- Nunca pensé que vería el antiguo Avenida pasar de ser un cine a una de las boutiques de HM. La de películas que vi siendo niña allí con mi familia, cuando ir al cine era todo un acontecimiento y el mundo del celuloide una fábrica de constantes pequeñas obras de arte. Solíamos ir a tercera sesión, de noche, después de cenar en un restaurante que había en la Puerta del Sol. Para mi hermana y para mí era algo especial, porque trasnochábamos como si estuviéramos ya en la edad adulta. La noche en una gran ciudad es siempre bella, mágica.
Al convertir el cine en una tienda no se ha modificado por completo todo lo que existía sino que se han respetado algunos elementos básicos del interior del edificio que ya existían: los mármoles, la majestuosa escalera que se divide en dos ramales, las arañas de cristal, las vidrieras de colores de la fachada principal… En realidad, al mantener el estilo un poco retro que tenía aquel lugar, están en la línea de lo que se lleva ahora en materia de decoración, mezclando lo moderno y lo de antes, tiene un toque muy chic.
El enorme patio de butacas ha dado paso a stands de complementos y a percheros llenos de ropa. Los pisos superiores son los antiguos palcos que se abren a ese gran espacio central.
El cierre de ciertos cines, sobre todo de éstos que eran tan bonitos, me causa pesar. Al convertirlos en otra cosa parece que los vulgarizamos, pero ya que el cambio era inevitable podían haber hecho una gran tienda de juguetes como las que tienen en Nueva York, o una gran superficie como las galerías Lafayette de París, que están decoradas con un gusto exquisito.
Quizá sea pedir demasiado.
- Qué absurdo me ha parecido siempre que a ciertas cosas se les haya dado un valor incalculable, como a las piedras preciosas o al oro. No dejan de ser trozos de rocas o minerales y metales a los que se les ha pulido para que brillen. En cambio las cosas materiales básicas de la vida, como es la comida, por caros que puedan ser algunos productos, no tienen tan alto precio.
Podría decirse lo mismo de otras cosas que no son de primera necesidad, como las obras de arte o las antigüedades. El valor económico que tienen y que le dieron en su momento unos cuantos entendidos en la materia, debería ser un valor histórico como piezas de museo, un valor cultural, artístico o como quiera que se le pueda llamar. El arte no tendría que ser un negocio.
Lo que no hace falta es muchas veces inalcanzable y lo que sí está, por lo general, al alcance de cualquier bolsillo. Quizá por eso se le de tanta importancia, cuando en realidad no la tiene.
Yo puedo pasar sin un brillante o sin un cuadro de Degas, y mira que me gusta, pero no sin una buena tortilla de patatas, por ejemplo, aunque pueda resultar tosca la comparación. Las cosas como son.
Al convertir el cine en una tienda no se ha modificado por completo todo lo que existía sino que se han respetado algunos elementos básicos del interior del edificio que ya existían: los mármoles, la majestuosa escalera que se divide en dos ramales, las arañas de cristal, las vidrieras de colores de la fachada principal… En realidad, al mantener el estilo un poco retro que tenía aquel lugar, están en la línea de lo que se lleva ahora en materia de decoración, mezclando lo moderno y lo de antes, tiene un toque muy chic.
El enorme patio de butacas ha dado paso a stands de complementos y a percheros llenos de ropa. Los pisos superiores son los antiguos palcos que se abren a ese gran espacio central.
El cierre de ciertos cines, sobre todo de éstos que eran tan bonitos, me causa pesar. Al convertirlos en otra cosa parece que los vulgarizamos, pero ya que el cambio era inevitable podían haber hecho una gran tienda de juguetes como las que tienen en Nueva York, o una gran superficie como las galerías Lafayette de París, que están decoradas con un gusto exquisito.
Quizá sea pedir demasiado.
- Qué absurdo me ha parecido siempre que a ciertas cosas se les haya dado un valor incalculable, como a las piedras preciosas o al oro. No dejan de ser trozos de rocas o minerales y metales a los que se les ha pulido para que brillen. En cambio las cosas materiales básicas de la vida, como es la comida, por caros que puedan ser algunos productos, no tienen tan alto precio.
Podría decirse lo mismo de otras cosas que no son de primera necesidad, como las obras de arte o las antigüedades. El valor económico que tienen y que le dieron en su momento unos cuantos entendidos en la materia, debería ser un valor histórico como piezas de museo, un valor cultural, artístico o como quiera que se le pueda llamar. El arte no tendría que ser un negocio.
Lo que no hace falta es muchas veces inalcanzable y lo que sí está, por lo general, al alcance de cualquier bolsillo. Quizá por eso se le de tanta importancia, cuando en realidad no la tiene.
Yo puedo pasar sin un brillante o sin un cuadro de Degas, y mira que me gusta, pero no sin una buena tortilla de patatas, por ejemplo, aunque pueda resultar tosca la comparación. Las cosas como son.
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