jueves, 7 de abril de 2011

Un poco de todo (XV)


- Gracias a dos nuevos seguidores, Yocoasta y Eddie, éste último que he visto que es de la zona de León, en algún lugar entre Babia y los valles del sueño, en Laciana. “El valle del viento helado, el valle del silencio”, escribe. Mi madre dice que a aquellos parajes los llaman así porque allí iban a descansar los reyes hace siglos, debido a su quietud. La familia de mi abuela materna es de una aldea de por allí, que no sé si Eddie conocerá, Cirujales. Mi madre me ha hablado mucho de esos lugares, de Aguasmestas y Villadepan, que están cerca.

Eddie escribe un blog, Cosas sencillas, muy bonito, hecho a base de fotos.

- Me sorprendió muy gratamente la película de Carlos Iglesias, Un franco, catorce pesetas, que me ha revelado la pericia de este actor, hasta ahora cómico, como director e intérprete dramático. Y más siendo un film autobiográfico, pues no suele ser nada fácil volcar los recuerdos infantiles y las propias experiencias en un medio de expresión artística, sea cual fuere.

A través de los ojos de un niño vemos cómo es la vida de un emigrante español en Suiza, a principios de los 60, lo difícil que le resultó adaptarse a un idioma, unas costumbres y una forma de vida completamente diferentes a lo acostumbrado. La verdad es que yo me quedo con la sociedad que había allí en esa época, no me importaría emigrar. No sé cómo será ahora.

También se ve lo difícil que fue para él regresar a España, aún más que marcharse. Es muy significativo el plano en el que contempla por el cristal trasero del coche de sus padres la belleza del paisaje suizo y el saludo de despedida de los niños que eran sus amigos, tan educados, para pasar al plano siguiente con él que sigue mirando por ese cristal, pero aparece un barrio suburbial español, con niños que corren lanzando piedras detrás de un perro. Qué cambio tan brutal. Me ha encantado la forma como ha reflejado ese contraste, esa desolación, en una sucesión de imágenes sin palabras, tan elocuentes.

- Estoy desolada con el libro que Manuel Vicent ha escrito sobre el que fuera marido de la duquesa de Alba, Aguirre, el magnífico. Yo no conocía a este personaje más que por las fotos que de él aparecían en el Hola, y siempre lo encontré un hombre afable y distinguido. Vicent ha defenestrado de todas las formas posibles su figura, hasta el punto que su viuda se ha visto obligada a publicar una serie de cartas en varios periódicos desmintiendo todo lo que en él se ha escrito. Yo había leído a Manuel Vicent hace muchos años con Balada de Caín, que me pareció magnífica, pero el cambio operado en este escritor durante este tiempo ha sido radical, no le reconozco. Sin dejar de ser su prosa magistral, el sentido de sus palabras es malicioso. Diríase que está amargado. Es una lástima desperdiciar tanto talento masacrando a otras personas, sobre todo cuando ya no están en este mundo y no se pueden defender. Lo curioso es que Vicent se llama a sí mismo amigo suyo en algún momento de su relato. No creo que este hombre sepa lo que es la amistad. Incluso aunque la tercera parte de las cosas que ha escrito sobre Jesús Aguirre fuera cierta, lo encuentro de un mal gusto incalificable tal y como lo cuenta. Hay una saña despiadada, una crueldad infinita en la forma como se despacha con él.

Debería encontrar Vicent nuevas fuentes de inspiración, otras formas de ganarse el sustento que no sean a costa de las miserias ajenas, ciertas o inventadas, y en este último caso desde luego merecería algún tipo de pena, una condena que castigara su excesiva ligereza a la hora de hablar de los demás. Pero vivimos en un país en el que esto es cada vez más frecuente.

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