Biodiversidad musical

Me he quedado gratamente sorprendida con dos cantantes bien distintas que hasta ahora me daban un poco de repelús sólo por su apariencia, como son Adele y Lady Gaga.

Vi la mitad de un concierto de la 1ª hace poco en televisión. Me siguió horrorizando su aspecto, tan sobrada de peso y con esos vestidos años 40-50 que son de lo más demodé, además del cardado del pelo y las enormes pestañas postizas que parecía que se le iban a caer en cualquier momento. Pero cuando ella miró al público, entre expectante y cómplice, y empezó a cantar se produjo el hechizo. No tiene mucha expresión corporal, se limita a mover las manos únicamente, pero el gesto y sus ojos transmitían una gran sensibilidad y mucha fuerza y ternura.

Entre canción y canción hablaba largo y tendido a los espectadores, gente entre 30 y 40 años con un look muy intelectual. Es muy comunicativa, conecta con la gente a todos los niveles, le gusta hacerse entender y querer. Explicaba lo que cada composición significaba, lo que había deseado expresar con ella, qué sentía y en qué estaba pensando cuando las hizo.

Su potente voz llegaba a todos los rincones del auditorio con una fuerza increíble. Sus temas son dramáticos y apasionados. Es muy sentimental, muy romántica. Los juegos de luces de la gran bola de espejos giratoria que colgaba del altísimo techo, justo en el centro, proporcionaban un ambiente mágico, especial.

Casi al final, y según explicó ella misma, socarrona y franca, se iba a ausentar unos minutos para beber un poco de agua y quitarse los tacones, que la estaban matando. Resulta un poco basta al hablar, un poco brutota, como si fuera una chica de pueblo a la que de repente hubieran colocado en un lugar que en realidad no es el suyo, demasiado selecto o importante para ella. No había más que mirar a una amiga, a la que había dedicado una de sus canciones y a la que saludó, que estaba entre el público, para corroborar esta impresión. Su pinta era todavía más frikie.

Adele lloró ya casi al final cuando iba a cantar una canción que había dedicado a su último amor, con el que había roto recientemente y cuyo recuerdo se veía que seguía haciéndole daño. Cuando terminó se dio la vuelta por unos instantes para que el público no viera como se enjugaba las lágrimas incontenibles con un pañuelo. El arte es una terapia.

A Lady Gaga la vi entrevistada por nada menos que Jean Paul Gaultier en su atelier de París. Hoy en día cualquiera puede ser improvisado periodista. Me sorprendió comprobar que en realidad es una chica muy normal que habla de sus padres, y de su familia en general como cualquier chica corriente de un barrio cualquiera.

Es camaleónica, se transforma según lo que vaya a interpretar o según con quién vaya a aparecer. Para estar con el diseñador había elegido un conjunto en negro, muy elegante, que la cubría por completo, y adoptaba una actitud un poco altiva, distante, como para hacerse la interesante. Sin embargo sus respuestas eran sencillas y francas, y reía con facilidad al recordar momentos de su vida.

Se intercalaban durante la entrevista paseos de ambos por el atelier, en el que el modisto le enseñaba sus últimas creaciones, algunas tan originales como la propia Lady Gaga. Ella miraba y no parecía darle mucha importancia, como adaptando un aire displicente, confrontada con un genio a cuya sombra ella pudiera empalidecer. Me llamó la atención un vestido de novia de Gaultier en cuyo forro había muchas piernas de mujer muy sexys, con medias oscuras y zapatos de tacón rojos, de forma que cuando la novia se levantara un poco el vestido hiciera el efecto óptico de que tenía múltiples piernas. El diseñador, en cambio, compartía sus obras con entusiasmo, deseando que ella le diera su opinión y se interesara por ellas.

También se intercalaban actuaciones de la cantante, y la verdad es que mirándola con detenimiento, y libre de prejuicios estéticos, admira su inagotable capacidad para inventar ropas, complementos, peinados y maquillajes. Hay algo profundamente artístico en todo ese estrafalario mundo que se ha creado a su alrededor. Cuánta imaginación. Lady Gaga no es sólo música trepidante, que me encanta, no es sólo una voz estupenda, es también baile, actitud, estética, abarca muchas formas de expresión.

En uno de sus conciertos se la ve con uno de sus trajes imposibles, lleno de aros, sentada al piano tocando, a pesar de lo incómodo del atuendo, pues uno de los aros le daba en la cabeza. Era un poco ridículo, pero a ella le daba igual, seguía a lo suyo, como si nada.

Durante la entrevista dijo ser una persona hiperactiva que componía y grababa incluso en los trayectos desde una ciudad a otra durante los conciertos. Un torrente imparable de creatividad. Es también muy competitiva, implacable y muy celosa de lo suyo: afirma que después de lo mucho que le ha costado llegar hasta donde está no piensa ceder ni un palmo de terreno.

Al final Gaultier la lleva a la azotea del edificio para contemplar desde allí la Torre Eiffel al anochecer, momento que aprovecha para entregarle un ramo de flores. Ella abandona su actitud de diva, que su forma de hablar durante la entrevista ha desmentido en realidad, para besarle y pasarle un brazo por encima del hombro, algo que suele hacer con mucha de la gente con la que colabora. Lady Gaga es una rara mezcla de fiera sensual y surrealista con afecto y calidez desbordantes.

En esta biodiversidad musical no todo el mundo tiene cabida. Ahí tenemos a los concursantes de “Operación triunfo”, título que es ya de por sí un sarcasmo, vista la trayectoria de los que en él participan. ¿Qué es lo que quiere la gente?. Los gustos son cambiantes, impredecibles, pero lo que seguramente no tiene aceptación son productos de escuela, por muy perfectos que lleguen a ser. No se aprecia el virtuosismo del cantante de turno, sino la oportunidad. Es llegar en el momento justo y ofrecer lo nunca visto, algo que a veces es un producto de marketing y en otras ocasiones es puro talento y originalidad. Es tener la facultad de conectar, de forma inexplicable, con el gran público.