Aparecía en el periódico no hace
mucho una crítica que hacían madres recientes sobre el uso de la maniobra de
Kristeller, cuyo nombre desconocía pero de la que fuí "víctima" en su momento. Protestaban por la rudeza del método y los
daños que se pueden llegar a causar a madre y bebé. Consiste en que el médico deja caer su peso
sobre su antebrazo, colocado sobre el vientre de la parturienta, para facilitar
la salida del neonato cuando parece que ésta es difícil.
Ciertamente no es agradable, y
durante las clases de preparación nos dijeron lo mucho que le molestaba al
personal sanitario tener que hacerla, pues además de ser trabajoso para ellos
les parece indicativo de poca colaboración por parte de la parturienta, que según ellos no
pone el empeño suficiente para llevar a término el alumbramiento por sus
propios medios.
Sentí que tuvieran que
aplicármela a mí por las molestias que les causaba, pero con el paso de los
años y tras una 2ª reflexión, me pareció una solución pedestre por parte de los
médicos, que no han encontrado algo menos drástico y pedestre para solucionar
este tipo de problemas cuando llega el caso. Yo, que llevaba 7 horas y media
dilatando cada 5 minutos en un parto inducido con mi primer hijo, no creo que no quisiera
colaborar precisamente, sino que ya me fallaban las fuerzas. Tanta tecnología para al final parir en el s. XXI de la misma manera que en el XIX. El único adelanto conseguido es la epidural, aunque yo no la he experimentado: no tenía suficiente información y tampoco me preguntaron si la quería.
Peor maniobra que la de
Kristeller es otra, que no sé si tiene nombre, y si no lo tuviera no me
extrañaría nada, que me hicieron cuando nació mi hija, que fue meterme la mano
y parte del brazo para acercar al bebé al canal del parto y así acelerar el
proceso. Era de madrugada y se ve que tenía prisa por acabar, y eso que esta
vez ya venía con contracciones y poca oxitocina tuvieron que ponerme. Pensé que
era una bestialidad, que podían hacerle daño a mi niña arrastrándola así por
una zona tan estrecha aún no suficientemente dilatada. Cómo vamos a dilatar con
presteza si lo 1º que hacen es meternos en la cama en lugar de estar caminando
de aquí para allá, para facilitar el descenso del bebé y su posicionamiento. Me
sentí atendida por una veterinaria en lugar de por una matrona, y eso que era la jefa. En esa
situación vi las estrellas del daño que me hizo, no quiero imaginar el que le
hiciera a mi hija.
El parto, que es la cosa más
natural del mundo, en los hospitales termina siendo un calvario de pruebas, monitorizaciones
sin fin, pinchazos, cortes, costuras, maniobras de nombre impronunciable y
otras miserias por el estilo. No creo que cuando se paría en casa la carnicería
fuera tan grande ni el proceso tan erizado de espinas para la madre y para el
bebé. Donde esté el calor del hogar y la comida casera como reconstituyente que
se quite lo demás. Hay muchas cosas desagradables que nos ahorraríamos. A mí hasta me daba claustrofobia estar encerrada allí.
Sea como fuere, si la dichosa
maniobra de Kristeller tenía como finalidad facilitarme el parto, como he
creído siempre, bienvenida sea, en contra de la opinión de estas señoras. Quién sabe lo que podría haber pasado si se
prolonga mucho más el momento. Que no esperen las susceptibles madres que haya
algo en un alumbramiento que no sea brusco o desagradable. Es la ocasión más frecuente en la
que nos igualamos al reino animal, la Naturaleza en estado salvaje.
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