lunes, 26 de marzo de 2012

La verdad sobre la guerra de Afganistán (I)


Mi hijo siempre está a vueltas con que quiere entrar en el Ejército e ir a la guerra de Afganistán. Le gusta meterse en YouTube para echar un vistazo a todo lo que sobre el tema pueda decirse, y encontró unas imágenes muy inquietantes y esclarecedoras sobre lo que allí ocurre. En algunas la periodista Gloria Serna narraba, tomando como base los videos grabados por miembros del Ejército español, la verdad sobre una guerra sobre la que no se nos ha hablado con franqueza. Sus palabras y lo que allí se podía ver impresionaban enormemente.

Son sólo unos chavales, veinteañeros que han cambiado los videojuegos de guerra por la realidad.

Durante cuatro meses viven en plena Edad Media, en pleno desierto, tragando arena.

Las condiciones de los soldados recuerdan a la 1ª G.M.

A 60 grados durante el día, 15 grados bajo cero por la noche, metidos bajo tierra. El fuego cruzado de una misión de paz: eso es Afganistán. Arriesgan su vida desactivando minas.

Han decidido grabar con videocámaras lo que está pasando, pero son imágenes prohibidas, porque si los descubrieran los expulsarían del Ejército.

1.500 hombres y mujeres, voluntarios. 3.400 € al mes durante 6 meses. Algunos no tienen más que 18 años y 4 meses de formación.

En Perejil, en 2002, alguien grabó el asalto desde un helicóptero de los boinas verdes españoles cómo hacían prisioneros a los 8 marroquies que la ocupaban, les ponían unas bolsas de tela blanca en la cabeza y les esposaban las manos detrás de la espalda. En lo más alto de la isla, que sólo tiene 500 m., los soldados plantaban eufóricos la bandera española. Pero a los altos mandos y al gobierno, tras ver el video, no les gustó lo que se veía y lo prohibieron. Las cámaras han permanecido cerradas hasta ahora, con la guerra de Afganistán.

Los guerrilleros talibanes van armados hasta los dientes. Para ellos no existen las misiones de paz.

Los soldados, en la trinchera, experimentan un subidón de adrenalina durante el combate. Se dan las órdenes a gritos entre ellos por el ruido de las ametralladoras.

El enemigo es invisible, son un punto negro en la llanura desértica. Los soldados españoles sólo pueden repeler ataques, no iniciarlos.

En enero de 2002 los soldados, respaldados por Naciones Unidas, no saben a lo que van. Los que iban al principio tenían más edad que los de ahora. Cada vez son más jóvenes.

Los soldados recorren los 80 km. de carretera que hay en Afganistán, una y otra vez, lo que les lleva en buenas condiciones unas 8 horas. Ellos tienen el destacamento en un tramo sin asfaltar.

Los artificieros ponen cargas explosivas en las minas que encuentran a lo largo de esta carretera para detonarlas.

Rubén cuenta sus vivencias en esta guerra. Él era un soldado que fue enviado de vuelta en 2007, con 19 años, recién ingresado en el Ejército, sin una pierna y con una mano destrozada. Los compañeros que iban con él, que tenían 20 años, murieron. Iban en un convoy que saltó por los aires al paso de una bomba de fabricación casera, hecha con una olla.

En el comedor se cantan unos himnos y se brinda por los caídos, todos puestos en pie. Es un ritual para seguir sintiéndose fuertes. El vehículo en el que iban, un BMR, fue diseñado en los 60 para otro tipo de guerra, no está preparado para la de Afganistán. Tienen agujeros en las ruedas y el fuego de las bombas-trampa se mete bajo el vehículo.

Paran muchas veces a lo largo de la carretera para inspeccionar, lo que les cansa y les hace bajar la guardia. Es fácil que desde las colinas cercanas les venga algún tiro.

Los vehículos se estropean cada dos por tres. Hay que contratar a civiles afganos y grúas para el mantenimiento.

Pueden pasar 15 días sin ducharse. Se les ha llevado en ocasiones agua para que lo hagan y se les ha producido infecciones. Utilizan toallitas húmedas para asearse.

Las necesidades se hacen en unas letrinas contruídas haciendo un agujero en el suelo y colocando una tapa de váter encima.

La comida son las raciones de emergencia, lentejas con chorizo sobre todo. Los suministros son lanzados con paracaídas desde un avión cada 3 días.

El agua llega transportada en helicópteros. Todos corren en formación hacia ellos, llevando grandes bidones, que llenarán con agua, 2 litros al día por persona. La marcha es penosa porque ya sólo el equipamiento pesa 30 kg. En las trincheras, mientras combaten, los soldados sujetan con una mano el fusil y con la otra una botella de agua. A veces se llegan a los 64 grados.

Todos sabemos que esta guerra se inició para capturar a Bin Laden. Gloria Serna comenta que a Bin Laden lo cazaron en Pakistán, sin embargo en Afganistán llevamos 10 años.

Por la noche los soldados disparan a ciegas. Sólo los oficiales llevan un equipo de visión nocturna, que marca con punteros láser los lugares desde donde les están atacando y lanzan bengalas para intentar verlos.

Los soldados están tumbados en el suelo en la oscuridad. Sólo oyen las balas. En la retaguardia un suboficial protesta airado porque los vehículos que les han proporcionado los altos mandos no reúnen las suficientes condiciones de seguridad. Le indigna que se escatimen medios y se juegue con las vidas de los soldados.

Pasan toda la noche en vela, combatiendo.

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