He tenido el gusto de leer el último libro de Fernando Savater, después de haber disfrutado muchas veces de sus disertaciones en televisión, pero sin hacer lo propio con sus obras literarias. Y la verdad es que bajo el curioso título de “Figuraciones mías. Sobre el gozo de leer y el riesgo de pensar” este gran escritor y, sobre todo, filósofo, nos ha regalado un pequeño manantial de sabiduría y humor, ambos muy propios de él.
Se trata de un conjunto de artículos, de los que comentaré sólo algunos por no extenderme demasiado, aunque todos tienen mucha miga. Empieza con uno sobre un gran amigo suyo, Emil Cioran, escritor y filósofo afincado en París como él, nacido en Rumanía. Habla de su muerte y también de lo mucho que compartieron mientras vivió, los buenos ratos pasados con él y su mujer. “Cioran permanecía en la tierra del asombro, perplejo incluso en sus negaciones y rechazos más viscerales (...) Sólo dos posibilidades permiten soportar los sinsabores de la existencia, ambas irrenunciables: la posibilidad del suicidio y la de la inmortalidad. Cioran permaneció siempre entre ambas, escéptico y atónito (…) Por fin encontré su tumba (…) Supongo que lloré de gratitud y sobre todo de asombro. El asombro porque los que aún estamos ya no estamos del todo y de que aún siguen estando los que ya no están”.
En otro artículo habla sobre Pío Baroja: “Pocos acentos característicos encuentro más gratos y simpáticos que el de Pío Baroja. Leerle es como caldito de pollo reconfortante para mi viejo corazón atribulado (…) Suele gustarme empezar el año envuelto en algo de Baroja, aprovechando que es uno de esos autores generosos de los que siempre quedan cosas nuevas por descubrir, o viejas por recordar, que también la desmemoria senil tiene usos positivos (…) Con su mejor humorismo malhumorado”.
En otro momento habla de Shakespeare, para concluir con una profunda reflexión: “Desde que conozco el arte, sé que un hombre nunca puede estar del todo prisionero”.
Hay un artículo, “El Averno: la casa de todos”, que tiene enjundia y con el que me he reído mucho. “El báratro es incompatible con nuestro fastidio esencial y promete siempre entretenimiento, aunque sea sumamente doloroso (…) En el fuego eterno, uno se retuerce pero nunca languidece ni sestea. Ruidoso de clamores y latigazos, el Averno está tan animado de diversos frenesíes como una discoteca: es el auténtico after hours, la juerga atroz en que desembocan todas las rutinas y concluyen los afanes y horarios laborales de este mundo. No garantiza precisamente el confort ni el bienestar, pero asegura un estar fatal que por lo menos no nos dejará repantigarnos y suspirar a la espera de que por fin ocurra algo. Cuando estemos en el infierno, por fin podremos añorar que dejen de pasar cosas: idealizaremos por 1ª vez con sinceridad el aburrimiento como una forma de beatitud.
Otra de las ventajas evidentes que tiene el infierno es su ambiente familiar: en su reclusión estamos en lo conocido y entre conocidos (…) El infierno es un sitio que todos hemos vislumbrado ya más de una vez. Puede que nos hayamos equivocado en cuanto a los detalles, pero no respecto a su función esencial (…) Por fantástica que a veces resulte la zarabanda de sus incomodidades punitivas, cualquier representación literaria o gráfica del infierno es a fin de cuentas siempre realismo social (…)
Hubo ocasión de suponer que entre los goces de los primeros estaría el no pequeño de asistir con regocijo al sufrimiento de los réprobos, como reconoció con franqueza poco caritativa el teológicamente incorrecto Tertuliano”.
Otra de las ventajas evidentes que tiene el infierno es su ambiente familiar: en su reclusión estamos en lo conocido y entre conocidos (…) El infierno es un sitio que todos hemos vislumbrado ya más de una vez. Puede que nos hayamos equivocado en cuanto a los detalles, pero no respecto a su función esencial (…) Por fantástica que a veces resulte la zarabanda de sus incomodidades punitivas, cualquier representación literaria o gráfica del infierno es a fin de cuentas siempre realismo social (…)
Hubo ocasión de suponer que entre los goces de los primeros estaría el no pequeño de asistir con regocijo al sufrimiento de los réprobos, como reconoció con franqueza poco caritativa el teológicamente incorrecto Tertuliano”.
También habla del compromiso de todo escritor con la verdad: “George Orwell quiso ser “un escritor político, dando el mismo peso a cada una de estas dos palabras”. El placer de causar placer, es decir la vocación de escribir, no anularía en él el interés político: la defensa de la justicia y la libertad”.
Se queja de los que en su momento ejercieron la censura: “Nos tocó padecer la inquina de brutos con armas y sin humor”. Le sucedió cuando quiso hablar sobre los nacionalismos, tan en boga últimamente: “En el nacionalismo rige lo que Ferlosio llamó La moral del pedo, para la que sólo huelen mal los de los otros”.
Aborda con pasión el tema de la educación. “Ana Sullivan era esa cosa heroica e insobornable, realmente inesperada: una auténtica maestra”. “Cualquier niño sano puede comprender la diferencia entre unos padres exasperados hasta el límite de su paciencia (pero dispuestos inmediatamente a perdonar y acariciar) y otros predispuestos por incapacidad o vicio a la agresión”.
Piensa, y muy atinadamente, que la educación no tiene como fin principal la rentabilidad. “Educar no es sólo preparar empleados, sino ante todo ciudadanos e incluso personas plena y conscientemente humanas, porque educar es cultivar la humanidad”.
En el trato con la gente durante sus conferencias, cree haber encontrado la fórmula para llegar a la gente joven. “El joven siente la impaciencia y el fastidio de haber llegado a un mundo mal hecho y verse en la necesidad de enmendarlo”.
Se declara un escéptico convencido. “Tampoco comparto la puesta en cuestión posmoderna del concepto de “verdad”, ese planteamiento verdadero funciona únicamente dentro de un cierto marco cultural de referencia (…) Es evidente que la verdad no es absoluta, como tampoco lo es la belleza, el bien o la justicia (…) En particular la verdad tiene diversos campos de aplicación, pero no los determinan las diferencias culturales sino las exigencias epistemológicas”.
“Comparto la sabia advertencia del historiador del arte Gombrich, cuando señalaba que ciertos pueblos no conocen en su arte la perspectiva, pero en ninguna parte nadie se esconde de su enemigo poniéndose delante del árbol y no detrás”.
“Agrandamos nuestro saber en busca de un sentido trascendente, de un significado totalizador que nos redima de nuestro propio formato, que sentimos como insignificante”.
Es una delicia leer a Fernando Savater. Aún siendo la 1ª vez que lo he hecho sabía de antemano que me encantaría. Inteligente, sensible, lleno de un humor agridulce, con una gran humanidad, encontrarse con él a través de las palabras es estar con un niño grande que sabe mucho. No tardaré en volver a él con algún otro de sus libros.
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