miércoles, 26 de marzo de 2014

Las exequias de Adolfo Suárez


Impresionante el despliegue que tuvo lugar ayer con motivo de las exequias de Adolfo Suárez. El paseo del Prado y el de Recoletos ya tenían vallas a ambos lados desde 1ª hora de la mañana. A la altura de Neptuno, cuando pasé con el autobús para ir al trabajo, había furgones policiales en los que podía leer “policía del subsuelo”, algo que nunca había visto, y eso que es una sección que existe desde finales de los 50. Un compañero del trabajo dijo haber visto agentes con ganchos levantando tapas de alcantarilla. En cualquier desplazamiento del presidente del gobierno tiene que haber siempre un despliegue semejante.

Intenté imaginar lo que pensaría nuestro actual presidente, cómo se sentiría, mientras iba en el cortejo fúnebre, pues cuando le toque a él pasar por ese trance le harán una ceremonia parecida. Realmente no sé hasta qué punto tiene una familia que pasar por ese calvario. Alguien del trabajo, que vio pasar la comitiva, comentó que los parientes del fallecido estaban muy compungidos. Siempre he pensado que estas ceremonias duran demasiado. Cuesta separarse del ser querido que murió, pero prolongar tanto la despedida me parece una tortura.

Las líneas de autobús y metro estaban cortadas, así como el tráfico, y sólo dejaban cruzar Cibeles por un lado. Era impresionante ver Alcalá y Gran Vía sin coches. Algunos despotricaban por todo el jaleo montado para la ocasión, sobre todo los ejecutivos, trajeados y con maletín, que se veían obligados a hacer a pie y con prisa un trayecto que normalmente hacen más cómodamente. Decían unas cosas tremendas hablando por el móvil, que si vaya un país de mierda, y cosas por el estilo. Es verdad que se están cortando las calles cada dos por tres por manifestaciones, marchas y todo tipo de concentraciones multitudinarias, pero el de ayer era un acontecimiento histórico, una cosa diferente. La gente de treinta y tantos años no ha conocido a Adolfo Suárez, pues ni habían nacido siquiera o eran muy niños para acordarse. Pero, como todo en la vida, hay que saber distinguir, y aunque el perjuicio es el mismo para el que tiene prisa, con independencia del motivo de la aglomeración, la consideración debida al hecho causante es bien diferente. La verdad es que se respetan muy pocas cosas hoy en día, y a muy pocas personas.

La gente interrumpió sus ocupaciones para ser testigos del momento. En el cuartel de Tierra los militares vestidos con uniformes caqui se arremolinaban sobre el césped del jardín, junto con otros empleados. En el cuartel de la Armada los soldados con sus uniformes azul marino con raya roja y gorra de visera blanca contemplaban expectantes la llegada del cortejo.

Cuando volvía de desayunar ya se acercaba la comitiva por donde yo estaba. Se oía el redoblar de tambores y el sonido de las trompetas. Había un silencio absoluto entre los asistentes que se agolpaban contra las vallas. En lo alto del Ayuntamiento, en una de sus terrazas, algunas personas hacían fotos y otras, la prensa, permanecían junto a sus cámaras dispuestas a grabar el momento. Yo no quería verlo, hubiese sido una impresión desagradable y difícil de olvidar para mí. Cuántos estarían allí porque realmente estimaran a Adolfo Suárez, y no por curiosidad morbosa. Al final la muerte se convierte en un espectáculo.

Ya en mi mesa, en la oficina, podía oir la música al pasar la comitiva por allí cerca. Pensé en lo emblemático de la zona en la que me ha tocado trabajar, donde no es difícil ser testigo de acontecimientos importantes. Aún recuerdo hace 2 años y medio la venida del Papa Benedicto XVI. Sin embargo debo decir que estoy un poco harta de todo este bullicio, me gustaría poder trabajar en una zona más tranquila. Todo se verá.

La catedral de Ávila acogió los restos del que fuera nuestro primer presidente en democracia, ciudad a la que pertenece el pueblo que le vio nacer. Los restos de su esposa, que estaban en un convento desde que murió hace casi 13 años, le acompañan en este destino final. Quién le hubiera dicho a Adolfo Suárez, cuando empezaba en esto de la política, que sería artífice de los destinos de toda una nación y que a su muerte descansaría en lugar tan insigne. Él y su esposa están ya juntos, para siempre.

Suárez y su esposa votando en las primeras elecciones
He leído que la especial melancolía que ha despertado la desaparición de Adolfo Suárez se debe sobre todo a que representa un pasado lleno de ilusión, que añoramos, aquel en el que, como los niños, nuestra democracia empezaba a dar sus primeros pasos y lo esperábamos todo de ella, expectantes ante un futuro incierto pero prometedor. También a que nos hace ser más conscientes que nunca de que vivimos un presente en el que ya no existen aquellas ilusiones y sólo queda la cruda realidad.

Sea como fuere, ya le despedimos con honores y queda para siempre su recuerdo en nuestro corazón. Pero toca pasar página, y a otra cosa. Que no se diga que no somos capaces de continuar la labor empezada por este hombre que ahora despedimos. Aunque sea por honrar su memoria.



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