jueves, 1 de marzo de 2012

Los descendientes


Cuando vas al cine a ver a George Clooney sabes de antemano que serás espectador de una película distinta a todas, donde lo cotidiano y lo surrealista se mezclan de una forma muy peculiar.

Sólo algunos de sus films son comerciales, el resto podría incluirse dentro del tan últimamente cacareado cine independiente, denostado en el pasado y que ahora parece muy de moda. Seguir esta línea es signo inequívoco de ser muy cool, y no una rareza como antaño. 

Con los años, sobre George Clooney se ha posado un aire de madurez relajada, siempre atractivo, desde la que nos mira con sus enormes ojos oscuros de manera socarrona, sólo a veces mutada en profunda seriedad. Si trata algún tema social o político, entonces es como si llamara a la puerta de nuestra conciencia dirigiéndonos su mirada fija y penetrante para captar nuestra atención y casi hipnotizarnos.

Puede parecer insustancial, soso, con pocos registros, pero siempre consigue llegar a ese rincón recóndito de nuestra psique para dar su punto de vista original, distinto a todo lo visto. En su última película, Los descendientes, nos hace recorrer Hawái para que disfrutemos de algunos de los paisajes más exóticos y bellos que existen aún en el mundo. Nos metemos de lleno en un ambiente que nos es desconocido y ajeno para los que vivimos en las grandes urbes, y una vez introducidos en él nos relata de forma sencilla una historia personal y familiar compleja en realidad. 

Con George Clooney lo que parece cotidiano y convencional lo es sólo en apariencia. Su manera peculiar de desentrañar los secretos, los problemas, las cosas dichas a medias, nos lleva a un estado de ánimo expectante, y melancólico en este caso. En el personaje que interpreta, te preguntas cómo puede llegar a ciertas situaciones, cómo una persona que parece inteligente puede ser tan ingenuo en el fondo y cometer tantas torpezas. Yo si fuera él no haría ni diría eso, te dices, qué estrafalario es, pero luego lo justificas con aquello de que en momentos límite nadie sabemos cómo podemos reaccionar.

Y precisamente por ese comportamiento suyo tan fuera de lo común, tan infantil a veces, se desencadenan los acontecimientos de manera inesperada, inimaginable. Y, como quien no quiere la cosa, al final consigue sus propósitos, sacando a relucir en el proceso facetas de su propia personalidad que ni él mismo conocía.

En Los descendientes se plantea una cruda realidad familiar, y las reacciones de cada uno de los protagonistas resultan sorprendentes. Hay momentos muy trágicos, con los que no es difícil sentirnos identificados porque nos pueden pasar a cualquiera. La manera como lo resuelve Clooney le da al conjunto del film un toque muy especial, y no deja indiferente.

Él, que nos tiene acostumbrados a verlo en diferentes roles, tan pronto anunciando café Nespresso con su voz sugerente y su seductora apariencia (se ríe de su propia imagen, gusta de autoparodiarse), como cerveza (son spots muy logrados, que fomentan su lado divertido, simpático), nos lleva a través de los caminos de la interpretación, de una manera muy personal, hasta los confines de nuestras propias convicciones y emociones, y lo hace como por casualidad, sin apenas darnos cuenta.

En el film que nos ocupa la elección del resto de actores ha sido acertadísima, son intérpretes a los que nunca había visto actuar y que me han encantado. Y la historia, cómo no, tiene su moralina: nunca hay que dar nada por sentado en la vida porque pueden darse circunstancias que ni tú mismo sospechas, hay que conservar la Naturaleza en estado puro frente a la especulación urbanística, hay que luchar contra el creciente materialismo que nos invade, y se debe preservar la memoria de la familia, sus tradiciones, posesiones y recuerdos.

A mí George Clooney, con los años, me ha terminado produciendo una sensación placentera, muy agradable, sabes que ir a verle al cine es garantía de que vas a pasar un rato interesante, da igual que sea una historia dramática o una comedia. Él sabe mezclar lo trágico y lo cómico de forma increíble, tan pronto se le ve llorar desesperado como haciendo alguna payasada frikie, y sin embargo no resulta chocante.

No sabemos con lo que nos asombrará en el futuro, pero lo que sí es seguro es que no podremos ignorar nunca su forma de ver el mundo.

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