miércoles, 3 de septiembre de 2014

Un poco de todo

 
 
-        - Ahora que el verano inicia su recta final, uno de los recuerdos más bonitos que me ha dejado es el fru-frú que hacía mi hija Ana cuando se echaba su aceite bronceador en la playa, en Tenerife. Esos pequeños sonidos, todas las cosas de ella que la hacen tan tierna, tan especial, y con tanta personalidad, son lo que permanece en mi memoria. Esta 1ª quincena de septiembre es su época favorita, cuando se divierte en el pueblo de su padre con su peña de amigos y sale hasta las tantas, despreocupada de todo, que ya está el resto del año para afrontar las responsabilidades y obligaciones. 
Me queda también el paseo que dimos mi hijo Miguel Ángel y yo por Benidorm en el puente de agosto, recordando él los lugares comunes donde han transcurrido sus veraneos, nuestros veraneos, durante casi toda nuestra vida. Pocas veces se presta a acompañarme el resto del año, y pocas veces lo hace así, tranquilo, relajado, hablando y escuchando sin inquietud, sin prisas. Estos momentos con mis hijos son para mí las vacaciones. 
-        Hace poco estuve desayunando con una amiga a la que veo de Pascuas a Ramos, por lo que siempre que quedamos nuestra conversación se prolonga indefinidamente, tanto es lo que tenemos que contarnos. Todas mis amigas son peculiares, en el sentido de que cada una tiene algo especial que las distingue de la mayoría de las personas, y aunque aparentemente son distintas y nada tienen que ver algo las iguala: cuando hablas con ellas, da igual lo intrascendental que sea aquello que tratemos, siempre tienen un pensamiento, una idea, un sentimiento profundo que brilla con un fulgor dorado en al aire cuando lo expresan. Es una conclusión, o una reflexión espontánea, pero que sirve para la vida y es como un bálsamo para el alma. Sólo por eso merece la pena la amistad que tenemos. 
 
        -   Intentaba ver ayer el programa que Inside The Actors Studio dedicó a Robin Williams hace 13 años. Ningún enlace de los que pude encontrar tenía videos subtitulados, y la subtitulación automática que lleva el propio video es tan macarrónica que supera en absurdez a la de Google Translate. Mi nivel de inglés no es tan bueno como para entender el acento americano y más si es hablado a gran velocidad, como es el caso del actor. Casi daba risa ver la traducción automática, parecía chino, lo que no comprendía la máquina lo sustituía por números y almohadillas. Era como un lenguaje en clave. Imposible traducir lo que decía con palabras convencionales: sólo un buen intérprete podría captar el sentido de sus frases, la comicidad extrema de sus pensamientos, el alcance de sus ideas. Su genialidad ilimitada no resiste una mala traducción. 
Me dio rabia porque me habría encantado poder seguir la conversación, o mejor dicho el monólogo permanente en el que se envolvía Robin, para desternillamiento del público, no dejando casi que el presentador le hiciera la entrevista. No lo podía remediar, le daba a su auditorio por anticipado lo que esperaba de él y él a su vez disfrutaba como un niño al que han dado una golosina. Una cosa llevaba a la otra y el hilo de sus ocurrencias no tenía fin. Y no podía estarse quieto: desde su aparición en escena no dejaba de levantarse, de volverse a sentar, de acercarse a los oyentes e incluso mantener un breve diálogo hilarante con una señora de las primeras filas cuya risa superaba en decibelios a la del resto de los presentes. Su interacción con la gente era absoluta, era digno de ver, un auténtico showman. Sólo por verle en acción, aunque no entendiese la mayor parte de lo que decía, merecía la pena, sus gestos, sus posturas disparatadas, las inflexiones de su voz en sus imitaciones, un sinfin de recursos con los que tuvo siempre a la gente en la palma de su mano. 
Las ventas de sus películas, que ya eran altas, se han triplicado después de su muerte. Yo me estaba descargando una de ellas, y empecé a hacer lo propio con otra, cuando descubrí para mi sorpresa que lo que normalmente tarda semanas en bajar de internet tardaba ahora un día, dos como mucho. Todo el mundo tenía sus servidores a tope con sus films, lo que permitía una descarga rápida. Curioso que los grandes personajes se coticen más cuando han fallecido. Es como si se convirtieran en un mito, como si entraran a formar parte del Olimpo de los dioses, inalcanzables, intocables ya. Suena frío, mortuorio. Robin Williams era una leyenda en vida, y ahora lo sigue siendo, para siempre. 
 


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