martes, 5 de abril de 2011

Keith Richards (II)


La forma como describe su primer gran concierto multitudinario es magnífica:

“Pisar el primer escenario de la gira, el New Victoria Theatre de Londres, fue como si nos enfrentáramos a una llanura infinita que se extendía hasta el horizonte: la sensación de espacio, la cantidad de público, la escala de todo en general, eran imponentes. Nos sentíamos como unos mequetrefes allí arriba. Evidentemente, tampoco éramos tan malos pero nos miramos los unos a los otros, presas del desconcierto. (…) Te acostumbras bastante rápido, aprendes, pero esa primera noche nos sentíamos diminutos”.

“En provincias la cosa empeoraba: en Hamilton, justo a las afueras de Glasgow, en Escocia, pusieron la típica alambrada de gallinero delante del escenario para protegernos de los peniques afilados en punta y las botellas de cerveza que nos tiraban los tíos, a los que no les hacía mucha gracia ver a sus chicas chillando como locas por nosotros. Hasta tenían policía con perros recorriendo nuestro lado de la alambrada”.

Y cómo no, las relaciones con las fans, algunas muy especiales:

“A mí me han salvado más veces las tías que los tíos. En ocasiones no eran más que un par de abrazos y unos cuantos besos y nada más, alguien que de diera calor por la noche, tener a quien abrazarte en la cama cuando corrían tiempos difíciles”.

Su relación con los Beatles fue muy cercana, algo que resulta curioso si se tiene en cuenta lo distintas que eran ambas bandas:

“Teníamos montada una especie de sociedad de admiración mutua: Mick y yo admirábamos sus armonías y su capacidad para componer, y ellos nos admiraban por nuestra libertad de movimientos y nuestra imagen, y querían unirse a nuestro rollo. La verdad es que la relación con los Beales fue siempre muy buena y a la vez muy astutamente planteada, porque en esos días los singles salían cada seis u ocho semanas y tratábamos de organizarnos para no coincidir. Recuerdo John Lennon llamando para decir:

- Nosotros todavía no hemos acabado de mezclar.

- Pues nosotros tenemos uno listo ya.

- Entonces salid vosotros primero”.

Cuando empezaron a actuar en EE.UU. adquirieron una imagen que les hizo asemejarse a los norteamericanos:

“No parecíamos ingleses (…) Por haber hecho lo que nos proponíamos, que era llamar la atención de la gente hacia el blues, lo que en realidad conseguimos fue recuperar el gusto de los americanos mismos por su propia música. Seguramente ésa era nuestra gran contribución a la música, el haber conseguido que los cerebros y oídos de los blancos dieran un volantazo para cambiar de dirección”.

Keith Richards dice no haberse aburrido en su vida, y afirma una cosa con la que estoy totalmente de acuerdo:

“Para mí el aburrimiento es una enfermedad”.

La música les revaloriza, les da otra dimensión de sí mismos:

“Es una de las cosas más impresionantes de subirte a un escenario: que entre bastidores igual sólo eres un colgado, pero en cuanto se oye el “damas y caballeros” o el “con todos ustedes”, ya eres otra persona”.

Con Andrew Oldham, su productor discográfico durante un tiempo, tuvieron un incidente:

“A Andrew le encantaba el speed pero esa vez también había bebido (…) El caso es que se presentó en mi habitación del hotel con una pipa en la mano (…) En su momento la situación resultó de lo más espeluznante (…) Mick y yo conseguimos quitarle la pistola, le dimos un par de hostias, lo metimos en la cama y nos olvidamos del asunto”.

Keith hace chascarrillos también acerca de algunas de las personas que conocieron por entonces:

“Y cómo olvidar a Sir Mark Palmer, paje de la reina y nómada empedernido (¡gran persona!), con su diente de oro y los galgos atados a las balas de cáñamo con las que solía viajar por las posesiones de los amigos en su carromato: supongo que si te habían educado para llevar la cola de la reina, un carromato gitano seguramente acababa resultando una opción interesante al cabo del tiempo, porque, mientras no te hubieran salido pelos en los huevos tenía un pase, pero después:

- ¿ A qué te dedicas?.

- Llevo la cola del vestido a la reina”.

A John Lennon lo llegó a conocer bastante bien, y conectaron estupendamente:

“John me caía muy bien (…) El que se molestara en escuchar ya indicaba que tenía verdadero interés, que era abierto. (…) John tenía una honestidad en la mirada que hacía que te cayera bien desde el primer minuto, y también era una mirada muy intensa”.

También habla sobre un guitarrista que estuvo tocando en la banda durante un tiempo:

“El tipo me encantaba, me encantaba trabajar con él, pero era muy tímido y muy distante. (…) Siempre estaba luchando consigo mismo en algún lugar en su interior (…) Hay gente a la que tienes que dejar su espacio. Al final te das cuenta de que, con algunos tíos, el primer día que los conoces, te enseñan todo lo que vas a ver de ellos jamás”.

Cuenta sus sensaciones a cerca de lo que es la creación musical:

“Nunca me ha costado escribir canciones, siempre fue un absoluto placer y un regalo maravilloso que no era consciente de haber recibido. Nunca deja de sorprenderme”.

Keith Richards es perfectamente consciente de la imagen que da:

“No sabría decir hasta qué punto accedí a interpretar el personaje que inventaron para mí. Me refiero al anillo con la calavera, el diente roto, el kohl en los ojos y demás. Creo que, en cierto modo, tu personaje público, tu imagen, es una bola de presidiario que llevas atada al tobillo con una cadena. La gente cree que sigo siendo un puto yonqui. ¡Y hace treinta años que dejé las drogas!. La imagen es una sombra muy alargada que se sigue viendo incluso cuando ya se ha puesto el sol. Me parece que en parte se debe a que la presión para que seas ese personaje es tal que quizá acabas por convertirte en él hasta un punto medianamente soportable”.

Cuando habla de Ron Wood, el último guitarrista de la banda que se quedó definitivamente, lo hace con palabras de mucho afecto:

“Ronnie resultó ser un aglutinante cojonudo para el grupo, fue como un soplo de aire fresco (…) Puede ser un músico con mucha sensibilidad hacia lo que están haciendo los demás. Y en ocasiones te sorprende. Todavía disfruto tocando con él, mucho, muchísimo. (…) Hace el slide como nadie, además de ser alguien que de verdad ama la música: es inocente, completamente puro, sin bordes ni aristas (…) Tiene una base muy sólida (…) El hecho es que no sabe quién es en realidad. Simplemente sigue buscando su sitio, y por otro lado tiene una especie de deseo desesperado por experimentar el amor fraternal. Necesita pertenecer a algo. Necesita una banda. Es un hombre muy familiar”.

También hay un espacio para los recuerdos dolorosos:

“Perder a un hijo es lo peor que te puede pasar (…) Cuando te ocurre algo así, al principio te quedas totalmente embotado durante un tiempo. Sólo poco a poco van aflorando las posibilidades truncadas con ese niño (…) Ver marcharse a tu bebé es algo totalmente distinto. Es algo que ya no te deja descansar. Ahora hay un vacío gélido y permanente en mi interior (…) De vez en cuando, Tara me invade (…) Tara vive dentro de mí”.

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