miércoles, 12 de febrero de 2014

Jordi Évole y el padre Josep Mª Fabró


Estaba Jordi Évole con uno de sus temas candentes, como siempre, en esta ocasión las repercusiones de la salida de delincuentes de la cárcel tras la derogación de la doctrina Parot, cuando tras muchas entrevistas apareció hacia el final un sacerdote, Josep Mª Fabró, que le dejó sin palabras, algo inusual en el periodista, y que le beatificó el gesto.

Este hombre, que regenta un hogar de acogida para presos que acaban de salir de la cárcel, es el cristianismo hecho realidad. Contaba que montó aquel lugar con mucho esfuerzo, pues cuando pedía ayuda a las autoridades y personas adineradas de donde vive, la mayoría le dijeron que les pidiera cualquier cosa pero que para los convictos no.

El padre Fabró da alojamiento y manutención al que llega por allí. Durante las comidas describe cómo las conversaciones terminan derivando hacia las experiencias sufridas durante el cautiverio. Todos están marcados, a todos les ha dejado huella la dureza de lo vivido. No niega que problemas han tenido de muchas clases en la casa de acogida, como cuando uno de ellos tuvo una sobredosis, pero tanto él como los voluntarios están preparados por anticipado para lo que venga, teniendo en cuenta las circunstancias. Comprensión y humanidad.

El periodista le preguntaba que si en sus visitas a la cárcel pasaba miedo, pero él afirma que sólo la 1ª vez que fue, esas rejas que se van cerrando tras de sí, hasta que empezó a hablar con aquellos hombres y sus temores desaparecieron.

Jordi Évole le inquirió acerca de si predicaba en la cárcel, pero el sacerdote lo negó. “Suena demasiado a Misa, y yo no he sido nunca persona de muchas Misas. Que me castiguen por ello, pero cuando llegue mi hora espero que se verá todas las otras cosas buenas que haya podido hacer”. Si le preguntan sobre religión o la conversación le lleva a ello entonces sí habla del tema, pero no por propia iniciativa.

El padre Fabró se quejaba de las condiciones de la vida carcelaria. “Una vez pasé cerca de unos presos a los que habían puesto en fila, y porque algunos de ellos me saludaron sus carceleros les mandaron callar, mantener su sitio y no alterar el orden de forma muy desabrida. Así no se puede tratar a unos hombres hechos y derechos, casi como si fueran críos en el colegio a los que hay que regañar”.

Dice llevar 40 años ejerciendo el sacerdocio. Es ya muy mayor, pero sus energías parecen no agotarse nunca. Habla con rapidez, con inteligencia y sencillez, con mucha claridad. Con él no hay malos entendidos, es transparente. Su aspecto es tan modesto como el lugar que regenta. La vida sacerdotal lleva consigo vivir con sobriedad. Pero esta apariencia humilde no oculta el hecho de que se trata de una persona con carácter.

El periodista le pregunta si admitiría al “violador del chándal”, el individuo sobre el que se centra el reportaje. Dice que lo conoce, pues hace 11 años, cuando murió su padre, lo dejaron salir de la cárcel para asistir al entierro y vino mucha gente sólo para ver si acudiría esposado y el aspecto que tendría. Él se ofreció para acompañarlo sin las esposas, garantizando que nada pasaría, y así evitar el espectáculo. Évole se sorprendía y lamentaba de que estas cosas pudieran pasar.

El padre Fabró por supuesto que lo acogería en el Hogar. “A cualquiera que venga aquí buscando ayuda y refugio. Quién soy yo para juzgar a nadie. Ya han sido juzgados y ya han cumplido condena”. “¿Y si aquellos a los que acoge cayesen una y otra vez en los mismos delitos?”. “Los acogería las veces que fueran necesarias”, contesta el sacerdote. Cree fervientemente en la redención, en que alguna vez llega la hora buena, el momento en que la bondad supera a la maldad. Su versión es muy distinta de la mantenida por los vecinos que protestaron airadamente cuando se enteraron de que el “violador del chándal” había vuelto a su casa, y así se lo hizo notar. La versión del sacerdote era como una bocanada de aire fresco. “Sólo fueron 70 u 80 personas a la manifestación, y reclamaban al alcalde, como si él tuviera algo que ver con eso. Es absurdo”, afirmó el padre Fabró.

El gesto del periodista era inefable, nunca le había visto mirar a nadie así. Le dejaba hablar todo lo que quiso, absorbiendo sus palabras. Él, que se protege siempre tras un aire neutro y un verbo incisivo, en esta ocasión parecía estar totalmente rendido ante la inobjetable honradez del sacerdote. Pocas personas como él habrá encontrado en su vida. En realidad así es como deberíamos ser todos, aunque no vistamos los hábitos de religión alguna. Me quito el sombrero ante el padre Fabró, inasequible al desaliento pese a la adversidad.

2 comentarios:

Carlos Calderon dijo...

Un aplauso a una de las entrevistas que mas me han transmitido en los últimos tiempos.
Muy buenos comentarios y apreciaciones en este blog sobre el padre Josep Maria Fabró

pilarrubio dijo...

Muchas gracias por tus palabras, me alegro mucho que te gustara. Me he metido en tu blog y me ha encantado, es maravilloso. Lo voy a seguir a partir de ahora, aunque veo que hace un tiempo que no publicas. No dejes de hacerlo porque es un sitio especial. Un saludo!!. Pilar.

 
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