Hay productos que son típicos de un determinado país, y que casi constituyen una seña de identidad allá donde se muestren. La tortilla de patatas nos representa a nosotros, entre otras cosas.
Y qué distinta sabe dependiendo de cómo se prepare, e incluso a una misma persona no le sale siempre igual. Parece mentira que un plato tan simple como son unos huevos y unas patatas pueda dar combinaciones tan diferentes.
La tortilla más exquisita que he probado en mi vida fue en el bautizo de una prima lejana, cuando tenía yo once o doce años. No sé si fue porque ese día me lo pasé muy bien, pero el caso es que la tortilla que comí en aquella ocasión ha sido la más rica que yo recuerde haya degustado mi paladar.
A mi padre le sale también deliciosa. Yo se la he visto hacer, pero nunca he conseguido emular su maestría. No sé de qué forma fríe las patatas (algunas las deja un poco tostadas, y queda divina de la muerte), o si el secreto está cuando las cuaja (hay quien le echa un poco de leche), porque da gusto llevársela a la boca. El pobre no soporta las tortillas que están a medio hacer, huevosas. Le dan mucho asco.
Recuerdo a mi suegra, la mujer, dándole la vuelta a las tortillas con un pequeño golpe seco de muñeca. La tortilla hacía un tirabuzón en el aire y aterrizaba sobre la sartén con una precisión meridiana. Siempre admiré esta habilidad.
Mi suegro les hacía una salsa a base de pimentón, agua, laurel y ajo, lo dejaba cocer todo un rato en la sartén y luego añadía la tortilla para que cogiera gusto. Estaba para chuparse los dedos.
Alguien me dio una vez una receta que era un homenaje-atracón a la tortilla de patata: se hacían cuatro por lo menos y se iban poniendo una encima de otra separadas por salsa de tomate, para luego regar la montaña con más tomate. Nunca se me ha ocurrido hacer tal cosa, eso debe ser como el Everest de la tortilla.
Y la que también estaba muy rica es la que servían en una cafetería de la calle San Bernardo, donde trabajaba yo antes. Pedías un montadito con el café y era el mejor desayuno del mundo. Las hacían a destajo, siempre tenían un montón en el mostrador.
Me hizo gracia una vez que vi en un reportaje de Españoles por el mundo un compatriota que había montado un restaurante especializado en tortillas de patata, no recuerdo si es China o en algún otro lugar lejano y exótico. El negocio no podía ser más floreciente.
Da igual si le echas calabacín, cebolla, pimiento morrón, chistorra, chorizo o bonito en escabeche: es un plato que admite infinidad de variantes y que siempre resulta delicioso.
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