martes, 31 de agosto de 2010

Delicias de verano

Incluso en agosto, mes árido por excelencia, puede uno encontrar delicias con qué alimentar el espíritu, ayuno como está a veces de experiencias epatantes que lo enriquezcan y le causen placer.

Cada verano, y más concretamente cada mes de agosto, llevo tiempo teniendo la fortuna de hallar pequeñas joyas que, ya sea en el ámbito de la literatura o del cine, engrandecen mi alma y ensanchan mi visión del mundo. Este año he podido encontrar en ambos algo que llevarme a la boca.

En lo que al celuloide se refiere, lo último de Depardieu. Es alguien que nunca defrauda. Aunque está más gordo y más viejo que nunca, y su nariz sigue siendo una de las más desagradables que he visto en mi vida, nos conduce a través de su entrañable forma de interpretar a un mundo cotidiano y próximo, donde aunque todo parece corriente sin embargo todo es también posible.

En Mis tardes con Margueritte, Depardieu nos lleva por los laberintos del desamor materno y la ignorancia intelectual, para situarnos ante un hombre al que la adversidad desde su infancia no ha hecho más que ennoblecer su alma. Un gigante tierno y bruto que conoce a una anciana en un parque al que ambos suelen acudir, él para comer y ella para leer, ambos para dar de comer a las palomas. Su forma casual de entablar conversación y conectar, dos personas tan diferentes, nos hace ver que la amistad y el afecto se hallan a veces en los sitios y en los seres más insospechados. Ella le leerá sus libros y él, repentinamente aficionado a la lectura, mejorará su forma de leer para poder devolverle el favor cuando se empieza a quedar ciega.

Esa y otras muchas pequeñas circunstancias que acompañan su existencia hacen que el conjunto de la historia resulte deliciosa para el espectador, acostumbrado a truculencias y efectismos carentes de contenidos.

Mi otro descubrimiento es la obra de Gerald Durrell, el hermano del más conocido Lawrence Durrell, autor de El cuarteto de Alejandría. Encontré un libro suyo por casualidad buscando otras cosas. A veces los grandes hallazgos suceden de la forma más casual. Hice lo que hago siempre que voy a comprar un libro: le echo un vistazo a la contraportada, donde suele aparecer un resumen del argumento, le echo otro vistazo a la portada y a la pequeña solapita interior donde casi siempre hay una foto del escritor-a de turno y una breve semblanza de su vida y obras. Éste además lo hojeé un poco, intentando desgranar algunas de sus claves, misteriosas aún para mí, que hicieran que el libro pudiera parecer interesante y mereciera la pena comprarlo, lo cual me pasa sólo con uno de cada cuatro libros que adquiero.

Mi familia y otros animales ha resultado ser maravilloso, de esas lecturas que deseas que no acaben nunca. Lástima no haber dado con este autor antes. En él describe las peripecias autobiográficas que pasó con su familia a mediados de los años 30 en la isla griega de Corfú, a la que llegó desde Inglaterra cuando tenía 12 años. La manera que tiene de describir la flora y sobre todo la fauna local corre pareja a la que despliega para referirse a su numerosa parentela, a la que disecciona en clave de humor como si de unos animalitos se trataran.

El libro está dedicado a su madre, y como tal es el centro de la vida familiar. No menciona su nombre de pila, se limita a escribir Madre con mayúscula. Despistada, bondadosa, protectora, afronta sola sus deberes como progenitora de cuatro hijos muy particulares al haber perdido a su marido, y lo hace con una flema británica inconfundible, intentando en todo momento no peder la compostura, aunque le resulte un poco difícil muchas veces.

Su hermano mayor Larry, el también famoso escritor al que antes aludía, es el que más me ha hecho reir, pues siempre tiene una afirmación sarcástica para todo y parece estar por encima de todo también. Los diálogos que reproduce entre todos los miembros de la tribu, su hermana Margo y su hermano Leslie incluídos, son demenciales, extravagantes, hilarantes, caóticos, nunca sabes a dónde te van a llevar, siempre bajo el escrutinio de la Madre, que intenta poner orden allá donde parece imposible que exista.

Esta mujer, curiosamente, me ha recordado un poco a mí. También yo soy blanda con mis hijos, también les protejo pero sin que se note, y también afronto en solitario la tarea de educarlos pero sin lamentaciones, de una forma quizá poco convencional. Ellos no parecen respetarla mucho ni hacerla demasiado caso, pero su presencia es esencial para el normal desarrollo de sus existencias, es el calor del hogar. Es como si estuviera en todas partes y en ninguna.

Otros personajes reales van surgiendo y todo en conjunto constituyen un delicioso y sentimental retrato de familia, visto desde la óptica de un niño que tenía tanta afición por la Naturaleza que de mayor se hizo zoólogo, y tomando como punto de referencia sus viajes por el mundo estudiando especies animales fue cuando desarrolló su faceta de escritor.

Mi familia y otros animales es el primer libro de una trilogía, y para mí creo que el mejor, que se completa con Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses, todos referidos a su estancia en Corfú.

Las pequeñas grandes hecatombes que les suceden a Gerald Durrell y a su familia son, junto con la última película de Depardieu, las delicias de este verano.

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