A veces Ana, mi hija, que habitualmente está metida en su cuarto por las noches estudiando, tiene un respiro y decide acompañarnos a su hermano y a mí viendo algún programa en la televisión. Sobre todo si echan algo que sea de su agrado, como pasa con el concurso La voz kids.
Si no es porque ella lo pone a mí nunca se me ocurriría, ya que los concursos en general no me gustan, sobre todo por lo de ser competitivo al máximo y poner tu meta únicamente en ganar mucho dinero, cosas ambas que están socavando los cimientos de nuestra sociedad. Pero ya que estábamos, contemplé por un largo rato lo que se nos ofrecía y, ciertamente, al tratarse de niños resultó muy conmovedor.
A los miembros del jurado se les notó que les gustaba más esta versión que la que hacen con adultos, pues es más difícil decidir sobre el destino profesional de éstos que sobre el de la gente menuda, que aún tiene toda la vida por delante y mucho que demostrar. Se sienten menos cohibidos, menos juzgados ellos a su vez, más confiados y desenvueltos, disfrutan mucho más. Los niños, a los que hace falta muy poco para conseguir mucho, lo dan todo en el escenario, y su inocencia transmite a su interpretación una calidez y una pureza que se pierden al llegar a la madurez.
Me resulta sorprendente cómo cambian estos chicos cuando se habla con ellos en una charla distendida a cuando están actuando. En el primer caso se ven que son niños, con sus miedos y su ingenuidad; en el 2º hasta su voz cambia, se vuelve firme, segura y grave como la de los adultos, su gesto se arrebata y se olvidan de todo, entregados a sus escasos minutos que se les conceden para brillar como estrellas. Algunos tocan algún instrumento, se acompañan del piano mientras cantan, son chicos muy preparados, que dominan facetas difíciles de la música.
A veces la emoción es tanta que no pueden contener el llanto al acabar, pues no es fácil salir tan de prisa del momento emotivo por el que acaban de pasar, o porque se ha terminado demasiado pronto esa ocasión que han tenido de demostrar su talento, todo lo que llevan dentro y que en tan poco tiempo apenas hemos podido vislumbrar. O también simplemente porque no les ha salido como esperaban, y se apodera de ellos la tristeza, la rabia y la desesperación por haber perdido esta oportunidad.
Lo peor llega cuando hay que ir haciendo eliminaciones, la cara de miedo y preocupación de los niños mientras esperan el veredicto. Al jurado se le hace muy difícil decidir, pues los quieren a todos y todos tienen algo especial, cada uno a su manera. Entonces Bisbal, Rosario y Malú se deshacen en halagos para todos, intentando que comprendan que su futuro artístico no se trunca allí sólo porque no han podido ser elegidos, que ese talento tiene que continuar hasta conseguir ser reconocido. A mí se me hace muy cuesta arriba ver a los niños sufrir. Si es difícil para un adulto ver que sus ilusiones no prosperan, para un chiquillo más. El 1º quiere mostrar lo que vale pero también pagar sus facturas; el 2º sólo quiere darse a sí mismo.
Me encanta la forma como Bisbal y Rosario tratan a los peques, con qué cariño y delicadeza. Malú, quizá porque aún no tiene hijos, se autorelega y deja que sean sus compañeros los que más intervengan. Ella seguramente se siente más cómoda en el concurso de adultos. Bisbal se ha hecho mayor en estos 12 años que hace que se dio a conocer para el gran público, aunque en lo fundamental siga siendo un niño grande. Más serio, menos dinámico en el escenario, habla muy bien, mucho mejor que al principio de su carrera, y demuestra ser inteligente y sensible. Sigue siendo un hombre apasionado y transparente, está lleno de fuerza, y es muy cálido. Muchas de sus reservas se deben a lo mucho que se le ha criticado por sus peculiaridades, lo que le ha restando espontaneidad, pero en cuanto se olvida de todo eso vuelve la confianza y se deja llevar, como el torbellino vital que siempre ha sido.
Rosario se parece cada vez más a su madre. Cuánto la echamos de menos, su arte, su forma de decir las cosas, su simpatía, calidez y humanidad. Y a su hermano también, su acierto para componer, su sensibilidad extrema que le hizo no saber encajar ciertos avatares de su vida y le llevó por malos caminos. Se fue demasiado pronto. Rosario ha recogido la herencia de toda su familia, su raza, su talento artístico, su carácter se ha suavizado con los años, pues era más independiente, más agreste en su juventud, la rebelde de su clan. Su cara lo dice todo, por ella pasan sin tapujos todos sus estados de ánimo, la alegría desbordante, la tristeza y la ternura en sus enormes y oscuros ojos, su sonrisa amplia con esos dientes blanquísimos. Me gusta mucho cómo ha evolucionado, cómo se ha sabido mantener en un mundo tan difícil como el de la música, cómo se ha aferrado con uñas y dientes a su puesto en ese mundo y no lo ha soltado jamás, fiel a sí misma, a su estilo, en todo momento.
En fin, que disfrutar un rato de La voz kids, por obra y arte de los gustos de mi hija, ha sido gratificante, en medio de la aridez televisiva habitual. Ver este programa es saber que tendrás un nudo en la garganta por la emoción contenida, que saldrán a relucir sentimientos dormidos que te erizarán el vello, que a duras penas podrás contener las lágrimas, por los niños, tan pequeños y ya con tanta fuerza, pasión y amor por lo que hacen. Ojalá que no tuvieran que ser eliminados la mayoría, que esos brotes tiernos que pugnan por salir a la luz no fuesen nunca cortados. Cuidado con la sensibilidad de los niños, con sus sentimientos: lo que te suceda en la edad 1ª marcará el resto de sus vidas.
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