viernes, 9 de marzo de 2012

La hora de José Mota

Cada cierto tiempo se produce una nueva hornada de humoristas que copan el panorama televisivo y llenan de chascarrillos nuestras vidas. Imitamos sus tics y ocurrencias, y hacemos nuestra su manera personal de entender las cosas. España tiene una cantera de cómicos inagotable: Tip y Coll, Martes y Trece, Los Morancos, Cruz y Raya, y ahora José Mota. Además hay unos cuantos que con más o menos repercusión tienen también su lugar en el panorama de la risa nacional.

Y es que en este país nuestro siempre se ha encontrado motivos para reírnos de todo, a todo le sacamos punta, incluso cuando el horno no está para muchos bollos. Es una válvula de escape a las inquietudes generales, una forma de protesta, una burla de los convencionalismos sociales, los prejuicios y otros lastres que aún arrastramos desde tiempo inmemorial.

Nunca me ha gustado la chirigota, ahora que acabamos la temporada de carnaval, ni el esperpento valleinclanesco, ni la astracanada. No comprendo cómo puede hacer tanta gracia lo chusco y lo grotesco, ni encontrarlo muy ingenioso y acertado. Ingenio no nos ha faltado nunca, ni picaresca. Seguimos en realidad en la época del Lazarillo de Tormes y la miseria moral.

Con José Mota asistimos al talento creciente de un humorista que lleva muchos años haciéndonos reir. Cada vez se atreve a más cosas. No hay defecto nacional, al nivel que sea, que le pase desapercibido e intente parodiar. Dicen que la tierra de origen marca la tendencia del cómico, como pasa con los vascos en la ETB, o los catalanes representados por Buenafuente, tan irónico, o la gracia chispeante y alegre de los andaluces con Los Morancos. Este regionalismo es eterna fuente de inspiración, y con José Mota le toca el turno a los manchegos.

Hay mucha gente que se siente ofendida porque siempre está choteándose de los que son de pueblo. Sin embargo los hay que saben ver el lado jocoso del asunto, pues no hay nada más sano que reírse de uno mismo. El español tiene todavía muchos complejos que no ha sabido superar a lo largo de siglos, y muchos defectos, pero también muchas virtudes. Con José Mota hay una pequeña puerta abierta a la esperanza, un poco de luz en medio de tanta mediocridad: sabemos cómo somos y lo que nos pasa, no creo que haya ningún otro país en el que la gente se autoanalice tanto, pero también sabemos lo que hay que hacer para ser mejores, aunque no lo hagamos, o lo hagamos a medias.

Ahí está el tío de la Vara, que ya resulta un poco cansino de tanto esgrimir amenazadoramente el palito aquel, siempre dispuesto a darle a cada cual su merecido, y ya puestos dar un repaso por todas las villanías nacionales: la falta de respeto hacia los mayores, los camellos que venden droga en la puerta de colegios e institutos, los maleducados y prepotentes que van pisoteando los derechos de los demás, los racistas…. La lista es interminable. Este personaje se alza como abanderado justiciero, pero en lugar de tener el aspecto fashion de todos los superhéroes, aparece con pañuelo de albañil en la cabeza y refajo, porque lo importante es cuál sea la intención que le mueva, más que su aspecto.

Dª Blasa no se queda atrás, con sus razonamientos sobre física cuántica mezclados con ruralismos de toda la vida, y sus dinámicas coreografías impropias de una señora de su edad.

El vecino cotilla y pesado que nunca tiene nada mejor que hacer, el presentador de programa pseudocientífico esotérico, el médico de estética o el de urgencias, sus imitaciones de Teresa Fernández de la Vega, Zapatero o Rajoy (estupendo su programa para despedir el año), sus parodias de películas famosas, el aventurero despistado que habla un inglés macarrónico y está en medio de la Naturaleza a la búsqueda de extrañas especies animales (el concejal de urbanismo, el cansino argentino), el director de sucursal de un banco, etc.

Son todos tipos humanos que nos encontramos en nuestra vida cotidiana, y que sometidos al certero e implacable juicio de Mota, nos son revelados en toda su cruda mezquindad, aunque les da un tirón de orejas y de paso los pone en evidencia para rechifla general.

Y sus frases y extrañas palabras, que tienen un regusto a hartazgo y mala leche ("rabia amasá", como diría él), han terminado formando parte de nuestra manera de hablar habitual. “Behind the musgo”, “aberroncharse contra el rocaje vivo”, “ golfo cierrabares”, “dame hueco, que habiendo hueco yo ya …”, “las gallinas que entran por las que salen”, “pero no pasando nada, que sepas que ser eres”, “hoy no…, mañaaaaaaaaana”, por decir algunas. Utiliza términos que están en desuso y que forman parte del lenguaje más antigüo de nuestro acerbo lingüístico, arcaísmos que sacados de su contexto histórico nos suenan ahora disparatados y anacrónicos, pero que le dan una curiosa pátina de cultura y sapiencia.

El humorista juega con los contrastes, a enfrentar a personas que no tienen nada que ver en un mismo momento y lugar y así obtener un resultado sorprendente e hilarante. Hasta el lenguaje, por un lado analfabeto, por otro lado culto y de rancia raigambre.

José Mota es un hombre polifacético, sabe bailar toda clase de estilos (hay que ver como imita a Michael Jackson), y tiene una voz prodigiosa con la que es capaz de reproducir todos los registros (me encanta su imitación de Freddy Mercury).

Inteligente, hiperactivo, muy trabajador, se ríe hasta de su sombra, y lleva a su alrededor un montón de estupendos colaboradores que han conseguido cierto renombre a su lado. 

Tenemos José Mota para rato. Y que siga así.


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