miércoles, 10 de septiembre de 2014

Kate y Leopold

 
Leopold es un duque que vive en el Nueva York de 1876. En un momento crucial de su existencia, cuando su tío le obliga a decidir, en el baile que se dará en su casa esa noche, con cual mujer adinerada habrá de casarse, ya que al morir sus padres no queda nada de la fortuna familiar, conoce a un hombre que lleva una extraña vestimenta, al que seguirá curioso. Stuart, ese hombre que ha venido del futuro, intenta zafarse de su persecución, pero cuando se lanza desde el puente de Brooklyn al vacío, buscando una fisura en el espacio tiempo que le devuelva a su lugar y época de origen, arrastrará en su caída a Leopold.
El duque es en realidad Otis, el que sería inventor del ascensor, y sobre uno de ellos cae en su descenso desde la otra dimensión, en el edificio donde vive Stuart. Éste le lleva a su apartamento, en estado inconsciente, y no es hasta la mañana siguiente cuando despierta y contempla aterrorizado el lugar tan extraño al que ha venido a parar. Se incorpora en el sillón y aprieta sin querer el mando de la t.v., en el que observa desconcertantes imágenes. Se vuelve a mover y pulsa el mando del equipo de música, lo que hace sonar una canción estridente que lo asusta aún más. El perro de Stuart  no para de ladrar, sumando más confusión a la ya existente.
Stuart le intenta explicar lo sucedido, y antes de sacar al perro para que haga sus necesidades, le deja un proyecto científico sobre el viaje en el tiempo para que le eche un vistazo. Al ir a coger el ascensor, Stuart cae al vacío y tiene que ser internado en el hospital. A Leopold le dice que no salga del apartamento bajo ningún concepto, pues su vida podría peligrar al serle todo desconocido. Leopold inspecciona la casa, pues es la 1ª vez que ve tantos aparatos: el inodoro, la maquinilla de afeitar, la tostadora, el teléfono y el contestador...
La vecina de arriba, Kate, una exitosa ejecutiva y ex novia de Stuart, aparece por allí preguntando por él y se presta a sacar su perro, al que ha encontrado solo en el descansillo. Se lleva a Leopold para que la ayude, pues ella debe ir al trabajo, sin saber que éste no debe salir. Él, solo por Nueva York, arrastrado por el animal, recorre varias calles yendo de sorpresa en sorpresa: los coches, las ropas, las prisas de la gran ciudad le perturban. El perro hace sus necesidades, y como no sabe que debe quitarlas de allí, una policía negra le multa, al negarse a recoger “las deposiciones caninas”, acto que considera repugnante. La gente le empuja al pasar a su lado, y todo el mundo, incluída la policía, usa un lenguaje vulgar y una actitud chulesca. Hay un contraste hilarante y lamentable entre su educación, que parece trasnochada, y la mala educación del resto. Al llegar al puente de Brooklyn le invade una gran alegría al comprobar cómo la construcción ha resistido el paso del tiempo.
De vuelta a casa conoce a un chico negrito que suele ir al apartamento de Stuart una vez a la semana, cuando su madre llega más tarde del trabajo, para ver juntos la t.v. Leopold, con el fin de entretenerle, le representa una escena de una obra teatral que entusiasma al niño. En ese momento llega el hermano de Kate, un actor sin trabajo del que ella cuida, que se queda sorprendido con la interpretación de Leopold. No tardan en hacer una representación conjunta, para sorpresa a su vez de Kate. En una cena en el apartamento con ella y su hermano, les extraña el comportamiento del duque, que se medio levanta del asiento cada vez que Kate abandona la mesa. Lo mismo que por la meticulosidad con la que utiliza el cuchillo y el tenedor. Sus modales son tan exquisitos y tan de otra época que les choca a todos. Incluso consigue educar al perro para que permanezca sentado y deje de ladrar tanto.
El hermano de Kate se lleva a Leopold a una discoteca y allí le presenta a sus amigos. El duque se queda sorprendido con el pelaje de los que pueblan el local, el ambiente y la música que suena. Al hermano le gusta una de las chicas del grupo, e intenta sorprenderla, pero es Leopold el que acapara la atención de todos con sus historias y su forma de hablar. Eso le molesta, hasta que el duque le enseña el nº de teléfono que la chica le ha escrito en un papel cuando Leopold le ha hablado de él. Este a su vez le descubre al mencionar que se nota lo mucho que le gusta Kate. El chico hace cábalas sobre lo que hacer con el teléfono. Piensa dejarle un mensaje en el contestador, “y así la pelota estará en su terreno”. Leopold no está de acuerdo: “Lo que cuenta es que la pelota esté en tu campo. Trata de complacerla, no de hostigarla”.
Kate asiste a una cena a la que le invita su jefe, que tiene la intención de seducirla con el pretexto de darle un ascenso. Leopold, que se percata de las intenciones, acude al encuentro en el momento justo, llevado por el hermano de Kate, y le planta cara al jefe con la altanería y la finura que le caracterizan. Kate se molesta por ello, y Leopold le manda una carta, escrita con una pluma que ha encontrado en el apartamento, en la que le pide disculpas con las palabras más bellas que nadie haya podido escoger jamás, invitándola a una cena en la azotea del edificio a las 8. Ella acepta, sorprendida y encantada con la misiva.
Esa noche la azotea está preparada para una ocasión especial, otro motivo de sorpresa para Kate: mesa con velas, champán, y un violinista tocando una melodía dulce y romántica. Todo transcurre estupendamente, aunque Kate deja translucir su desencanto en materia de relaciones sentimentales. Se ha convertido en una escéptica. Bailan al compás de la música. Luego van a dar un paseo. Kate le habla de sí misma, junto al puente de Brooklyn, mirando ambos al río: “Yo vivo en una isla, conectada con puentes a todo lo demás. Nunca he estado al otro lado de nada”.
A partir de entonces salen a diario, durante esa semana que Stuart permanece convaleciente en el hospital, de donde creía que saldría en un día. Su historia no es creída por nadie, y termina en la zona psiquiátrica, vigilado por una enfermera, que llora emocionada por sus sentimientos.
Leopold, en una de sus salidas con Kate, ve el edificio que es la casa de su tío, que permanece tal y como estaba en medio de otros más modernos. Entra con Kate y comprueba que lo han convertido en una especie de museo con salones para convenciones. Sube las escaleras, encontrándose con el cuadro en el que está retratado él con sus padres, hasta su dormitorio, convertido en una sala de lectura. Aún permanece el gran espejo de pie ovalado que tenía, y se mira en él. De la pared extrae, en una cámara escondida que sólo él conoce, una caja que contiene todo lo que más aprecia, recuerdos de familia, entre ellos una sortija de su madre, que guarda en un bolsillo.
Durante uno de esos paseos, a Kate le roban el maletín que utiliza para el trabajo. Leopold le pide prestado el caballo a un hombre que se dedica a pasear a los turistas en un carruaje antiguo, en donde el duque quería haber paseado en lugar de coger un taxi. Galopando a través del parque, por donde Kate corre tras el ladrón sin resultado, monta a Kate a la grupa y consigue acorralarlo y con palabras de las que se usaban antaño, le reta y le hace huir, recibiendo los aplausos de los que estaban allí observando la escena.
Kate se da cuenta de las posibilidades de Leopold en el mundo de la publicidad, por su porte (continua llevando la ropa que usaba en su época) y su forma de expresarse. Se trata de anunciar una mantequilla, y todo parece ir bien hasta que el duque la prueba y se horroriza: dice que parece grasa de untar a las sillas de montar, y a agua de estanque. Sale del estudio enfadado, perseguido por Kate: “¿Qué le ha pasado al mundo? Tenemos el confort, las comodidades, pero no hay tiempo para la integridad”, se lamenta indignado. Pero regresa para no crearle problemas a Kate: ella está de acuerdo, pero quiere ascender y llevar la vida llena de esas comodidades de las que habla Leopold, y que dice no haber tenido nunca. Hay que terminar lo que se ha empezado.
Stuart consigue escapar del hospital, después de camelarse a su cuidadora, a la que ha conseguido conmover, y regresa al apartamento. Se lleva a Leopold al puente para que pueda volver al pasado, pues es el día indicado. Kate, que ha conseguido el ascenso, mira unas fotos, cuando va a dar el discurso de agradecimiento, y estando en la casa del tío de Leopold en uno de los salones de convenciones, en las que aparece el duque bailando la noche de la cena de gala en la que habrá de elegir esposa, con todas las mujeres vestidas de época y el boato que acompaña a esas fiestas en aquel entonces. Para su sorpresa, se ve a ella misma observando entre la multitud. Stuart le dice que su destino es estar con él, y la convence para que de el salto desde el puente. Ella se despide de su hermano antes de saltar, y él le dice que no se preocupe, que estará bien. 
Justo cuando Leopold va a anunciar quién será la mujer con la que se despose, disimulando su consternación y resignado, con una copa alzada en la mano para brindar, aparece Kate en la misma situación que estaba en la fotografía. Entonces la anuncia a ella, y juntos bailan ante la sorpresa de la concurrencia, y del tío de Leopold especialmente. Nunca hubieran imaginado que ese sería su destino.


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