viernes, 20 de agosto de 2010

De virginidad, amor y sexo

Durante estas vacaciones, viendo en el cine de verano Eclipse, la última entrega de la saga de los vampiros, hubo un momento en que me chocó enormemente algo que dijo uno de los protagonistas a su novia. Ella insistía en tener relaciones sexuales con él, pero él decía que hasta que no se casaran no las tendrían. Y me extrañó el comentario porque este concepto del amor pertenece a una época ya tan lejana, que suena casi incongruente en los tiempos que vivimos.

Leyendo críticas sobre la película, vi una que me hizo gracia. Hablaba de “castración mental”, y puede que no le falte razón: la virginidad y del sexo ya no se conciben como antaño.

Este fue un tema que salió en la conversación con mi hija en aquellos días. Yo con mis hijos no he tenido nunca tabú ninguno a la hora de tratar cualquier cosa, porque nada hay que ocultar, y porque ciertas cosas parece que aumentan la importancia que realmente tienen sólo por el veto que se les impone.

Ana va creciendo y ya empieza a tratar con chicos, algunos mayores que ella. Cuando me habla de ello (muy rara vez), compruebo lo adelantada que está en muchas cosas, y lo distinta que es a mí. Ella disfruta con el juego de la seducción, aunque sea a escala infantil-juvenil, le gusta gustar, no tiene reparos. Es como si creciera su propia estima, se considerara importante porque atrae a los chicos, que se acercan a ella como las abejas a la miel, y cuantos más años tengan más orgullosa se siente. Despertar el interés en el sexo opuesto le confiere una especie de poder, y abre para ella un nuevo horizonte, la extensión ilimitada de sus relaciones sociales que es siempre creciente.

Ana no sabe lo que es la timidez. Mira directamente a los ojos de su interlocutor, da igual quién sea, sin titubear. Ella no tiene nada que esconder, carece de complejos. Cualquiera que se enfrente a su mirada podrá ver la limpieza de su alma, y una dulzura mezclada con una cierta desfachatez. Aunque está al tanto de muchas cosas de la vida pese a su juventud, como casi todos los adolescentes de hoy en día, se ve que aún es muy inocente. Y eso me tranquiliza, pero también me inquieta al mismo tiempo, porque temo que se confíe en exceso y la puedan engañar.

Cuando le llegue el momento de mantener relaciones sexuales espero que tenga la información suficiente y el estado anímico y mental necesario como para poder disfrutar de ello sin traumas, y sin perder la cabeza. A mí me educaron, como a todos los de mi generación, con un estricto código moral por el que, entre otras cosas, había que esperar al matrimonio para poder tener relaciones sexuales. La virginidad, sobre todo la de la mujer, era una cosa muy importante que tenía que ser conservada contra viento y marea.

Ignoro si esta forma de educar tenía un fundamento religioso o simplemente ético. Yo sí tengo creencias religiosas, pero creo que muchas de las cosas que éstas nos imponen no son más que cortapisas al normal desarrollo de la personalidad. Es como que si no sigues al pie de la letra sus normas, ya no formas parte del club, y encima vas al infierno.

Y así pasa que dejas de disfrutar de muchas cosas de la vida, sólo pensando que vas a cometer un pecado y merecerás la condenación eterna. Qué horror pensar así. Pero ¿qué es lo que se quiere preservar? ¿la pureza?. ¿Acaso ésta se encuentra en las partes bajas de la gente?. La virginidad, la pureza ¿no son un estado de la mente y del alma cuando carecen de maldad?. Es lo mismo que la castidad que impone la Iglesia católica a los sacerdotes y monjas: ¿son más puros porque no tienen sexo?. Lo único que se consigue es que se conviertan en personas a medias, seres a los que se les ha amputado una parte importante de la vida de cualquier ser vivo (amor, sexo, poder formar una familia), una función natural más de las muchas que tenemos que redunda en la salud y permite que llevemos una vida plena.

No se trata de tener sexo a toda costa, como parecen transmitir los medios de comunicación y el cine, que nos aplastan con una montaña de contenido sexual aberrante, sacando a relucir sólo los aspectos más escabrosos del tema. El sexo, como cualquier otro placer, se debe disfrutar con un cierto autocontrol, porque todo lo que es placentero es adictivo, y no hay nada peor que depender de nada o de nadie para vivir.

Mi hija me decía durante estas vacaciones que no hay que esperar al amor de tu vida para tener sexo, y yo creo que está en lo cierto pero hasta cierto punto. Sólo con que te guste alguien lo suficiente y te encuentres a gusto con esa persona es suficiente, pero a mi modo de ver tendría que concurrir también el amor. Lo de que éste sea definitivo o no es algo que nunca sabremos, entre otras cosas porque decir “para siempre”, y más hoy en día, resulta aventurado, cuando no una ingenuidad.

Si conoces a la primera de cambio al amor de tu vida, pues mira qué suerte has tenido, pero si no es así ¿cuánto tiempo hay que esperar para poder llevar una vida de adulto?. ¿Y si esperas al amor de tu vida y luego no resulta serlo, como me pasó a mí?. ¿Fue mi virginidad un tesoro que entregué al final a quien menos se lo merecía?. Sí que fue así. Y aunque mi matrimonio hubiera salido bien, pensaría igual. No hay que dejar de disfrutar de todas las cosas que nos depara la existencia, con naturalidad, siempre que las circunstancias sean propicias, porque como me dijo un tío mío hace tiempo, la vida no es como una moviola que puedes dar marcha atrás, lo que no has disfrutado antes eso que te has perdido, ya no lo podrás disfrutar jamás.

Por lo que he podido leer en la Wikipedia, el virgo facilita la salida del flujo menstrual, y es una membrana con la que en realidad nacen muy pocas mujeres. Se rompe la mayor parte de las veces por otros motivos que no son las relaciones sexuales, y cuando se tiene no siempre produce dolor y sangrado al practicar sexo por primera vez.

Está muy trasnochada la idea de que, al tener sexo antes del matrimonio, ya no queda ilusión cuando te casas, porque ya está todo visto. Si la ilusión se pierde tan pronto y por tan poca cosa, buenos estamos. La virginidad es algo que han utilizado los hombres para asegurarse la posesión de las mujeres: el hombre podía estar con cuantas quisiera y era algo que demostraba su virilidad. La mujer, en cambio, tenía restringido el campo de sus relaciones personales y de no ser así es que era una cualquiera.

Esta mentalidad que en realidad debería estar ya superada, continúa existiendo en la actualidad. Y en un país machista como este en el que vivimos es algo que veo muy difícil que se pueda erradicar.

Mientras tanto contemplo a mi hija, que brota con todo su esplendor como la flor que ha sido siempre en mi jardín. Espero que sea muy consciente de todo lo que haga en la vida, y que disfrute con plenitud.

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