lunes, 3 de marzo de 2014

Un poco de todo (XIV)


- Recibía en estos días el correo electrónico de una amiga en el que se veían imágenes de niños en diversas partes del mundo de camino a su escuela, atravesando ríos por puentes hechos con cuerdas medio rotas, o a nado, o hacinados en vehículos pequeños y destartalados, deambulando por selvas, soportando lluvias y calor sofocante.

Yo ya sabía de todas estas penurias desde hacía tiempo, y más después de leer La tribu del arcoíris, del que ya hablé en este blog no hace mucho, y en el que se relataba la vida de los niños de una aldea que pasaban, entre otras muchas vicisitudes, por todos estos pesares.

Me conmueve profundamente lo que son capaces de hacer, tan pequeños, para no quedarse atrás, para recibir las enseñanzas necesarias con que hacerse un sitio en el mundo, incluso con la oposición de sus mayores, que sólo quieren que trabajen para ayudar a la economía doméstica. Apartar a estas criaturas de la escuela y entregarles a tareas para las que aún no tienen edad, es matarlos, como le pasó al niño que yo tenía apadrinado en una conocida fundación. No se puede privar a un ser humano tan temprano de los juegos compartidos, del saber, del ocio necesario.

Acostumbrados a llevar una vida de sacrificio, estos pequeños son capaces de cosas de las que la mayoría de los adultos no seríamos capaz. Sienten, con esa intuición tan propia del que aún ve el mundo con ojos limpios, que todo aquello de lo que disfruten en esa época crucial de su existencia será vital para su bienestar posterior. Podrán conservar después pocas cosas de esa etapa, y saben que las deben aprovechar.

Por eso es tan evidente que las barreras, las dificultades para conseguir las metas que nos propongamos, están sobre todo en nuestra mente, todo lo demás es superable.

- Mucho se está hablando estos días de la muerte de Paco de Lucía. Artista que pobló mi infancia y la de toda mi generación, que abrió las puertas de mi corazón a la música flamenca más pura, como hizo con todo el que le escuchaba, pues no hacía falta ser un entendido para sentir lo que hacía en el alma. Él es una figura imprescindible en el mundo de la música en nuestro país.

Sensible, inteligente, serio, tímido, discreto y buena gente, el guitarrista se metió a todos en el bote con su forma de tocar la guitarra y las canciones que interpretó, siempre con modestia y elegancia, sin alardes.

Algunos le criticaron su manera de estar en el escenario, con los ojos cerrados, con gestos dolientes. Era su forma de interpretar, su particular puesta en escena, la guitarra parecía que hablaba en sus manos. Decían que sobreactuaba, que ponía caras raras. Qué poco se ha respetado siempre en este país nuestro las peculiaridades de cada artista, cómo se les ha parodiado.

Alguna vez me pregunté qué habría sido de él, puesto que casi no se le veía. Supuse que se habría retirado, y que estaría rasgueando cuerdas a la sombra de un limonero en algún patio andaluz de azulejos blancos y azules. Demasiado típico para tratarse de él. Lo que no imaginé era que se había ido a vivir al Caribe. Por lo visto estaba harto de tanto flamenco y de las habas que se cuecen en el mundillo artístico de aquí. Llevaba muchos años trabajando, desde que era casi un niño, y decidió darse un respiro. Sí sabía que se había separado de su mujer, con la que tantos años estuvo, pero no había vuelto a saber más. Supuse que se habría retirado, que tendría el descanso que tanto merecía.

Veo imágenes suyas en la playa, donde se puso malo, jugando con un hijo pequeño, y en otras en una barca con unos amigos sujetando un pez enorme, o buceando... A sus 66 años él seguía disfrutando de todo al máximo, vivía una 2ª juventud, una existencia nueva y plena. En una vida hay muchas vidas, como oí decir una vez. Sin embargo, se nos ha ido demasiado pronto: parece que el mundo es un lugar más habitable con personas como él.

En Cancún… él sí que sabía.

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