jueves, 4 de septiembre de 2014

En la muerte de Daniel Dicenta

 
Me ha impresionado esta foto de Daniel Dicenta con su padre que acompaña la noticia de su muerte en 20 Minutos. Qué joven se le ve aquí. Mucho duró con el problema de alcoholismo que le acompañaba desde hacía décadas. Recuerdo sus Estudios 1, magníficos, y las muchas películas que hizo, donde demostró siempre ser un gran actor, digno descendiente de una estirpe de intérpretes y dramaturgos. Poseía en su juventud una belleza salvaje, y su forma de actuar era muy intensa, estaba llena de fuerza. En la foto que menciono, y que aquí he puesto, aparece con su hijo y es sorprendente lo mucho que se parece a él a su edad. 
Él lo tenía todo y lo echó todo por la borda. Gozaba de prestigio dentro de la profesión, y estaba casado con una gran dama de la escena y buenísima persona. Su hija es una belleza y un encanto de ser humano, inteligente y dotada de muchos talentos. Además de actriz su voz es maravillosa, y ella dice que en realidad todos cantan en su familia pero sólo ella se atrevió a hacerlo en público. 
Pero un buen día Daniel Dicenta abandonó a su familia. Recuerdo hace años cuando se comentaba, ya divorciados, que vivía como un vagabundo durmiendo en los bancos de los parques. También las muchas lágrimas de su mujer, que pasó años deprimida, y que usaba sus trabajos interpretativos para dar rienda suelta a su tristeza con llantos incontables e incontenibles. Llegó a resultar ya cargante, aunque con una sensibilidad extrema como la suya no es difícil imaginar lo mucho que le debió costar superar aquello. Ahora se la ve estupenda, casi mejor que cuando era joven, se ha convertido en una mujer luminosa, tierna, con una gran personalidad, que disfruta de cada día de su vida como nunca consiguió hacerlo antes y, en este sentido, es toda una inspiración.
Lo que no le impidió despacharse a gusto con el que fuera su marido en su libro de memorias y en todas las entrevistas que le han hecho. Pienso hasta qué punto es bueno eso. La reputación de Dicenta ya estaba deshecha, y hay que tener en cuenta lo que puedan sentir los hijos, pues bueno o malo al fin y al cabo era su padre. Qué necesidad hay de airear tanto los asuntos íntimos, ni siquiera como terapia. A la gente del espectáculo le encanta enseñar al mundo todas las facetas de su vida, sin pudor. Es como si vivieran en perpetua exposición por voluntad propia, con gusto, como si se fueran a olvidar de ellos si no llaman la atención constantemente. No se conforman con la exhibición en el escenario, necesitan también mostrar lo que es privado.
Qué es lo que nos empuja a buscar nuestra perdición. Yo creo que todos, en un momento dado, nos dejamos llevar por las turbulencias de nuestra personalidad y nuestras circunstancias, como un torbellino que nos envuelve y nos arrastra a donde nunca hubiéramos querido ni pensado. Incluso los que somos de naturaleza reflexiva, de los que no nos dejamos llevar por el primer impulso, siempre llega un momento en que ya no podemos más con ciertas cosas de nuestra vida y terminamos tirando por la calle de en medio, a morir por Dios como se suele decir. Y más  si, como Daniel Dicenta, se tiene un carácter difícil. Nadie merece algo así, ni siquiera él, por mucho mal que hubiera hecho. Debería haber alguien que pudiera salvarnos de nosotros mismos cuando fuera necesario, un ángel de la guarda, o algo parecido. Pero no, aquí estamos en el mundo, con nuestro libre albedrío, que no lo es tanto al estar condicionado por el origen, el lugar y la familia en la que nacemos, cosas todas que nosotros no elegimos.
Son las luces y las sombras que a todos nos acompañan. Recordaremos a Daniel Dicenta en su esplendor, y procuraremos olvidar todo lo demás, pues sólo a sus allegados importa.


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