el militar ahora se limita en la mayoría de los casos a vegetar, acumulando años de servicios baldíos que le llevarán a un tranquilo y acomodado retiro. Tan sólo unos pocos se dedican a causas humanitarias en guerras ajenas, de las que podrán ser víctimas involuntarias sólo por el hecho de encontrarse en un mal sitio en el peor momento, sin casi oportunidad de defenderse ni presentar batalla.
La concepción de lo que es un militar ha cambiado en las últimas décadas, ya no es el hombre que liberaba pueblos y naciones de posibles enemigos, sino el hombre o la mujer que defiende los derechos humanos de los que están oprimidos por una guerra, da igual el lugar del planeta en que tenga lugar. Esas personas sí son dignas de llevar un uniforme y son las que hacen que mi decepción, ante lo que he visto en el Ejército durante años, no sea completa.
Quizá a ella le ciega la pasión por el color caqui, porque lo ha visto desde pequeña en su casa y forma parte de su vida, y además no estuvo trabajando el tiempo suficiente como para tener un planteamiento realista del tema. Ella guarda en su corazón una versión idealizada de lo que es un uniforme y lo que representa, seguramente porque los miembros de nuestra familia que lo han llevado han sido dignos representantes de lo que debe ser un militar. Pero yo y mi padre, que es también hijo, nieto, sobrino y hermano de militar, hemos soportado la necedad y la mezquindad de unos jefes, mientras estuvimos en el citado Ministerio, que por llevar ese uniforme se creían poco menos que los dueños de la vida y la muerte del personal civil que trabajábamos con ellos. El despotismo, la mala educación, el machismo, el amiguismo para el que estuviera dispuesto a hacerles la pelota, eran moneda corriente.
Yo he conocido de todo, desde militares de alta graduación que cobraban dos veces su sueldo y que, pese a haber aparecido en los periódicos por esa y otras irregularidades y pasar después por una dudosa auditoría han continuado haciendo lo mismo, impunes, hasta otros de baja graduación que no sabían hacer la O con un canuto, ya que no tenían ni el bachiller superior, y que sin embargo se permitían el lujo de mirar por encima del hombro a todo el mundo e incluso de acosar en todos los sentidos imaginables a una compañera, amiga mía, y a quien se terciara. Aunque acomplejados y pervertidos los hay de todas clases y en todas partes, en el estamento militar he encontrado ejemplos de manual de psiquiatra.
Mi padre se queja de que el trabajo que él hacía no era valorado, que automáticamente se adjudicaba los méritos del mismo el militar que tuviera de jefe en cada momento, como si él no hubiera hecho nada. Un hombre de la valía de mi padre, en la empresa privada, hubiera arrasado. La Administración militar siempre ha sido un mundo aparte, y la connivencia de muchos compañeros dejaba mucho que desear, porque aunque lameculos los hay de todas clases y en todas partes también, éstos hacían cosas como salir de un despacho sin darle la espalda nunca al militar de turno, haciendo reverencias sin parar mientras retrocedían hasta la puerta (en China estarían en su salsa), o ponerse de pie y cuadrarse cuando algún militar llamaba por teléfono para preguntar o pedir cualquier cosa, como si estuviera allí en persona y los viera, que sólo les faltaba hacer el saludo castrense. Y esto sólo lo que se puede contar, que de lo que no podría escribir un libro.
El honor, la entrega, el valor, la moral, son conceptos que en los ámbitos castrenses en los que me he movido son prácticamente inexistentes. Parece que el estamento militar es particularmente proclive a la corrupción. Es un ejercicio de autoridad tan desproporcionado e irracional el que llevan a cabo que está totalmente fuera de lugar en una sociedad que se supone avanzada y del siglo XXI como es la nuestra. Esa mentalidad medieval, clasista, prejuiciosa, intolerante, se parece más a la de cualquier militarcillo de los que de vez en cuando dan golpes de Estado por ahí que a la de un auténtico militar de los pies a la cabeza de los que ha habido toda la vida, un caballero y un profesional que podía decir que lucía sus méritos como persona lo mismo que lucía medallas por sus méritos en su trabajo.
Qué sentido tienen los militares en la actualidad, cuando en nuestro país ya no se pelea en ninguna guerra (gracias a Dios), y las condecoraciones se otorgan por antigüedad en el servicio y no por acciones valerosas en el campo de batalla. Ahora no es como antes, con que consigan un poco de graduación ya tienen un buen sueldo por hacer un trabajo en lo que lo último por lo que se tienen que preocupar es por defender una nación, que es para lo que se supone que tienen su razón de ser. Llevan una vida cómoda, tienen toda clase de prebendas y ejercen un autoritarismo que por lo visto les resulta muy gratificante porque en sus casas por lo general no lo pueden ejercer.
Tan sólo he conocido a unos pocos, contados con los dedos de una mano, que sí eran merecedores del uniforme que llevaban, por su talante y su buenhacer profesional. Tampoco creo que sea tan difícil, y si no que se dediquen a otra cosa.
Puede que mi visión de lo que es un uniforme sea un poco extrema, pero creo que el hecho de llevarlo imprime carácter por sí mismo, te hace responsable de una serie de cosas y te obliga de tal manera que cualquier mala acción que se realice mientras se esté con él o cualquier palabra indigna que salga de la boca o la pluma de quien lo viste, pasa por un filtro mucho más estricto que para cualquier otro mortal. Llevar un uniforme hace que no te puedas permitir el lujo de muchas cosas, pero sí la satisfacción de otras que por el hecho de llevarlo se tiene la exclusividad de realizar.
Aquello del glorioso Ejército español pasó a la Historia hace mucho tiempo, pero no porque estemos en tiempos de paz y ya no se puedan demostrar en guerras y combates esos valores de los que hablaba antes, sino porque el militar ahora se limita en la mayoría de los casos a vegetar, acumulando años de servicios baldíos que le llevarán a un tranquilo y acomodado retiro. Tan sólo unos pocos se dedican a causas humanitarias en guerras ajenas, de las que podrán ser víctimas involuntarias sólo por el hecho de encontrarse en un mal sitio en el peor momento, sin casi oportunidad de defenderse ni presentar batalla.
La concepción de lo que es un militar ha cambiado en las últimas décadas, ya no es el hombre que liberaba pueblos y naciones de posibles enemigos, sino el hombre o la mujer que defiende los derechos humanos de los que están oprimidos por una guerra, da igual el lugar del planeta en que tenga lugar. Esas personas sí son dignas de llevar un uniforme y son las que hacen que mi decepción, ante lo que he visto en el Ejército durante años, no sea completa.
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