jueves, 12 de agosto de 2010

Hay que salir del país

Hay que salir del país, lo llevo diciendo desde hace mucho tiempo. Aquí hace mucho que no se vive a gusto. Todos vemos nuestro bienestar amenazado, todos estamos esperando a que nos caiga una condena por algún delito que hemos debido cometer. Cada día le toca a un sector. El de los funcionarios ha cantado mucho, por lo drástico y lo injusto. Otros sectores han caído también, pero a base de huelgas insolidarias y salvajes han conseguido librarse de parte de la condena.

Qué país es aquel en que cuando una parte de su población es defenestrada, los demás no sólo no la defienden sino que arremeten contra ella, como escandalizados por la comparación, esgrimiendo argumentos que no son más que topicazos de chiste de viñeta de periódico.

Los funcionarios nos hemos convertido en el modelo de frikie por excelencia: si alguien quiere saber lo que es un frikie sólo tiene que mirarnos a nosotros. Y por obra y gracia del mayor de los frikies, ese señor con pinta de cómico que rige nuestros destinos, que se ha creido con el derecho de juzgarnos usando el mismo rasero con el que nos han medido desde hace décadas. Viva las mentes abiertas que saben evolucionar y dejar atrás prejuicios trasnochados de nación paleta, que es lo que parece que vamos a ser siempre.

Nuestro gobernante se cree muy simpático y en la onda haciéndose eco de lo que se supone es el sentir general, y nos aplica la condena sin juicio previo. Vamos a machacar a los funcionarios, esa masa gris e inútil de personas que tienen el puesto asegurado de por vida a cambio de no pegar palo al agua. Nosotros, que tenemos uno de los sueldos más bajos que existen, cuando hasta un albañil, haciendo unas cuantas chapuzas, ya tiene dinero negro que nunca va a declarar y con el que se hará un chalet y lo que haga falta. El otro día un fontanero me cobró 30 € por cambiarme una arandelita de goma de la tubería que está bajo el fregadero. No estuvo ni 2 minutos. Mi trabajo no se cotiza tanto, y encima mis ingresos están más que controlados. No hay nada más público que el sueldo de un funcionario.

El señor presidente ha seguido al pie de la letra aquello de después de cornudo apaleado. Con todo lo que tenemos que aguantar normalmente, ahora se suma el recorte salarial, y de nada sirve quejarse. Que nosotros nos pongamos en huelga no perjudica a nadie más que a nosotros mismos. Los demás sectores son lo suficientemente significativos como para temer que decidan dejar de trabajar. A nosotros no nos hace caso nadie, en todas partes nos ningunean.

Somos chivos expiatorios de esta crisis maldita que afecta al mundo entero, cabezas de turco de una ignonimia que no ha sido la primera ni será la última que tenga lugar. Y así nos va, la mayor parte de los compañeros que he tenido y que tengo ahora están a base de tranquilizantes y antidepresivos. Muchos no son ni mileuristas, y los que estamos por encima de ese rasero, con poca diferencia, es porque llevamos toda la vida atados a la pata de la mesa de esta gigantesca cárcel que es la Administración, un mundo kafkiano donde los que realmente merecen que les pongan una medalla no se la pondrán jamás, y los que tienen mucha geta (como en cualquier otra profesión) se llevan el gato al agua cuando lo que merecerían es que los fusilaran al amanecer.

En su lugar nos han fusilado a todos, se ha producido una carnicería funcionarial de la que seguramente nunca nos recuperaremos, ni económica ni moralmente.

Ignoro cómo será en otros lugares, pero hace mucho que pienso en el exilio voluntario. Hay que salir del país.

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