jueves, 14 de abril de 2011

Santiago Segura


Me cuesta reconocer que España sigue siendo un país decadente y primitivo, un lugar donde hay gente que todavía se divierte lanzando cabras desde los campanarios, incendiando los cuernos de los toros y lanzándose tomates en algunas fiestas, en un baño multitudinario y pringoso (lástima el Tercer Mundo y la hambruna).

Por eso se puede entender el éxito de personajes como Santiago Segura y su larguísima saga de Torrente, que sigue produciendo como si fueran churros. Hace ya trece años desde que este hombre nos empezara a martirizar con sus extrañas y repulsivas historias, y las que quedan todavía. A veces da la risa al verlas de pura estupidez, porque no das crédito a tanto sentido del humor escatológico e infantil. Es como estar con un niño pequeño tonto, malicioso y guarro. Y el caso es que las veces que le he oído hablar en alguna entrevista me ha parecido un hombre muy inteligente, cultito y bastante sensible. No sé por qué nos ha hecho víctimas de sus aberraciones mentales. Existen lugares más apropiados para intentar superar los traumas y las obsesiones, pero se ve que le ha resultado tan rentable que no va a renunciar a seguir mostrándolos a todo el mundo. Si algo me sorprende de este hombre es su falta de sentido del ridículo y su desfachatez.

Nunca pensé que hubiera tanta gente que pudiera sentirse identificada con cierta clase de frikismo galopante. Él ha sido el precursor de la telebasura, y ahora nada en aguas que le son conocidas y propicias. Además contrata en sus películas a toda clase de actores, y algún humorista, de los que ya no se acordaba ni su madre. Ver a Tony Leblanc encarnando a personajes inmundos me duele, porque él ha sido un actor que ha tenido un hueco destacado en el panorama artístico de nuestro país, que nos entretuvo enormemente durante muchos años con sus divertidas comedias, en las que hacía siempre de galán un poco caradura, guapete y garboso, y el contraste con la clase de papeles que se ha visto obligado a aceptar porque nadie le contrataba es terrible. El caso es que él está muy agradecido y, antes al contrario, parece rejuvenecer con el paso de los años y con cada nuevo personaje que tiene que interpretar en esta ominosa saga. Y es que su vida ha sido siempre el trabajo, trabajar le hace revivir.

Recuerdo que Santiago Segura apareció un día como por casualidad en televisión, empezó a hablar sin parar de su particular visión del mundo, cayó simpático por las cosas que decía, siempre ocurrentes, originales, sinceras e inteligentes, y se ha quedado en el panorama público me parece que para los restos. Hay en él siempre como una mezcla de cara dura, de autoburla, de desvalimiento acongojado y pueril que parece buscar el afecto y la aceptación de los que le escuchan, y al mismo tiempo su provocación. Le gusta escandalizar. Nunca sabes por dónde va a salir, resulta desconcertante, y eso quizá sea lo que guste de él. Antes era más cañero, pero el éxito le ha suavizado. Ahora es más mirado a la hora de opinar, temerá molestar a alguien y que se le pueda acabar el chollo.

Si te parabas a escucharle con detenimiento, te dabas cuenta de que vivía lleno de angustias existencialistas: el sentido de la vida y de la muerte, qué pasará con nosotros cuando ese momento inevitable (terrible y terrorífico para él) tenga lugar, y cosas por el estilo. Gastaba unas rarezas parecidas a las de Woody Allen, con sus hipocondrías, sus fijaciones y sus manías. Se diría que Santiago Segura ha tenido demasiado tiempo para pensar, y no precisamente en cosas constructivas.

Por lo que no extraña ahora que el recuelo de su bilis mental nos sea derramado en forma de terribles largometrajes de sordidez creciente, para solaz esparcimiento de todos aquellos consumidores de basuras diversas que parece que también van en aumento, y a los que también les da igual todo. Rebelémonos contra el mundo, pongámolos en evidencia sacando a relucir sus miserias. Que nadie pueda pensar que la vida puede ser algo bello y sano. Santiago Segura se ríe de sí mismo y de todos con denuedo e incansablemente, parece que nunca tiene bastante.

Se tendría que haber quedado en lo que era al principio, en un charlatán ocurrente de los muchos que pululan en televisión, pero ha querido aprovechar el tirón para sacar tajada, como hace todo quisqui supongo. A lo mejor ser actor y director de cine estaba entre sus sueños de lo que quería ser cuando fuera mayor.

Dios nos asista.

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