Siempre me han parecido las guarderías, llamadas ahora jardines de infancia para que parezca más agradable, los lugares menos adecuados para que estén los niños. Cierto es que con frecuencia no queda más remedio que llevar a nuestros hijos a estos sitios, porque necesitamos que alguien se ocupe de ellos mientras trabajamos. No todo el mundo tiene la suerte como yo tuve de disponer de sus padres o de alguien de su familia para esos menesteres, y no sólo por el dinero que te ahorras, sino sobre todo por el cuidado y la dedicación que ellos van a recibir.
Cuando llevaba a mis hijos de pequeños a un parque cerca de casa en el que hay una guardería, de las caras por cierto, daba una pena enorme ver a los niños salir un rato para que les diera el aire, atropellándose unos a otros, medio aturdidos, con los moquitos colgando y muchos llorosos pidiendo que viniera su mamá. Había sólo dos chicas para un montón de niños, y no les hacían mucho caso. Parecía que cumplían con sus rutinas sin poner ningún cuidado y de mala gana. Con esta actitud, y sin aptitud ninguna, deberían pensar seriamente en dedicarse a cualquier otra cosa.
Hace poco hablaba de ello con una vecina que acaba de terminar los estudios de jardín de infancia y está haciendo las prácticas en la guardería del Congreso. Me dijo que llega antes que ninguna compañera y se va más tarde que las demás. También le quita tiempo a sus ratos de descanso, que son obligatorios, para echar una mano a alguna compañera que se haya quedado sola con muchos niños. Me consta que Eva, mi vecina, es un encanto de persona, que le gusta lo que está haciendo y que tiene una paciencia infinita, cualidades todas ellas imprescindibles si te quieres dedicar a una tarea tan importante como es cuidar niños.
Eva me cuenta cosas muy curiosas de los niños que están bajo su supervisión. Aunque son tan pequeños se percatan del más mínimo detalle, están pendientes de cualquier gesto que haga ella, de todas sus palabras, incluso cuando parece que no están haciendo caso. Si acaricia a uno, inmediatamente los demás se acercan y reclaman sin palabras lo mismo para ellos.
De vez en cuando hay casos difíciles, sobre todo de niños recién llegados que vienen con sus manías, consentidos o sin educar. A una niña le daba por darle tirones de pelo cuando la cogía en brazos. Otra le daba por darle tortas en la cara. Eva, sin duda, ha escogido una dura profesión, en la que no es difícil salir magullada o algo peor. Pero hay que tener los nervios templados. Los niños, tratados con una mezcla de dulzura y firmeza, fórmula mágica difícil de lograr pero que resulta un auténtico talismán en estos casos, responden mejor que cualquier adulto. Ellos aprenden muy de prisa, todos sus sentidos están sin estrenar, su alma está limpia de malos sentimientos o experiencias.
Me contó Eva algo que me sorprendió sobremanera: hay una niña, con dos añitos nada más, que se masturba constantemente. Yo pensaba que esto es algo propio de adultos, pero parecer ser que no es así. En ella es un acto instintivo, una forma de conseguir algún tipo de placer o afecto que de ninguna otra manera obtiene. Sus padres pasan todo el día fuera trabajando, y cuando están con ella no la prestan mucha atención. Como la han regañado, procura hacerlo cuando cree que nadie la está viendo, como a la hora de la siesta. Pone su manita sobre sus partes, por debajo de la ropa para que no se aprecie lo que hace, y se las frota con insistencia. Pobrecita. Eva debe ir corrigiéndola poco a poco, sin dureza. Aunque si su problema de desafecto persiste, difícil solución tiene todo lo demás.
Una sobrina de mi ex marido nos contaba cosas más peregrinas todavía. Ella empezó a trabajar en una guardería que tenía unas instalaciones maravillosas, pero en la que no se cuidaba debidamente de los niños. Los padres los llevaban ligeros de ropa, sin camisetas interiores, pensando que a lo mejor pasarían allí calor con la calefacción. Y resultaba que ésta casi nunca se notaba, por lo que los niños a poco que tardaran en cambiarles los pañales o les diera por gatear por el suelo, ya estaban malitos. Además solían desatender los llantos de los que eran bebés, los dejaban hasta que se cansaban de llorar en sus cunas.
Con Eva hay una compañera que hace lo menos posible, y lo que piensen las demás le da exactamente igual. Va a lo suyo, los niños le importan bien poco. Eso ocurre en todos los trabajos, pero en uno como éste, con sus especiales características, no se debería permitir. Pienso que no es un empleo cualquiera, que exige una dedicación, una vocación diría yo.
Poner a una persona en casa para que cuide de los niños es una buena solución si se conoce a alguien de mucha confianza, como alternativa a las guarderías.
Este tema me recuerda mucho a las residencias de ancianos, los problemas son muy similares. La verdad es que es una lástima empezar y acabar la vida de la misma penosa manera. Si tenemos que depender de los demás para vivir, si tenemos que estar en manos ajenas, por lo menos que sea en las mejores posibles.
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